El infame. Enzo Romero

El infame - Enzo Romero


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que los llevó ante la presencia del mismísimo hermano Fernando.

      Me decepcionan profundamente, ¿es que acaso este colegio no les ha dado valores profundos?, ¿cómo se les ocurre hacer este paro sin avisar?, eso no es digno de un estudiante marista, dijo el hermano Fernando; nos mueve la necesidad muy digna de celebrar como corresponde el Día del Alumno, hermano Fernando, respondió el Vela, nosotros mismos lo creamos y ustedes, si leyeron el programa, lo habían aceptado; pero hay otras maneras de conseguir sus objetivos, sin recurrir a la violencia, los maristas resolvemos nuestras diferencias a través del diálogo y el respeto a los demás, no es valiente obligar a sus compañeros a no venir a clases a aprender, ¿no es acaso injusto para los que quieren estudiar tranquilamente?; es injusto estudiar tranquilamente cuando otros no lo están, hermano, somos un cuerpo y como tal debemos comportarnos, opinó Matus; eso será en el ejército, esto es un colegio y deben obedecer lo que se les manda, ese Día del Alumno no existe en ninguna parte, no es el Día de la Madre o del Padre, o el Día del Profesor, que aparecen en los calendarios escolares que entrega el Ministerio, dijo Condoro; ¡pero el mismo hermano Fernando nos enseñó del libre albedrío, Dios nos da la libertad de escoger incluso nuestro mal!, ¿cierto, hermano?, ¿qué tan terrible puede haber en esa celebración?; no es leal citar mis clases para desacreditarme como rector del Colegio, lo que hicieron es muy grave y merece la peor de las sanciones, sus actos demuestran un gran desprecio hacia nuestra institución y deben ser castigados por eso, aunque me duela, los instigadores de este paro macabro deberán tener un castigo muy severo, proporcional a la gravedad de su falta, y el Condoro; yo creo que ni con la expulsión pagarían, eso sí, ustedes tienen una oportunidad de salvarse si es que nos revelan inmediatamente, de quién fue la idea del paro, por supuesto que eso no cambiará la imagen que nosotros tenemos de ustedes como personas sensatas, aunque hayan cometido un error, ¿quiénes fueron, acaso los señores Montenegro, Páez, alias Pitihue y Contreras, alias Catafirtol?, miren que algo de información manejamos; no somos ningunos soplones, dijo el Gato, si estamos acá es porque somos la voz de nuestros compañeros, y llevamos más años en el colegio que usted y que el mismísimo hermano Fernando, así es que sabemos mucho mejor que ustedes qué es y qué no es este colegio, y definitivamente, este no es un colegio de sapos; ¡qué es ese lenguaje, mocoso, por Dios!, ¿con quién se creen que están hablando?, ¡Álvarez!, ¿me puede decir en qué momento pensó que hablar con estos pergenios serviría de algo?, ah, carajo, me parece que es usted más bruto que ellos todavía, vamos a mi oficina, que acá no vamos a resolver nada, dijo el hermano Fernando, que parecía haber perdido el control de la situación.

      Los tres salieron del colegio y se juntaron en el parque que bordeaba el cerro de La Virgen, ahí se habían escondido casi todos; ¿nos vendieron?; ni cagando compañeros; este sí que fue Día del Alumno, conchetumadre, le hubieran visto la cara al culiao del Condoro, estaba que se recagaba el maricón; ¿y ustedes?; siempre dignos; ¡salgan, sapos culiaos, seguro estaban que se meaban!; un poco, pero igual aperramos cabros; capaz que nos echen a todos; no creo, el hermano Fernando es rebuena gente; no, si se veía más enojado que la cresta; la media cagaíta, mi papá me va a penquear, le dije que no iba a participar; ¡salud por el Día del Alumno!, casi cien pendejos había al borde del cerro, Catafirtol destapó una botella de cerveza; ¡salud, salud, salud!

       5

      Lo mejor eran las jornadas de Semana Santa, era el momento propicio para intentar ligar con alguna muchacha, sobre todo, los designados para estar a cargo de un grupo, era su momento de mayores posibilidades. Si te tocaba ser animador arriba del escenario, tenías el éxito más que asegurado. El cura era monitor de un grupo de quince jóvenes junto a Daniela. Bienvenidos, amigos, —decía— mi nombre es Pablo Cordero y seré su monitor en esta jornada, nos hemos reunido aquí para conmemorar la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo, mas lo vamos a hacer en buena onda, como jóvenes que somos, con respeto, pero con entusiasmo, vamos a conocernos profundamente, algunos se van a aburrir, pero otros vivirán una experiencia que podrá cambiar sus vidas, todo depende de ustedes; y Daniela agregó: seré su monitora junto a Pablo, pero más que eso quiero ser su amiga, que puedan confiar en mí para contarme sus inquietudes y pensamientos, yo sé que al comienzo será difícil, pero confío que en estos días, aunque pocos, podamos sembrar la semilla de una hermosa amistad; mi nombre es Julián y espero encontrar a Dios en esta jornada, conocer nuevos amigos y pasarla bien; me llamo Francisca y no sé muy bien a qué vine, mi mamá me mandó porque no tengo muchos amigos, espero no aburrirme; Carlos: espero encontrarme a mí mismo, conocer a los pobres de la ciudad y ayudarlos; el Sapo Laguna: yo estudio en la Universidad y espero ayudar con mi experiencia a las nuevas generaciones de cristianos para que no se pierdan en los vicios como yo, contarles mi experiencia y ser una luz en la vida de los más jóvenes; me llamo Cata y me gusta la música y bailar con mis amigas todos los sábados, pero ahora quiero conocer a Jesucristo, porque me dijeron que en estas jornadas se pasaba mejor que en la disco; me llamo Ricardo y no sé a qué vine y no sé lo que quiero. La lana corría en torno a los integrantes del grupo que habían sido dispuestos en un círculo mirándose las caras, las piernas de Cata y las tetas de Francisca, pobrecito el Cura que estaba con Daniela. Me llamo Cristine y mis papás son evangélicos, me mandaron para que viera las otras religiones. A Paty y a Gabriela las habían mandado de las monjas porque eran del Centro de Alumnas, Gonzalo quería conocer una polola del colegio de monjas, aunque también a Nuestro Señor porque encontraba que en su liceo no había ninguno, y a Iván no le alcanzó la plata para irse a la playa y total acá había tantas minas como allá.

      Luego de la presentación y unos juegos organizados por los Scouts, había que hacer un «desierto», no irse, había dicho el hermano Fernando, que no era necesario salir muy lejos sino dentro de uno mismo, en silencio, buscar un rincón y reflexionar como Cristo sobre nuestra misión en la tierra, solo que no cuarenta días sino media horita no más, se podía llevar un papel y anotar algo si uno quería, el Cura se llevó unos cigarros y una latita de cerveza, total él ya era un avanzado en esas lides, se había mandado unos desiertos más grandes que el de Atacama y había llorado la carta completita en el retiro para monitores en Algarrobo, como nunca le gustó la aridez del desierto, en esas ocasiones se acompañó de una petaquita de ron que había encontrado en el velador de la mamá, pero para media horita en la mañana bastaba con una buena Pilsen y un par de Hiltons, total en el colegio nadie le decía nada, era el Cura Cordero, el único en una docena de años con intenciones serias de convertirse en seminarista de los hermanos maristas, el único capaz de pasar desapercibido tanto entre los revoltosos como entre los estudiosos, total, al fin y al cabo del rabo, en el fondo todos lo tenían por un reverendo imbécil: sus compañeros, los profesores, los hermanos y hasta él mismo.

      Sin desayuno y habiendo madrugado para la jornada, decidió que lo mejor sería dormir una siestecita en el desierto y, como hacía calor, se metió en el laboratorio de computación y se acomodó entre los escritorios, abrió la cerveza y encendió un cigarrillo, se durmió luego de un cuarto de hora, si hasta dicen que soñó. Para cuando se despertó pensó que era el mismo demonio el que venía a tentarlo en su desierto, le echó la culpa a la cerveza tan temprano, creyó sinceramente en las palabras del hermano Teófilo que ya le había advertido que los caminos del Diablo suelen ser más misteriosos que los de Dios mismo, porque sin duda esos alaridos tenían el color del Averno, si hubiera sido lector de algo más que del Quirquincho, de seguro recordaba la historia aquella tan famosa como verdadera donde al Diablo se le castiga metiéndole en el Infierno, por la feroz manera con la que el Sapo Laguna castigaba su diablo en el infierno de la pobre Cata, que de tan pía llegaba a llorar de sagrado dolor, arriba de la mesa del profesor, con la faldita en la cintura y el calzón rosado por los tobillos, mientras gritaba más diablo, más diablo, o solamente diablo, o quizá hasta Dios mío, Dios mío, que a esa altura parecía que trabajaban juntos, reconciliados y escondidos, en el desierto de escritorios y computadores viejos.

      Optó por seguir escondido mientras durara la función, mas tampoco debió extralimitar en mucho su paciencia, que a esa edad los trámites lúbricos son más bien efímeros, pensó en la suerte de ese tal Sapo Laguna, y que él también quería algún día llegar a la Universidad, porque ahí sí que debía ser muy fácil conocer a todas las mujeres más lindas y libertinas, no como su Daniela, que apenas unos agarroncitos


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