Setenil 1484. Sebastián Bermúdez Zamudio

Setenil 1484 - Sebastián Bermúdez Zamudio


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y antiguo asentamiento en el fértil valle, allí les esperaba una nueva vida, trabajando la mayoría de ellos en tierras de labor o con la ganadería de la zona. Huérfanos de corazón, condescendientes con lo elegido, pronto deberían volver para su bautismo.

      El sol comenzaba a aparecer con fuerza tras los suaves aguaceros de la noche anterior, el mes no dejaba indiferente a nadie, los que querían sol lo tenían y a los que pedían agua les llovía. Es la naturaleza de estas tierras de al-Ándalus, todo lo que uno puede desear se encuentra aquí, la yanna para unos, el paraíso para otros.

      Aproveché el alba para visitar el sitio donde se encontraban enterrados tanto mí amada Zoraima como su padre, mi amigo Salomón. A esas horas todo se encontraba en silencio y pude rezar por ellos, por su alma y descanso eterno, despidiéndome para siempre entre la más dura de las soledades, aquella que solo quien pierde a alguien querido puede comprender. Volvería mil veces al lugar, tantas que terminé pidiendo al rey la concesión de esos terrenos, ni dudar cabe que me los otorgó, eso fue mucho más tarde, terminada la guerra con Granada.

      “Si alguien me hubiera dicho:

      terminarás olvidando a quien amas,

      lo hubiera negado mil veces

      pero tu permanente indiferencia me ha llevado al olvido.

      Te agradezco tu desdén

      pues me ayuda a curarme.

      Hoy me maravillo del olvido

      cuando antes me fascinaba la constancia

      y siento tu amor como brasas ardientes bajo las cenizas”.

      Ibn Hazm. El olvido.

      Mantuve una charla con el cardenal buscando asegurar los pasos a dar con respecto a la cristianización y bautismo de los que se quedasen en Setenil, también sobre el cambio eclesiástico que recibiría el lugar. Rápido y conciso tuvo a bien explicarme sobre la importancia de convertir la mezquita cuanto antes en iglesia y en bautizar a los moros que quedaron en tierras ya cristianas. Luego me habló de levantar la iglesia de san Sebastián como objetivo en prioridad, buscaría benefactores que necesitasen del favor de los reyes para que aportaran lo necesario para comenzar con las obras y terminar cuanto antes. La reina tenía intención de volver en navidad al lugar donde su hijo quedó enterrado, era mujer devota y no olvidaría visitar al infante en ningún momento de su vida. Un nuevo cura de su confianza se encontraba instalado ya en la nueva casa parroquial, pronto pasaría a presentarse y contar de primera mano de sus propósitos.

      A pesar de no ser amigo del cardenal y no tener trato con él, mantuvimos cordialidad en nuestro diálogo, era sabedor de que no era ni devoto ni creyente, tampoco de asistir a misas, cada uno es como es. Respetaba la necesidad del pueblo en esa creencia que los mantenía con esperanza, esa misma que les aseguraba que sus rezos ayudarían para traer pan a casa y salud a la familia, respetaba a la Iglesia, nada más florecía en mí hacia ella.

      Respecto a don Pedro viene a bien decir que representaba al alto clero en el Reino, cardenal y guerrero, arzobispo de Toledo y enamorado del arte renacentista italiano que lo llevó a un profundo cambio en la arquitectura castellana, hombre rico, muy rico. Así vivió su vida y agrandó su leyenda, entre espadazos y confabulaciones, convirtiéndose en mecenas de magnificas construcciones y recibiendo los halagos del pueblo que lo admiró. Ayudó a la reina contra la invasión portuguesa en la batalla de Toro y consiguió que el rey francés Luis XI se inclinase hacia los reyes en la guerra civil del Reino de Navarra. Constituyó un apoyo decisivo durante la Guerra de Sucesión Castellana para la causa isabelina contra los partidarios de Juana la Beltraneja. Tuvo dos hijos con la portuguesa Mencía de Lemos, que la reina legitimó en señal de agradecimiento por sus servicios, también era padre de Juan Hurtado de Mendoza, nacido en Valladolid e hijo de doña Inés de Tovar. Ahora luchaba por conseguir del papa la autorización sobre la legitimación de sus hijos y así poder testar a su favor.

      Hombre válido que el tiempo me dio la oportunidad de conocer mejor y de comprender sus necesidades con el Reino y sus prisas con cada objeción y petición que presentaba, su herencia perdurará tanto como la de cualquier rey. Me honró con su amistad y a pesar de distintas disputas, siempre estuvo cuando requerí de sus favores y él de mi espada.

      “Dama, mi muy gran querer

      en tanto grado me toca,

      que no me puedo valer:

      mi bivir por se apoca.

      Apócase mi bivir

      por amar demasiado,

      no me aprovecha el seruir

      ni me aprovecha el cuidado;

      vóyme del todo a perder.

      La vida mía se apoca,

      esto causa mi querer

      que en tanto grado me toca”.

      Cardenal Mendoza

      DESIGNIOS

      Un vaso de vino caliente y un pan untado con compota de membrillo repusieron mi maltrecho estómago en casa de Zadí Amou, ayudante del médico de Ronda en sus visitas al pueblo, a quien fui a visitar antes del alba para que tampoco abandonara el pueblo y quedara como parte del elenco de principales. Me estuvo contando que el cardenal y un hombre de Roma le preguntaron sobre una cajita que depositaron en la mezquita, les dijo que nada sabía, que bastante tenía encima con los heridos. Tras un breve sustento lo dejé preparando ungüentos y hojas para apósitos yéndome a conocer el estado del torreón y las murallas en la parte de El Lizón, los cañonazos apenas hicieron mella en ellas y era poca la labor que allí se llevaría a cabo en restauración de gravedad. Las labores en el pueblo comenzaban a mantenerme ocupado pues quería comenzar cuanto antes con los arreglos y nueva gestión, además, eso me mantendría ocupado y alejado de pensamientos evitables. El rey apremiaba con todo, pueblos arrasados, pueblos en pie de nuevo, sin pausa, un grupo de trabajadores en pos de un sinfín de trabajo y nada de descanso, en poco menos de dos meses todo debía estar casi terminado excepto las grandes obras. Así, en esas nos veíamos en quehaceres infinitos, en constantes reuniones y mandas de obligaciones.

      El día anterior, con la visita de los enviados por parte de Hudhayfa, fue bastante agitado para todos, pero no se permitía tregua, hoy debía verme con unos agricultores de la zona y con varios ganaderos, querían saber sobre los nuevos impuestos y nuevas normas. Un torrente de peticiones para reuniones que me hizo llegar uno de los secretarios reales mientras desayunaba con Zadí, le dije que atendería a todos pero que era necesario mantener calma y espera durante esta semana, primero debía organizar la documentación para comenzar las aprobaciones y desestimaciones solicitadas. La cristiandad revolucionaba a su paso todo aquello que agregaba a sus dominios, no se permitían errores y por eso sentía el peso de la responsabilidad sobre mis hombros, apenas acabábamos de conquistar el sitio y ya quedaba claro que la nueva ley estaba para cumplirla. Claro, tras nosotros llegaron los secretarios, escribientes, letrados, jueces y un no parar de personajes que no habían combatido, se mantenían a la espera de su momento, y ese era ahora, donde entraban en juego y querían su papel de importancia, yo solo quedaba al mando, pero con claro requerimiento por cada uno de ellos, debía atenderles y como buenamente me permitía el oficio, lo hacía.

      Fui en busca de mi caballo a la plazoleta, al verme llegar se acercó un mozo de cuadras que se encargó del animal la noche anterior, esperaba junto al arco de entrada, di las gracias y premié con un cuarto de dirham al agradecido muchacho. Monté y comencé a bajar la calle del Príncipe, debía pasarme por el Real de San Sebastián y recoger el bastardelo que dejaron allí sellado y firmado los reyes. Luego debía dirigirme hasta Olvera, allí mantendría la reunión para tratar de explicar las nuevas leyes a los representantes del medio rural, don Fernando quería zanjar cuanto antes esa cuestión y no demorar porque luego los malentendidos solo acarreaban problemas y soluciones drásticas.

      El coro tempranero de personas junto a la Torre Albarrana no auguraba nada bueno, soldados y curiosos conversaban entre aspavientos y gestos de desaprobación, entre ellos el nuevo


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