Conversación en las aulas. Gabriel Jaime Murillo Arango
y elaboración sistemática he sido testigo a lo largo de la última década. Un proceso sin cesar que coincide, en un contexto amplio, con los análisis permanentes sobre las coyunturas difíciles que atraviesa Colombia, sacudida por las crueldades de la guerra y la injusticia, y, en un contexto más reducido, con mi acercamiento de cuerpo presente a un país que he aprendido a sentir, sufrir, identificar, recordar, como uno más de los países que me han hecho y yo he hecho míos. Ha sido durante este tiempo cuando he frecuentado los simposios internacionales sobre narrativas en educación celebrados en Medellín, y en los que he podido sentir cómo late en los corazones de maestros y maestras, profesionales y gentes del común la urgencia de una pedagogía de la memoria en las aulas de escuelas, colegios y universidades, lo que hará posible que las nuevas generaciones de colombianos puedan, al fin, abrazar la utopía de una paz presente en la vida de todos los días.
Christine Delory-Momberger
Profesora de la Universidad Sorbona París Norte
Profesora asociada de la Universidad del Estado de Bahía (Brasil)
París, 2020
Presentación
Desde hace tiempo frecuento la lectura intempestiva de Walter Benjamin, dejándome deslumbrar cada tanto por su inagotable variedad de matices y su desafiante contestación de aquello que creemos inamovible e irrevocable, a la par de hacernos ver sin concesiones que cada uno es obra de sí mismo y se reconoce solo a través de la crítica. Entre otras lecciones, aprendí que la experiencia, cuando se piensa o cuando se dice, es la piedra de toque del ejercicio de una escritura que se hace a tientas, ensayando, en la que la argumentación se genera conforme avanza la conversación, incluso con desvíos y pausas, dando vueltas, sin dejar de construir y buscarse a la vez. Así, somos invitados a leer el paradigmático artículo El narrador, donde el autor pone en relación la pérdida creciente de la facultad específicamente humana de intercambiar experiencias, con que cada vez se hace más raro encontrar a quien sepa contar historias como es debido, a causa de la cotización a la baja de la experiencia.
Antes de las guerras y del vértigo causado por las innovaciones tecnológicas, la narración es una forma privilegiada de mediación en la que el contenido de lo narrado se desprende de la propia experiencia vivida o le ha sido transmitido por otros, convirtiéndose a su vez en experiencia para el que escucha o lee, de tal modo que el receptor es capaz de recordar lo que no ha vivido, la experiencia no experimentada en carne propia, pero que le ha sido entregada en el relato. La figura del narrador hábil en el dominio de la creación oral encuentra sus arquetipos en el marino mercante y en el campesino sedentario, cada uno con sus relatos de tierras lejanas al volver a casa o de las memorias de los antepasados y acontecimientos fundadores de la comunidad.
A la acción de narrar y a la acción de educar les es común la transmisión de experiencia: “el narrador forma parte del mismo universo que el maestro y el sabio”, añade Benjamin (2018, p. 250). El aula de clase, así como lo fuera en su momento el taller artesanal, es un lugar privilegiado donde el alumno está en capacidad de vivir la experiencia que le es transmitida por un maestro dotado del saber de una experiencia. Un transmitir adherido a una voz, vox —entendida en su sentido más amplio—, cuya raíz se prolonga en vocatio, onis, vocación; un sustantivo que designa la competencia de aquel que entrega una ofrenda, lo que es dado como respuesta a la llamada del otro, a la demanda de aquel que desea aprender. Como afirmó María Zambrano (s. f.): “Podría medirse quizás la autenticidad de un maestro por ese instante de silencio que precede a su palabra, por ese tenerse presente, por esa presentación de su persona antes de comenzar a darla en activo y aún por el imperceptible temblor que le sacude. Sin ellos, el maestro no llega a serlo por grande que sea su ciencia”.
Con lo dicho no se pretende certificar un discurso de dirección única que prohija la palabra omnisciente del maestro, sino más bien mostrar en relieve el valor de las narrativas de experiencia que proporcionan un fundamento epistemológico a la acción pedagógica. Una acción no reducida a la mera transmisión de información en el marco de un sistema de comunicación dado, ni tampoco a un trabajo de desciframiento o decodificación en los términos de una instrucción programada. Se trata, sí, de una dialéctica de escucha recíproca, de estar siempre abierto a lo otro, que conlleva la exigencia de estar dispuesto a la afectación desde el afuera tanto como a la reflexión sobre sí mismo, fundada en el hecho de que nadie aprende en lugar de otro, así como no hay más que “vivir para contarla” —para decirlo con el título genial de la autobiografía inacabada de Gabriel García Márquez.
En una entrevista llevada a cabo casi al final de su larga vida, Hans-Georg Gadamer ponderaba en los siguientes términos el significado del concepto experiencia, como aquel que ejerce una función divisoria entre, por un lado, el método de las ciencias físico-naturales y, por otro, el método de las artes y las ciencias humanas en la búsqueda de la verdad:
El hecho de ser experimentado no significa que uno conozca algo de una vez y para siempre ni que se aferre a la supuesta verdad de ese conocimiento; antes bien, uno se vuelve más abierto a las nuevas experiencias. Una persona experimentada no es dogmática. La experiencia tiene un efecto liberador: nos permite abrirnos a experiencias nuevas [...], en nuestra experiencia no damos nada por terminado, sino que aprendemos de continuo cosas nuevas [...], a esto llamo yo el carácter interminable de toda experiencia. (Citado en Jay, 2009, p. 464).
El concepto de experiencia está en la raíz de los enfoques de interpretación conjugados en el análisis de las narrativas de vida de los actores sociales, entre las que se cuentan las biografías de alumnos y profesores cultivadas en el espacio escolar. Las miradas plurales que responden a distintos horizontes de sentido, como también a acentos y modos de ver, han dispuesto de una caja de herramientas indispensable en el examen de la condición biográfica en el tiempo contemporáneo. A la actualidad de una “modernidad avanzada”, caracterizada por cambios profundos que han afectado los modelos de existencia y los estilos de vida, al igual que la exaltación de un “imperativo biográfico” según el cual los individuos son conminados a responder por sus propias historias de vida, por la (auto)realización personal, corresponde la expresión de formas plurales de narrativa del individuo-proyecto. Participamos de un “hecho antropológico” (Delory-Momberger, 2009, 2015) reflejado en los pequeños detalles del mundo de relaciones que se tejen entre el individuo y las representaciones de sí y de los otros, en las relaciones de trabajo y en la escuela, en el núcleo familiar, en el circuito del consumo, en la amistad y en el amor.
Entre otras nociones novedosas puestas en práctica desde este enfoque interdisciplinario, se nombra de inmediato la noción biografización, a cuyo alrededor emergen otras tantas como: biografía del aprendizaje, aprendizaje biográfico, espacio biográfico; iluminadas por los focos de atención que se han puesto sobre la performatividad y las voces de los actores. La utilización de esta caja de herramientas, probada largamente en programas de educación de adultos en países de puertas abiertas a la inmigración y a la democratización de los bienes sociales —que a la vuelta del siglo prácticamente habían sido enviados al cuarto del desván—, permite comprender los procesos de aprendizaje e identidad narrativa de los sujetos en contextos variados y a lo largo de toda la vida: del nivel de educación preescolar y primaria a la educación superior; de la escuela de barrio al escenario internacional; del lugar de la memoria a la memoria del lugar.
Desde hace tres décadas, en buena parte de América Latina, con grados desiguales de intensidad y extensión, se han venido conformando grupos de trabajo enmarcados en esta tendencia investigadora que contribuyen a la consolidación de un “campo biográfico-educativo”. Para Souza, Serrano y Ramos este campo está delimitado por:
los asuntos biográficos, bajo cualquier denominación, [que] son las temáticas de las ciencias sociales en su conjunto o, dicho de otra manera, la aproximación biográfica es un punto de intersección de los campos de conocimiento, a la vez que mantiene disposiciones epistemológicas y teórico-metodológicas que lo constituyen como campo específico y consolidado de investigación [...], lo biográfico se ha convertido en el epítome de las ciencias sociales modernas y del saber educativo en general. (2014, p. 684).
Dicha producción exhibe de forma marcada la interconexión de los campos de