Guerrero mestizo. Elena Ibáñez de la Casa
No por lo que me estaban haciendo, lo cual no pasaba del abuso verbal en ningún caso, sino por lo que podrían llegar a hacerme si descubrieran la verdad.
Cogí toda la fuerza que fui capaz de reunir y volví a sonreírle como si lo anterior no hubiera pasado. Simplemente, le sonreí y mantuve el gesto por más de un minuto. En cierto modo, me gustaba poder sonreírles a los demás, especialmente a él por ser mi amigo más cercano. Pienso que siempre que nos sea posible sonreír habrá luz al final del túnel aunque siga teniendo miedo.
—Ya veo… —resolvió él—. Prefieres guardar silencio.
—Prefiero sonreír… y que los demás también sonrían —contesté escuetamente.
Dan retiró finalmente la mirada de mí y volvimos a caminar al mismo ritmo al que íbamos antes de detenernos; bajé la vista para mirar su mano y por un momento sentí… No, solo son tonterías.
Mantuve la sonrisa, feliz de que estuviera a mi lado, feliz de que quisiera ser mi amigo a pesar de las cosas que se decían de mí. Muchas veces me sorprendo a mí mismo imaginando que estoy con él en una zona apartada del bosque, cerca de mi casa, desvelándole todos mis secretos. Todo: que el tono de mis ojos es real y no producto de unas lentillas; que poseo poderes curativos, además del manejo de la luz que ya todos saben; que mis orejas son marcadamente puntiagudas, pero me las tapo con la melena; que me siento muy cómodo estando a su lado… y que yo… no tengo…
Eso jamás debía descubrirlo. Ni él ni nadie.
Parpadeé varias veces para contener una lágrima y acerqué el dedo al ojo, fingiendo que me molestaban las «lentillas».
—¿Qué opina tu tutor? —preguntó de repente, sacándome de mis pensamientos.
—¿Mmm? ¿Sobre lo de que me llamen marica? —Aparté el dedo de mi cara y le miré—. Solo dice que debo mostrar indiferencia, como si ellos fueran simples piedras en el camino que se me cuelan en el zapato. Lo único que me interesa saber es lo que vosotros pensáis, Dan; ellos no son tan cercanos a mí como para que tenga que importarme lo que digan. Deseo tener buenos amigos y los tengo. Sé que, si me pasara algo el día de mañana, puedo acudir a ti; de hecho, eres siempre mi primera opción. Ya sabes que te considero mi mejor amigo dentro del grupo.
Entorné los ojos tras pronunciar esas palabras y él bajó la vista al suelo.
—¿Por qué yo? —insistió en saber.
—Porque me tendiste la mano cuando lloraba aquel día en el recreo, hace nueve años; porque te quedaste conmigo hasta que dejé de llorar a pesar de estar en cursos distintos y no conocernos de nada.
—Llorabas porque se habían metido contigo. Eso ocurre todos los días —reflexionó él—. No lo considero algo extraordinario para tenerme como alguien tan cercano.
—Yo sé por qué lloraba —le contesté. Y no era simplemente por lo que me decían, sino por lo que yo relacioné ante esas palabras—. Para mí cobra mucha importancia, Dan. Y me da igual que quieras quitarle peso.
—Es porque no lo siento como tú lo sentiste. ¿Me equivoco?
—¡Sí! ¡Exacto! —Levanté la voz más de lo normal. Eso era justamente lo que quería decir sin llegar a desvelar lo que ocultaba y él lo había entendido a la primera—. ¿Ves? Eres así. Tienes un don especial para comprenderme.
Dan abrió la boca para decir algo, pero decidió rectificar en el último momento, dejándome con las ganas de saber qué quería decirme. La verdad es que ya me lo había hecho antes, pero esta vez me sentí con el valor suficiente como para ahondar.
—¿Qué ibas a decir? —Le miré a los ojos.
Él me correspondió, fijando los suyos en mí durante un momento, y cuando pensé que iba a contestar algo… simplemente sonrió. Una sonrisa preciosa, que sentí como cómplice de la mía, como si conectáramos de forma especial y única. Esto provocó que le sonriera de vuelta y ambos acabamos riéndonos durante un rato como un par de estúpidos.
Este momento se convirtió en un preciado recuerdo para mí. Era feliz y no deseaba que acabase por nada del mundo…, pero ya habíamos llegado al punto en que teníamos que separarnos para ir a nuestras respectivas casas.
—Nos veremos mañana, ¿verdad? —pregunté con interés.
Él simplemente asintió, sin borrar esa leve sonrisa por lo que acababa de ocurrir.
—A cualquier hora —respondió—. Cuanto antes, mejor.
Eso me dejó algo perplejo. ¿Lo había dicho porque realmente quería verme para pasar el rato juntos? Ahora me sentía un poco mal por querer machacar la cama hasta que me hubiera hartado de ella, de modo que realicé un cambio de planes.
—Pues entonces llámame cuando quieras —dije intentando contener el creciente entusiasmo que sentía—. Incluso si es en plena noche.
Al darme cuenta de lo que acababa de decir, traté de rectificar debido a que su expresión de leve extrañeza me hizo entrar internamente en pánico.
—Eh… ¡Era broma! ¿Cómo voy a hacer que te levantes a las tres de la mañana para ir por ahí? —me apresuré a decir—. Si mi tutor se enterase, me colgaría de los tobillos, ja, ja, ja, ja, ja.
Imbécil… ¿Dónde tengo la cabeza para decirle semejante estupidez? ¿Shad, qué te está pasando?
Dan movió levemente la cabeza de un lado a otro y sonrió un poco de nuevo, cosa que aplacó mis nervios respecto al tema.
—En serio, perdona que diga tantas estupideces… Será el calor —intenté excusarme torpemente.
—En realidad, ha sonado a una aventura —respondió él para mi sorpresa—. No estaría mal sacar los pies del plato por una vez…
—¿Lo…? ¿Lo dices en serio? —pregunté, cada vez más interesado en lo que estaba proponiendo.
—Mantén el móvil operativo. —Fue todo lo que dijo antes de darme una suave palmada en el hombro a modo de despedida. Luego se encaminó hacia su casa.
Llevé lentamente la mano hacia la zona donde me había tocado y bajé un poco la cabeza, mirándome los zapatos.
—¿Qué acaba de pasar?
Una pequeña sonrisa cambió mi expresión y permaneció en mi rostro. Era tan extraño y a la vez me hacía sentir tan bien que pensé que lo mejor sería no darle demasiadas vueltas a lo que estaba ocurriendo o la magia del momento desaparecería.
Ni siquiera me di cuenta de que había llegado a mi casa. Mi frente chocó contra la dura madera de la puerta principal y el golpe fue tal que tuve que retroceder dos pasos y llevarme la mano a la cabeza.
—Aaah… —Me froté un poco donde me había golpeado y levanté la vista—. Esto no es normal en mí.
Abrí la puerta con mi llave y la cerré tras de mí. Mi tutor parecía que no estaba en casa en ese momento, pues sus llaves no se encontraban en el colgador de la pared donde acostumbramos a dejarlas. Eso me dio tiempo para ponerme cómodo y tratar de reorganizar mis pensamientos. Pasé de largo del salón sin siquiera entrar en él y subí las chillonas escaleras de madera antigua hasta llegar al piso superior. Torcí a la izquierda y abrí la puerta de mi cuarto.
Todo estaba tan ordenado como lo dejé, aunque tampoco podía decir que tuviera demasiadas cosas: mi cama, pegando a la pared; una ventana junto a ella, un viejo armario, una mesita de noche con una lamparita diminuta, un par de estantes pequeños formados por una simple tabla de madera pegada a la pared y una mesa de tamaño mediano con su correspondiente silla.
Dejé la mochila despacio sobre la silla y me acosté de lado en la cama con sumo cuidado. Justo en ese momento, recordé la razón por