El Afilador Vol. 5. Julián García
Hasta la comisaría. La explicación fue rápida. Había pasado a más de 100 kilómetros por hora en un tramo de 70. Es lo que tienen las autopistas cuando cruzan por las ciudades. No había visto el cartel.
Bueno, a pagar. Eran 150 euros. Vaya. Pero, ¿por qué sonreía el agente? Fue entonces cuando me dijo que, además de la multa, me retiraba un mes el carnet de conducir. Ahí me di cuenta del desastre. Tenía que devolver en Bilbao el coche, que era de alquiler, y no podía sacarlo sin permiso de conducción del hangar policial. «¿Cómo vuelvo a casa?», le pregunté, con tono de ruego. Se encogió de hombros.
Pedí un taxi y, desnortado, fui a Tours. Me daba vergüenza llamar a casa y contarlo. Pedir sopitas. Una aventura como el Tour, mi aventura, no podía terminar así. Entré en un bar. Un café. Una tortilla y un refresco. Qué hacer. Llevaba una camiseta con publicidad del Tour. Eso me salvó. Por el Tour me preguntó uno de los parroquianos. Era aficionado. Muy fan de Virenque. Charlamos. Y le conté mi desventura. No lo dudó. Se ofreció para sacarme él el coche. Tragué saliva y fuimos a la comisaría. Puso su carnet sobre la mesa y prometió, prometimos, que yo no iba a tocar el volante. Condujo hasta Tours. Le pagué la comida. Terminamos la conversación sobre Virenque y sus cabalgadas, y a media tarde cogí el coche por carreteras secundarias durante un par de horas. Me reintegré a la autopista y, bien ceñido a los límites de velocidad, llegué hasta casa sin carnet. Me llegó por correo un mes después, a tiempo para ir a la Vuelta.
Con la policía es fácil tener choques durante una carrera de tres semanas. El más extraño lo viví en un Giro de Italia, cerca de Nápoles. Un grupo de periodistas habíamos aparcado en una zona semiabandonada junto a nuestro hotel. No había ninguna señal de prohibido. Por la mañana, solo un automóvil había sido multado, el de la Cadena Ser, conducido por Anselmo Fuerte. El exciclista, extrañado, se apresuró a buscar al agente, que andaba por allí. Tieso como un palo. Le pidió explicaciones. «¿Por que me multa en este sitio y a los demás no?». El policía le indicó un cartel. Era zona ferroviaria. Si te fijabas, bajo las matas había unos raíles roñosos. Hacía mucho que por allí no circulaba ningún vagón, pero… «Ya, vale —replicó Anselmo—. Pero, ¿por qué a mí sí y a los otros no?». El agente sonrió, no respondió y le dio la espalda. Estaba claro: el resto de los periodistas habían alquilado su vehículo en Italia. El de la Cadena Ser tenía matrícula española. A tragar. De todos los viajes del vuelta del Tour, me quedo con el primero. El de la edición de 1999, la que comenzó con aquel desayuno con Bahamontes. Llevaba un Volvo cuatro por cuatro de 210 caballos. Una bomba. Volaba. Y yo con él. Cubrí los mil kilómetros a la carrera, con la adrenalina del Tour. Iba a llegar bien entrada la tarde. Lidia, mi mujer, había entrado ya a trabajar. Y Alba, mi única hija entonces, estaba en Lamiako, con mi madre. Alba, que tenía año y medio, nunca había estado sin mí durante un mes. Parecía enfadada conmigo por esa ausencia. No decía ni mú por teléfono. Quería verla.
Creo que batí el récord París-Bilbao. Aparqué y subí las escaleras de tres en tres. Hasta el quinto piso. Mi madre estaba en el rellano hablando con una vecina. «Hombre, hijo». La saludé. «¿Dónde está Alba?». Mi madre me señaló hacia la cocina. Alba había oído mi voz y allí estaba, al fondo del pasillo. Como paralizada al verme. Sus enormes ojos. Toda la cara se le hizo un puchero. Echó a correr y saltó sobre mí. Ni sé el tiempo que estuvo ahí agarrada con toda su fuerza, sin decir nada. Durante 21 meses de julio, Alba ha tenido a su padre en el Tour. Es el precio que pagamos para que yo pueda seguir siendo adolescente un mes al año.
UN PINGÜINO EN EL SAHARA
Jorge Quintana
Licenciado en Periodismo, nació en 1976 en Torrente (Valencia). Su trayectoria profesional ha estado vinculada a los medios de comunicación escritos y al deporte, especialmente al ciclismo. Fue redactor y finalmente director del semanario de tirada nacional META 2MIL, cargo que ocupó durante cinco años. En la actualidad, sigue trabajando en el mundo del deporte profesional y, además, mantiene intacta su pasión por escribir. Ha publicado anteriormente tres novelas: Cuervos y Palomas y La mujer sin nombre, de la Serie Marco Klein; y Pedaleando en el Infierno, de la serie Lucas Castro. También ha contribuido con sus textos a los volúmenes 1 y 2 de la colección El Afilador.
Un pingüino en el Sahara
El programa comenzó a calcular usando toda la potencia de los ordenadores de la universidad. Ahora, solo era necesario esperar unos segundos. El trabajo intenso e inmenso se había completado antes, cuando una a una se habían introducido todas las carreras del calendario mundial en una labor que, finalmente, incluso la propia Unión Ciclista Internacional tuvo que tomar prestada para arreglar los errores cometidos en Suiza dentro de un cálculo más propio de alquimistas que de otros profesionales. Tras los cómputos precisos, el listado de equipos quedó ordenado de mayor a menor por el número de puntos sumados con los 12 mejores corredores de cada formación, incluidos los fichajes para la siguiente temporada. Los números de cara a la temporada 2013 no eran malos. Eran dramáticos. La conclusión resultaba obvia: no había fórmula alguna para que Euskaltel-Euskadi pudiera entrar en el grupo de equipos que iban a formar parte del UCI WorldTour. Y mucho menos en una época donde la lógica hacía tiempo que había desaparecido de la faz de la tierra.
Solo así puede entenderse que un corredor como el lituano Gediminas Bagdonas firmase un día un contrato por el equipo holandés Vacansoleil y, poco después, firmase otro contrato por el equipo francés Ag2r. En la Unión Ciclista Internacional aún están frotándose los ojos ante el desparpajo de firmar dos contratos diferentes con dos equipos distintos y todo ello sin despeinarse. Y ojo, porque Bagdonas no era mal ciclista. Se había curtido en el An Post Sean Kelly y luego acabaría formando parte del Ag2r durante otra media docena de años, así que no hablamos de un ciclista del montón.
En el caso de Bagdonas, el único problema es que la caza de los ciclistas con puntos estaba llegando a un nivel que jamás se había podido imaginar, con conjuntos dispuestos a firmar por más dinero del que valían los ciclistas y con ciclistas dispuestos a firmar dos contratos diferentes pensando que no iba a pasarles nada malo. Lo importante para ellos en ese proceso es que el sueldo había crecido de forma más que considerable. Luego, por supuesto, llegaría el turno de los abogados y de las negociaciones para que Ag2r compensara a Vacansoleil. Pero, ¿cuál era el mérito de Bagdonas? Pues ganar un par de etapas en la An Post Ras, tres etapas y la general del Baltic Chain y la clásica Ronde van Noord-Holland, todos ellos triunfos menores en prestigio pero mayores en la suma de puntos. Eso sí, como decimos, Bagdonas es de los que supo aprovechar su oportunidad y acabó viéndose beneficiado por la fiebre del punto, una enfermedad que como la fiebre del oro convirtió en loca la vida de personas cuerdas.
La de Bagdonas, por tanto, no fue la mayor sorpresa en el mundo del ciclismo. El propio Ag2r había firmado a Amir Zargari, un ciclista de Irán cuyo mejor resultado en territorio europeo acabaría siendo el puesto 94º en la Route Adelie de Vitre. Lo peor de todo es que a pesar de ese referente, un año más tarde había otro nombre iraní de muchos puntos. Y muchos equipos interesados en echarle el lazo. El más rápido fue Lotto-Belisol, conjunto que empleó los contactos de Ridley en Irán para birlarle en el último segundo el fichaje de Mehdi Sohrabi a uno de los rivales en la pelea por esa última plaza dentro del WorldTour.
En el seno de Lotto-Belisol, un equipo serio y profesional como pocos, nadie conocía a Sohrabi. Solo habían visto sus puntos y los cálculos que les dejaban fuera de la élite mundial por falta de resultados en 2012. Así que movieron los hilos y fueron más convincentes que sus rivales firmando a un corredor que no sabían si era alto o bajo, esprínter o escalador, pero que tenía puntos, muchos puntos. El día que lo ficharon y se garantizaron seguir en la élite mundial, todos los jefes brindaron con champán. El día que Mehdi Sohrabi se desvinculaba de Lotto-Belisol tras un año más que discreto no hubo celebraciones, pero tampoco lloros. Solo un inmenso suspiro de alivio.
Y en medio de esa crisis generalizada por la guerra de los puntos estaba la Unión Ciclista Internacional y su polémica política de globalización del ciclismo,