El mar indemostrable. Ce Santiago

El mar indemostrable - Ce Santiago


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y los puso en la pila donde su madre pospuso la tarea y el abandono y se permitió sonreír al chico y luego apagó una colilla debajo de un hilo de agua, y él bajó la vista y esquivó la mesa y el brazo de la butaca de camino a su habitación, a estudiar, las sempiternas matemáticas, Aprieta un huevo contra otro, decía él, La puerta encajada, Nada de puertas cerradas, si bien alerta porque antes de empezar quería rematar el dibujo de un barco entre acantilados brumosos coronados con un castillo que estaba intentando a lápiz en la última hoja cuadriculada del cuaderno de las matemáticas, unos acantilados similares a los de un cartel que amarilleaba por los bordes, Francia o Noruega o Escocia, pegado, algo torcido, con restos de cinta adhesiva al escaparate de una agencia de viajes, una vez que volvían del muelle en coche, el dibujo iba a hacer de encabezado para un relato que había empezado más abajo, «Tras un largo viaje, el barco del rey regresaba a su…» así que abrió el cuaderno de las matemáticas por la última hoja, le estaba quedando realmente bien, pensó, las olas contra las rocas4 al pie de los acantilados y la quilla del barco, con una única vela henchida, para el primer relato que iba a escribir, el primero de muchos quizás5, quién sabe, y tropezó con su letra aristada y elemental ESTO SON GILIPOLLECES en mayúsculas, cada palabra escrita al parecer gracias a un esfuerzo extenuante, acuchillando, atravesando el dibujo y las primeras líneas del relato, y como una marca de agua que susurrara al oído sus huellas quedaron impresas en las demás páginas, y en las por venir, y en las que no llegaron, palabras que significaban lo que significaban y que estancaban a la vez la verdad arquimedea que ostentaban, y la boca se le secó al instante, y tragó pero tragó nada, y arrancó la hoja despacio, y más despacio aún la arrugó hasta hacer una bola que luego prensó a conciencia mientras de puntillas entraba al cuarto de baño, la echó al cubo blanco de los desperdicios pegado al retrete color gamuza, polvo y un vello púbico en la tapa, y la cubrió con restos de papel higiénico y una maquinilla usada hasta que quedó fuera de la vista, y finalmente tiró de la cadena para justificar aquella visita al cuarto de baño, demasiado cerca de la oreja siente y huele un Bajasss presiones gaseoso y urticante y ve cómo aprieta los labios y cómo, usando el palo del recogedor, garabatea en la arena húmeda que no ha logrado ni despejar ni alisar lo que en apariencia son unas elipses abolladas mal concéntricas, Menos de mil, de mil trece milibares, mira y atiende coooo ñoo suelta ya esa cuerda que me estás poniendo de los putos nervios me cagoen dios. Tírala, tírala, que la ¡tires!, ¡joder!, y atiende, coño. ¿Ves?, dice, dibujando espirales, derramando otra vez la bebida, Joder, para sí, y se lamió el dorso de la mano, ¿Sa bes lo que son? ¿Eh? Sorbo. ¿EH? Tú qué vas a sa, son, se llaman curvas isobaras, dice, Son un sím bolo, las isobaras sirven para, representan milibares, la presión del aire de latmóssfera.

      Sorbo.

      Asoma súbita la lengua.

      Va a decir algo más, pero cambia de parecer. En su lugar, más encorvado, como si estuviese a la mesa en un cuarto de derrota, ya derrotado, dibuja otra línea que atraviesa las elipses y dice La costa, y tangente al nuevo surco que en su amurallada opinión representa la costa traza otra espiral, Y esto es una borrasca, las erres le patinan, Como esta, dice, y señala las nubes con el palo, Y las borrascas son bajas presiones ¿no?, menos de mil trece, mil ¿entiendes? El chico sin embargo va rumbo norte tras un grupo de gaviotas, dispersas como se dispersarían por una alfombra gris las perlas de un collar que estallara muy por encima de las titilantes copas de los pinos ¡A-tien-dea-es-to!, ¡joder!, te estoy explican do una ¡cosa!, azota el aire con el palo, impacta el extremo contra la arena, Coño, atiende, aprende algo, joder, qué te cues ta, ¿estás gilipollas o qué te p, me cagoen diosss? Y el chico, cáscara maltrecha, fruto ya introverso, atiende.

      –Pareces subn mil trece, para medir las isobaras, la presión de la atmósfera, atien de, mira, se mueven así, en sentido contrario a las agujas delre loj, dice, De derecha a iz quierda, en sentido con… tra… rio, dice mientras dibuja, a las agujas del… ¿ves?, ¿entiendes o no?

      Sorbo.

      Las palabras le caen de la boca en sílabas acuosas, gotas de un grifo que cierra mal, Se comportan como, como, dice, y escruta el suelo, y cuando halla lo que busca se agacha, pero antes bebe, meñique al aire, a por el trozo de cuerda que había dejado caer el chico, y agachado rebusca en la tierra y agarra una piedra, se incorpora y sujeta el vaso entre el antebrazo y la tripa, y con la mano sucia se palmea la pernera y se deja marcas, Se comportan como… si atáramos… una pie dra a una cuerda, dice haciendo lo que dice, afanados los dedos igual que marineros arracimados en popa, aunque el nudo no aguanta y la piedra cae, y vuelve a agacharse y a repetir toda la operación, Me cagoen dios, ahora sí, como si atásemos una pi edra a una cuerda, dónde tendría más fuerza ¿en el extremo o en el cen tro?, a ver, dice mientras hace girar la cuerda por encima de la cabeza, vaga pantomima de lacero, sin derramar ni una gota, pero el nudo apenas aguanta y sin sonido alguno la piedra cae a la tierra parda a su espalda, Venga, di, dónde, venga di, di algo, dice estrujando la cuerda y recobrando el vaso, esperando la respuesta que el chico no daba, Pues en el extremo joder, en el extreeemo, tirando de la segunda vocal.

      Sorbo.

      Otro.

      Bajo la mirada aterida de una tórtola en el tendido eléctrico.

      Por eso no tiene sen tido cuando la gente dice lo del ojo del huracán ¿comprendes?, dijo, No… lo… tie… ne, repitió, cada sílaba acompañada con un golpe de palo en el suelo, una sílaba un golpe, acículas y grumos de arena húmeda salen despedidos, dice Si lo sabré yo joder que el ojo delhura cán está en calma. En… cal… ma. ¿Lo entiendes o no?, pregunta de nuevo, pero con la voz en retirada, claudicando casi, como si de una vez por todas tuviese que asumir que algún tipo de estupidez consustancial impedía al chico comprender, Y se mueven en sentido contrario a las agujas del reloj, añade, casi para sí, con la voz del recuerdo, y luego bebe a la vez que traza otra espiral desencantada en sentido contrario a las agujas del reloj, sobre las líneas isobaras y sobre la costa y sobre la borrasca esbozadas, la arena que se levanta al ararla con el palo que ha usado como un lápiz gigante continúa acumulándose encima de las espiras ahora indistinguibles, hasta que toda esa representación esquemática de isobaras y de borrascas y demás se le revela como lo que es: decenas de trazos con decenas de trayectorias diferentes e indiscernibles, y compone un gesto de contrariedad durante los segundos desiguales en que contempla la fallida carta náutica, y sostiene entonces el palo en alto y lo observa con detenimiento, sopesando quizás su idoneidad como material de dibujo, como si el error residiera en él, o darle tal vez un uso más apropiado como palo que es. Lo balancea despacio, como si enarbolara una bandera en un desfile cuyo fin no acabara de convencerle. El chico comienza a sentir por tanto que la culpa de que todos los rudimentarios arañazos en la tierra se hayan vuelto de pronto incomprensibles le está siendo transferida, que ahora, por algún motivo tan misterioso como incuestionable –para darle quizás un rostro familiar al miedo, y que no sea así más que un miedo familiar–, le pertenece.

      Uno de los perros ladra tres veces y otro le huele el trasero.

      Alza el vaso, y crispadas las comisuras de los labios trémulos escruta el fondo. El chico extiende la palma de la mano.

      Llueve de nuevo. Una llovizna invisible que se estrella contra su rostro como la metralla de un insulto que le estallara en plena cara, y entrecierra los ojos.

      ¿Te da miedo el a gua o qué?, dice. El bandeo del palo. Mar de leva en la respiración. La brisa que cambia a un acorde menor. Habiendo chocho y cue va, que llueva…, recita, y vira hacia el chico. Los ojos como rendijas hacia el cielo de tinta aguada. Murmura Borrascasss. El palo. Se prensa el labio superior entre los dientes. Proyecta la mandíbula. Sacude la arena húmeda adherida al extremo del palo, atizándose con él en la pernera ya manchada. Me cagoen dios, dice ante las prisas de las nubes. Un trueno no tan a lo lejos. Se palpa el bolsillo de


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