Las FARC. Fernando López Trujillo

Las FARC - Fernando López Trujillo


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del congreso y una espiral de violencia facciosa que ya no tendría fin. El golpe militar de Rojas Pinilla a principios de los años 50 pretendió establecer una tregua forzosa sobre el conflicto, pero el éxito de su misión dio por resultado la alianza de liberales y conservadores en su contra a través del Frente Nacional, que concluirá por expulsarlo del poder y forzar su exilio en España.

      Si bien el nuevo pacto liberal-conservador reinstauró el régimen electoral, lo vició alevosamente al convertirlo en una institución absolutamente ilegítima. Por este pacto, liberales y conservadores se alternarían en el poder, repartiéndose por mitades la totalidad de los puestos públicos y excluyendo cualquier otra participación política por los próximos dieciséis años.

      En esta exclusión ilegítima y en el inicuo monopolio oligárquico sobre las tierras productivas se funda la insurgencia campesina y popular que daría por resultado el nacimiento de organizaciones armadas como las FARCEP, el EPL, el ELN o el Movimiento 19 de abril. Así, medio siglo de guerra civil, larvada o abierta, ha resultado en una naturalización del conflicto, en su cotidianeidad, al punto de perderse las motivaciones que lo originaran. Colombia respira desde hace siglos aires de violencia y conflicto social, de guerra civil y enfrentamiento de clases.

      Un marco complejo

      Desde hace décadas, cada nuevo gobierno que asume habla de paz; pero hace la guerra. Éste era el escenario a principios de los años 80, cuando un nuevo actor se introdujo en ese enrarecido ambiente. El auge del consumo de drogas y estupefacientes entre la población de los países centrales se convirtió en un jugoso negocio para las burguesías de los países periféricos ya entrenados en las economías de exportación de “ciclo corto". En Colombia se establecerá el complejo de producción coca-cocaína, sumando nuevos intereses y nuevas fuerzas beligerantes al morboso escenario de la conflagración indiscriminada.

      Desde entonces, una insidiosa campaña de simplificaciones, desinformación, eslóganes y publicidad engañosa motorizada por las agencias de control del tráfico de sustancias ilegales y las de represión norteamericanas ha buscado oscurecer los verdaderos orígenes del conflicto político colombiano, tras la fachada de un problema policial. Su ocultamiento - qué duda cabe - no colabora en resolverlo, por el contrario lo prolonga, extendiendo también los sufrimientos de una población sistemáticamente martirizada.

      Se atribuye a la guerrilla insurgente una colusión con el narcotráfico que, no importa qué opinión se tenga sobre el conflicto, se revela notablemente exagerada. Pero la capacidad que este comercio tiene de contaminar todas las napas de la sociedad colombiana también nos asegura que ninguna fuerza política o social puede estar al margen de las derivaciones de su economía.

      En los breves capítulos que siguen, volviendo incluso varios siglos hacia atrás, trataremos de exponer las raíces del conflicto colombiano, porque son ellas las que nos iluminarán acerca de la lógica política que anima a los diversos contendientes.

      Buscaremos luego retratar la emergencia de la implantación de la economía de la coca en Colombia, sin olvidar las últimas alternativas de este negocio: los plantíos de amapola dirigidos a la producción de heroína para su consumo en Europa y el mercado norteamericano.

      No obstante el rótulo popularizado por Estados Unidos, que cuelga a la región el sambenito del “narcotráfico", muchos de los pobladores de estos países son “productores" de sustancias vegetales que se encuentran arraigadas en su cultura desde hace milenios, mientras que las actividades de transformación, transporte y comercialización (que a ello hace referencia el término “narcotráfico") se encuentran muy lejos de las capacidades y posibilidades del campesinado latinoamericano en general, y colombiano en particular.

      En ese marco de violencia casi consustancial al estado de cosas, endémica, de grandes poblaciones rezagadas y de intereses económicos espúreos, debe ubicarse a las FARC. Ignorarlo sería pecar, deliberada o incautamente, de simplista.

       La naturaleza colombiana

      “La violencia no es planta natural del paisaje cultural chibcha. Ella vino de fuera y fue expresión de la arbitrariedad en la superposición de instituciones que violentaron una idiosincrasia serena, prudente y austera, nacida del paisaje [como] 'un rayo de sol germinando en el vientre de una esmeralda’’’

      Diego Montaña Cuéllar

      La cordillera de los Andes, que recorre el occidente sudamericano como un muro, se adentra en el sur de Colombia dividiéndose en tres cadenas independientes que recorren el país hasta el norte, configurando así tres regiones diferenciadas. Las cordilleras Oriental, Central y Occidental se ven complementadas al norte y hacia el Pacífico con un cuarto macizo serrano, denominado Cordillera de la Costa o del Baudó. Las depresiones entre estos cuatro nudos forman los cauces de los principales ríos de la región: el Cauca, el Atrato, el San Juan, el Patía y el Magdalena. Este último, el más caudaloso, es el verdadero demiurgo de Colombia, y por siglos ha sido la vía privilegiada de acceso al territorio y de comunicación entre sus apartadas provincias. No es la única de sus funciones; también constituye el nervio y motor de la economía y de la extensión de su cultura.

      Popularmente identificada como tropical, Colombia tiene, sin embargo, una temperatura media relativamente baja. Las altas elevaciones andinas determinan que en Bogotá, por ejemplo, la temperatura media anual oscile entre los 6° y 17°, con picos invernales en enero de 10° bajo cero y máximas veraniegas que por lo general no superan los 28°.

      La cultura de los autóctonos será naturalmente andina, por su inspiración y su hábitat. Las comunidades primitivas que encontraran los españoles a su llegada a la región de las altas planicies de Bogotá, Ubaté, Tunja y los Valles de Fusagasugá son conocidas por la denominación de chibchas que les adjudicara la conquista. Se trata en realidad del pueblo Muisca, y su lengua muisca cubun o muyskkubun fue común a todos ellos desde el año 400 a. C. al siglo XVIII de nuestra era, cuando fue prohibido su uso por real cédula de Carlos III de España del 10 de mayo de 1770. De alguna manera, esta fecha nos da una aproximación cierta de la consumación de un genocidio cultural.

      La conquista de los pueblos originarios

      Por fortuna, sobreviven, sin embargo, hablantes de dialectos diversos de aquella lengua madre. Paradójicamente, la mayoría de estos muisca parlantes habitan en Centroamérica y el Caribe, muy pocos en el territorio de la propia Colombia. Tal parece que se los llamó chibchas como derivación del nombre de su dios tutelar Chibchacum. En lengua muisca, chib corresponde a los términos españoles báculo o bastón, y cha significa “hombre" o “varón". Chibcha, pues, vendría a representar entonces al “Hombre del bastón", figura del génesis aborigen a la que denominaban, precisamente, Chibchacum.

      En el siglo XVI, esos nativos fueron identificados en sus cinco confederaciones, siendo las más importantes la de Bacatá, de donde proviene el nombre de la ciudad capital, y Hunza, que los españoles traducirán por Tunja. Investigaciones recientes estiman que estos pueblos reunían a más de un millón doscientos mil habitantes. Pero mucho de lo que se sabe de fuente primaria sobre estas comunidades agrícolas, organizadas en fuertes jefaturas de clanes que redistribuían tributos, nos lo ha legado Fray Pedro Simón, un religioso que compartió las aventuras de aquellos intrépidos españoles que se adentraron en esta región en el siglo XVI.

      La conquista de estas mansas poblaciones no pudo haber sido más brutal. La imagen de El Dorado encendió la imaginación de los europeos y desató una voracidad tal que afectó gravemente la demografía de la región. Los pacíficos comuneros fueron organizados en cuadrillas de esclavos, aunque tal condición no fuera postulada por el rey hispano para los naturales de estas tierras. Curiosamente, en medio de tantos militares, será el jurisconsulto Gonzalo Jiménez de Quesada el designado por el gobernador de Santa Marta como teniente general, al mando de la expedición que debía internarse por el río Magdalena en busca de sus nacientes.

      Lo


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