Las 13 leyes. Gabriel Teran Ruiz

Las 13 leyes - Gabriel Teran Ruiz


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retos, nuevas vivencias que experimentar. No gastes tu energía tratando de tenerlo todo colocado, pues cada día es toda una vida y a la mañana siguiente te darás cuenta de que nada está en su sitio. Sé útil para ti y para los demás, pero no detengas en su camino a los otros para tu deleite. Disfruta de los que están en tu mismo camino, deja que el río siga su cauce, pues todo aquello que pretendas se volverá contra ti».

      Abrió los ojos al presente para darse cuenta de que el sol del planeta preparaba ya su tarea diaria de alumbrar las vidas de animales y hombres. Las plantas giraban sus hojas en pos de él, ávidas de la luz que las enverdeciera y la tierra vibraba ligeramente, desperezándose al paso de sus rayos.

      VARIOS LLEGAN, UNO SE VA

      Antes de que los mayores llegaran al poblado, la pira funeraria ya estaba preparada. Los padres de Cancho habían sido avisados al amanecer solo para dar el último adiós al cuerpo de su hijo. La madre de Luna se acercó a la cabaña para abrazar a su hija, todos los habitantes del poblado estaban allí, algunos de otros vecinos también. Nadie se apercibió de que una nave de otro mundo colgaba del cielo a cinco mil metros de altitud.

      Coba no era ni el más viejo ni el más sabio, solo el elegido para dirigir las tareas durante ese ciclo lunar, cuando el cuerpo de Cancho estuvo sobre la madera entretejida, Coba habló:

      —Hoy es un día triste para todos, pues a partir de ahora cuando hablemos con Cancho, no podremos escuchar sus comentarios al respecto, no podremos oír sus bromas ni sus enseñanzas y eso es una gran pérdida. Él compartió con nosotros todo lo que había aprendido, especialmente, sus hijos: Dancho y Una son tan hábiles como él en numerosas tareas, pero nos perderemos la perfección que habría alcanzado en ellas. Ahora está al otro lado. Sabemos que cuidará de nosotros, que vigilará nuestros campos y hogares, y a cambio, permanecerá en nuestros recuerdos, en nuestras vidas cotidianas. Su familia más próxima lo llevará siempre, pero los demás hablaremos de él y con él, aceptando su silencio hasta que vayamos al otro lado y nos diga qué tal lo hemos hecho. Le honraremos disfrutando de todas las cosas que hizo, haciendo próspera esta ciudad que él ayudó a crear. Luna, Dancho, Una, todos os querremos un poco más para mitigar su falta.

      Terminó diciendo a los más jóvenes:

      —A mediodía, cuando las principales tareas estén concluidas, practicaremos el juego de Boo alante boo atrás que a él tanto le gustaba.

      Cuando solo quedaron cenizas, uno a uno cogió un puñado con sus manos y las esparció por los lugares que a él más le gustaban. De esta forma, ocupó mar y tierra por doquier.

      Todos hubieran preferido perderse por la comarca pisando los pasos de él, pero había tareas que no podían esperar. Coba, muy a su pesar, empezó por organizar la salida de los anguijanos. La primera en salir fue una hembra joven asustada y cegada por la repentina luz, con firmeza, pero sin rudeza la condujeron a una especie de pila llena de agua. Su mano extendida mostró el aguijón de unos tres centímetros de longitud que portaba en su dedo más pequeño. Por lo demás, aparte de su indumentaria sucia y raída, no se diferenciaba de la gente del poblado. Cuando una especie de cuchillo apareció ante sus ojos, no pudo evitar un alarido que ensombreció los corazones de los sianos y heló el de los anguijanos. No había tiempo para remilgos, mientras cuatro manos sujetaban su brazo, Sikandro lanzó un certero golpe que cercenó el aguijón desde su base separándolo de donde había nacido. Rápidamente, envolvieron el dedo con una gran hoja de la planta que poblaba cada rincón del lugar y la muchacha fue conducida al lugar donde varias mujeres esperaban arrancándose partes de cabello e introduciéndolos en burdas agujas de hueso pulido. Mientras ellas cosían la herida abierta de la chica, otros anguijanos fueron pasando por el mismo periplo, al final, veintitrés entre hombres y mujeres fueron introducidos en una amplia cabaña rectangular de gruesas paredes de madera y diminutas ventanas. Constaba de una sola estancia, varias literas de tres alturas que ocupaban las paredes y una gran mesa en el centro de apenas cuarenta centímetros de altura. Eran los únicos muebles en una esquina, un retrete y una pila con desagüe estaban separados por una cortina de tiras de corteza seca, el suelo era de arena de playa y el alto techo un tillado de madera cubierto con finas losas grisáceas. Por la rampa que salvaba el profundo foso que la rodeaba y que estaba enfrente de la pieza movible que servía de entrada les hicieron llegar comida, agua y utensilios de limpieza.

      Poco antes de que el sol llegara a su cenit, varias figuras jóvenes de ambos sexos se habían concentrado en el centro del poblado, Coba daba las últimas instrucciones a la que inequívocamente era una partida de caza, armados con cuerdas y látigos esperaban impacientes que terminara los consejos, que por haberlos oído cien veces no escucharon ahora tampoco. Por fin, el grupo se dirigió a la playa.

      Todos sabían seguir rastros, pero Una, que era especialmente hábil en ello, se erigió de manera natural en guía. Nadie osó hacer ningún comentario al respecto, ya en el acantilado, no resultó difícil seguir las únicas pisadas recientes que se adentraban tierra adentro. La ausencia de lluvia y viento habían dejado intacto un desdibujado sendero en la hierba.

      Las palabras de Sikandro sacaron de su ensimismamiento a Elba, que se encontraba a su lado:

      —Esta noche apenas he podido conciliar el sueño, pero cada vez que caía en un duermevela, aparecía la misma imagen: una serie de cuerdas entretejidas que eran lanzadas por unos seres similares a nosotros, pero de extraña vestimenta, hacia raros animales. Estas los cubrían y quedaban atrapados.

      —Pobres animales —contestó Elba—. Debieron haberlo pasado muy mal.

      —Sí —respondió él—. Intentaban zafarse y lo único que conseguían era enredar sus patas entre las cuerdas. Parecía cruel, por eso no entiendo qué hacía ese sueño en mi mente.

      —Todo es por una razón —le recordó ella—, quizás Sika quería mostrarte algo y no la entendiste.

      —Sí, debo de ser un estúpido, solo un estúpido habría dejado que ocurriera la catástrofe de ayer.

      A Elba no se le ocurrió ningún consuelo apropiado, así que dejó que su silencio llenara el espacio.

      Un sonido de ramas rotas alertó a la comitiva, Elba, que manejaba el látigo desde los cinco años, aunque quizás menos fuerte, no se sentía menos hábil que Sikandro. Pero como sabía que a él le gustaba protegerla, se colocó a su espalda rozándole con sus pechos. Al sentirlo, una energía de bravura hizo que Sikandro se hinchara a lo ancho y a lo alto, la determinación apareció en su rostro, no importaba lo grande y fuerte que fuera el anguijano, él solo podría con él sin problemas. Así de seguro se sentía, un cuerniblanco salió tímidamente de la maleza extrañado de la expectación que causaba mientras Sikandro, al igual que los demás, se desinflaba en un suspiro que liberaba la tensión acumulada.

      Más adelante, asistieron con congoja al espectáculo de los restos de un corredorpinto, no había duda, el anguijano había pasado por ahí. El cadáver estaba consumido, sin vísceras y sin una gota de sangre en su cuerpo, aún estaba caliente según pudo comprobar Una, así que el fugitivo no andaría lejos.

      Mientras tanto, en el poblado, varios niños se arremolinaban en torno a Coba, que protegía entre sus brazos una esponja marina envuelta en una fina cuerda que le hacía adoptar forma de bola. Ansiosos por empezar, ya habían dibujado en la tierra dos rectángulos, Coba los dividió en dos grupos, se colocaron uno en cada rectángulo y comenzó el juego. Coba lanzó la bola al medio y los pequeños saltaron en pos de ella. Cuando la bola lanzada por un bando impactaba en uno del otro sin que consiguiera agarrarla antes de tocar el suelo, el niño muerto en el juego pasaba al otro lado detrás del rectángulo del equipo contrario y seguía jugando.

      Cuando le llegaba una pelota de esta forma, el equipo que teóricamente iba ganando se veía, al final, rodeado por contrarios, por tanto, los que estaban en inferioridad en el mundo visible eran apoyados por los del otro lado, con lo cual la lucha se equilibraba. Todos trataban de permanecer en el rectángulo el mayor tiempo posible, pero ser tocado no era una tragedia, pues seguían participando. El juego terminaba cuando un equipo perdía la diversidad, es decir, cuando en


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