Setenil 1484. Sebastián Bermúdez Zamudio
recogiendo los últimos enseres y demás precisos del ejército, los soldados vigilaban el lugar bajo la supervisión de algún mando joven, en este caso don Alonso de Cárdenas. Todo comenzaba a desvanecerse, la vorágine primordial del cerco a Setenil desaparecía. La tarde amenazaba con irse, la hora de vísperas pasó y pronto acabaría otra jornada.
Tras dejar mi montura en la Torre Albarrana, me dirigí caminando hacia la casa de Salomón, donde malparió la reina, pendiente arriba, con la triste imagen de casas quemadas y derrumbadas por la acción penetrante de las bombardas y morteros. A un lado y a otro se observaba la devastación realizada por el fuego de artillería, aunque, al menos, el aire ya venteaba sano tras el putrefacto olor de esos cadáveres ya desaparecidos que días atrás se encontraban esparcidos por toda la plazoleta de la villa, por todas sus calles, colgados de azoteas o en las ventanas. Imágenes que recordaban la feroz atrocidad con la que se acometió el lugar y con la que sus vecinos lo defendieron, una lucha de sangre. Recordé entonces mi llegada, un tiempo diferente, tiempo donde la felicidad de un pueblo se sostenía con una convivencia en paz entre gentes de distintas creencias, de diferentes culturas, cada uno de padre y madre distintos pero hermanados por un bien común, o al menos eso parecía.
—¿Qué será de todo ahora? —me pregunté.
Imaginariamente intentaba buscar una respuesta dentro de mí, como queriendo solventar de pronto todo lo que en días habíamos destruido, aunque, por supuesto, esa era la nueva meta a cumplimentar. La panadería seguiría su habitual curso con una nueva hornada a cargo de nuevos inquilinos, ya don Jaime pasaría para purificar el horno, cuánta facundia éramos capaces de vender en nombre de Dios. Algunas familias se establecerían en el sitio, personas llegadas desde todo el Reino, pensaba en cómo ubicar a toda esa gente, los hombres seguirían el curso de la contienda y ellas, sus señoras, acompañadas de sus familias, se instalarían en Setenil. Quedarán las tierras a la espera de nuevos dueños que llegarán al finalizar la contienda, antes de su vuelta se comenzarán las obras para recuperar el lugar, todos ofreceremos colaboración dentro de las posibilidades de cada cual. El regreso de unos hombres que, ofreciendo su vida a cambio, requerían con anhelo lo que en otro tiempo perteneció a sus antepasados.
La guerra todo lo puede, lo que ayer era mío hoy es tuyo y mañana volverá a ser mío, así es y así será, a cambio, miles de vidas inocentes morirán como consecuencia de esa gloria buscada por el ser humano. Ya en la puerta de la casa pude observar cómo se quemaba todo lo que en su interior contenía la mezquita, sin ningún tipo de cuartel, a saco.
“Acaso tiemble abajo, poco o mucho,
más por mucho que el viento allá se esconda,
no sé cómo, aquí arriba nunca tiembla”.
La divina comedia
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