Guerrero mestizo. Elena Ibáñez de la Casa

Guerrero mestizo - Elena Ibáñez de la Casa


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vez me faltase y tuviera que estar un par de días sin pincharme. Justo como en este momento, ya que no queda ninguna en la casa por haberse acabado anoche.

      La angustia y el miedo volvieron a hacer acto de presencia en mi mente, lo cual me empujó a alargar la mano hacia la mesita de noche, abrir el primer cajón y sacar un espejo de forma elíptica. Mi respiración se entrecortó un poco mientras me sentaba en la cama, con el espejo entre mis manos, pensando en si debía observarme o no de nuevo.

      —Si… si él se enterase… Si todos se enterasen… yo…

      No pude contener los sollozos por más tiempo. Pensar en cómo podrían reaccionar siempre me llena el cuerpo de puro terror. Es la razón por la cual jamás podría bañarme con ellos en una piscina o simplemente estar en bañador. No debo llevar nada ceñido delante de ellos. Sé que al menos Eona se fijaría y entonces…

      Bajé completamente la cabeza y me eché a llorar en silencio. Mentira sobre mentira. Eso es lo único que podía hacer para ocultarme ante los demás. El verano no es solo el peor enemigo de Tim… También es el mío.

      —¿Otra vez maldiciendo tu cuerpo? —La intensa y profunda voz de mi tutor hizo que mi lloro se detuviera en seco.

      Me quitó despacio el espejo de las manos y lo guardó donde estaba. Yo no me atreví siquiera a levantar la cabeza. Estaba demasiado desanimado y ahora lo único que me apetecía era llorar un poco más.

      —¿Cuándo vas a darte cuenta de lo realmente importante? ¿Acaso no has aprendido nada en estos once años?

      Cerré los ojos fuerte y seguí con mis lamentos en el mismo silencio con el que hubieron comenzado. Jamás he llorado en alto y, aunque ahora mismo me sentía muy mal, la intensidad del sollozo no iba a cambiar nada.

      —Se… señor…, necesito… estar solo —conseguí decir tras unos segundos enjugando mis lágrimas.

      —Si el motivo fuera válido, te lo permitiría. —Dejó algo encima de la mesita de noche; yo ya sabía lo que era—. Si tus pensamientos han vuelto a enfrentarte contigo mismo, ya sabes lo que deberías hacer para remediarlo. Llorar no es una opción.

      —Yo… ¿Y si…? ¿Y si al verlo… me quedo solo? —Mi tutor sacó una jeringuilla del paquete sobre mi mesita. La estaba preparando para mí.

      —Sabes la respuesta. Lo hemos hablado 53 veces en lo que va de año. —Pinchó el botecito con ella y la llenó bastante—. La culpa no es de tu cuerpo. Tu mente permite que tus propios sentimientos negativos, instigados por el miedo al rechazo, la nublen.

      —Gurth… —No solía llamarle casi nunca por su nombre, salvo cuando más le necesitaba. Le miré, suplicante—. Tengo… miedo.

      Clavó sus fríos ojos en los míos mientras cogía mi brazo derecho y lo colocaba para ponerme la inyección.

      —Ve a mirarte al espejo y enfréntate a ti mismo.

      Introdujo la punta del instrumento con sumo cuidado dentro de mi carne. Estaba tan acostumbrado a los pinchazos que ni siquiera lo notaba y, desde luego, eso era lo que menos me preocupaba en este preciso momento. Una vez se hubo vaciado, lo sacó de mi cuerpo y lo envolvió en un pañuelo para limpiarlo y esterilizarlo. Yo me puse de pie rápidamente y fui al pequeño baño contiguo a mi habitación, el cual contenía el mobiliario justo y una bonita ventana que daba al exterior.

      En seguida el espejo mostró su versión de mí. La expresión de ese Shad distaba mucho de la habitual. Su sonrisa se había transformado en un gesto carente de alegría por culpa del miedo que estaba sintiendo en ese momento.

      Muy despacio me quité la camisa blanca. Era la parte más sencilla para mí. La doblé y la puse sobre el lavabo. Luego aparté los mechones rubios que tapaban mis vistosas orejas puntiagudas y me observé durante un tiempo que se me hizo eterno, minutos que se convirtieron en horas hasta que hube conseguido aunar fuerzas para realizar el paso más difícil de todos.

      Me desabroché el cinturón, bajé la cremallera del pantalón azul marino reglamentario del instituto y… poco a poco este se escurrió por mi delgado cuerpo hasta acabar en el suelo. No tardó demasiado en seguirle mi ropa interior… y solo entonces pude contemplar aquella parte de mí que tanto temía que los demás viesen.

      Como si alguien hubiera marcado la zona con un enorme y llamativo punto rojo, mis ojos no podían apartar la mirada un solo instante. Y si ni siquiera yo podía conseguirlo, ¿cómo esperar que los demás lo aceptaran si acababan descubriéndolo?

      —Este… soy… yo —dije lentamente, sin dejar de observar el lugar donde no estaba lo que por sexo masculino debía estar, las cosas que debía tener—. Y estoy… vivo.

      7

       Un paso adelante

      William Timothy Espen

      Hacía rato que estábamos caminando los que quedamos hacia nuestras respectivas casas. Suerte que podemos hacer juntos un buen trecho antes de separarnos. Jin andaba a mi izquierda, sumido en sus propios pensamientos, y las chicas conversaban a unos pasos por delante de nosotros.

      —Oye —comencé a decir, acercándome a él un poco para que me prestase atención—, ¿tú tienes pensado ir con alguien al baile o no vas a asistir como el año pasado?

      Jin negó con la cabeza.

      —Anda, vente. Será muy divertido.

      —¿Por qué no vas directamente al grano y me dices que deseas que vaya para no sentirte tan cohibido ante Eona?

      Su pregunta me pilló totalmente por sorpresa y mi reacción inmediata fue pararle en seco mientras le chistaba para que las chicas no le escuchasen. Fue imposible ocultar el rubor en mis mejillas. Nos mantuve quietos hasta que se hubieron alejado lo suficiente como para poder hablar sin temor a que se dieran cuenta de lo que decíamos. ¿Cómo se le ocurría decir eso estando tan cerca de ella?

      —Tú… esto… tú… ¿lo…? ¿Lo sabes? —conseguí decir tras balbucear un poco. ¿Tanto se me notaba?

      —Incluso adoleciendo de mis episodios me doy cuenta.

      Aparté la cara. Si él lo había observado, probablemente Eona también, ya que es el doble de curiosa. Quería que me tragase la tierra en este momento.

      —Ella no lo sabe —comentó él como si pudiera leerme la mente. Yo le miré perplejo.

      —¿No? —pregunté con timidez—. ¿Y… cómo lo sabes?

      —Porque también se nota —respondió.

      —Eona es capaz de esconder secretos muy bien. Puede haberte mentido.

      —Ella es incapaz de mentirme.

      —Vamos, esa es la trola más común del mundo. Si lo estás haciendo para que no sufra… preferiría saber la verdad. —Miré hacia el suelo, desanimado.

      —¿Te he mentido alguna vez?

      Era una pregunta que nos hacía a todos cada vez que dudábamos de lo que nos dice y es cierto que él jamás ha dicho una sola mentira. También suele preguntarnos si «es como los demás», lo que me hace pensar que insiste de nuevo en que son los otros quienes mienten y que no le metamos en el mismo saco.

      Es curiosa su insistencia en que le tratemos como a las personas sin ese tipo de problemas mentales y a la vez cómo trata de separarse de ellos con su actitud. Quizás sea para destacar como ser humano. Quizás quiere ser como nosotros y a la vez sobresalir como alguien en quien tendríamos que fijarnos. La mente de Jin es tan enrevesada que a veces me da miedo pensar en lo que debe de tener dentro. Sería capaz de ganar a cualquiera en una discusión aunque


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