Setenil 1484. Sebastián Bermúdez Zamudio

Setenil 1484 - Sebastián Bermúdez Zamudio


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conversaciones y contadores de historias. Dos juglares mantenían atentos a los jóvenes con sus fantásticas historias, alguna mujer trabajaba su cuerpo a destajo, antes que los hombres cayeran en brazos de Baco, perdieran el conocimiento y la bolsa quedara vacía.

      A la mañana siguiente continuarían los planes previstos, los prisioneros serían enviados a Ronda, bajo vigilancia de las Guardias Viejas de Castilla que ya empezaban a tomar notoriedad dentro del ejército y nada mejor que demostrar su valía escoltando a los prisioneros. Según el grado de importancia de cada prisionero serían tratados a su llegada, unos cambiados por los nuestros, otros desterrados a través del puerto de Algeciras hasta África, algunos vendidos para esclavos y los más fuertes a galeras, como la mayoría de soldados apresados. Por otro lado, y según supe más tarde de boca del marqués, la Corona no pretendía acceder, de momento, a las pretensiones de Colón, pero claro, tampoco quería encontrarse con un viaje a vista y no tener las naves preparadas. Con esa realidad se encomendó a los hermanos Pinzón la restauración de dos carabelas y la construcción de otra.

      Por último, el invierno, la previsión de una estación venidera con frío y posibles nevadas en la zona de la sierra, si así se daba se asumiría, aunque no sería bien acogida en el seno del ejército. La necesidad de conseguir cereal y alimentos para pasar el invierno se convertiría en una prioridad. Las cuentas del rey contaban para dos meses en la toma de Ronda, luego partir para la costa en busca del mejor clima y reponer fuerzas para continuar con la conquista.

      La última previsión no se cumplió, Ronda tardó en caer cinco meses debido al gran número de prisioneros cristianos que se encontraban retenidos, eso conllevó más negociación que lucha. Además, el invierno se presentó dificultoso más por lluvias que por frío, ese hecho dificultó el movimiento del grueso del ejército. Los campamentos pudieron salir adelante pues la carne llegó en abundancia, gracias sobre todo a los señores de la zona que buscaron congraciarse con el rey enviando todo tipo de alimentos, reforzando con donativos su propia protección y la de los suyos. Muchos fueron los que ofrecieron cobijo al ejército en sus cortijos o, en muchos casos, habilitando graneros y almacenes para la ocasión. Este pormenor causó más reveses que derechos, la convivencia aletargada provocó revueltas y levantamientos que terminaron por desencadenar castigos y marchas forzadas bajo tiempo agreste buscando calmar los ánimos. Los días de espera se ocuparon en perseguir a bandidos y campamentos de moros en la sierra de Ronda, averiguando lugares donde se cobijaban algunos de los soldados moros que consiguieron escapar a los asedios de las fortificaciones. Varias emboscadas sufridas y acometidas sirvieron para mantener a la tropa distraída durante ese tiempo de espera.

      Quedaba ver qué pasaría con los dos prisioneros para los que pedí protección, en un principio se les dio alojamiento en la villa hasta que los llamase el rey para consulta y decisión, allí quedarían, de momento, a la espera de sentencia por parte de don Fernando, nada malo les ocurrirá si colaboran y estoy seguro de que lo harán llegado el caso. Mi idea era que se les dejara volver a Granada, seguro que allí nos pueden valer en el futuro. El rey me repetiría que ningún prisionero nos valdrá en adelante, al que hoy dejemos libre, mañana intentará matarnos, pero él no los conoce como yo, no sabe lo que sufrieron al verse abandonados por los suyos.

      []La noche amenazaba una vez apartada la luz del día, noche de época estival que auguraba una madrugada en frescura. Desde esa terraza de olivos y encinas que forma el campamento se divisaba la oscuridad en la campiña, por donde el marqués de Cádiz llegó a Setenil con dos mil soldados a caballo, al pensarlo imaginé la terrible estampa que podía suponer para las gentes del lugar esa visión. Un pensamiento escabroso se apoderó de mí por un instante.

      Me detuve cercano a una hoguera, los ruidos se apagaban y las llamas en la distancia comenzaban a morir, se agotaba la jornada, los cuerpos cansados, la vida en descanso, un campamento que latía exaltado y ahora era consumido por el sueño y los placeres terrenales que de las viñas se extraían. Aferré la empuñadura de la espada con mano firme, busqué con la mirada a los malditos ingleses y extraje la mitad del acero que brilló en la oscuridad, luego lo volví a su sitio con decisión contrariada y continué caminando.

      “Mía es la venganza y la retribución; a su tiempo el pie de ellos resbalará, porque el día de su calamidad está cerca, ya se apresura lo que les está preparado”.

      Deuteronomio 32:35

      EL PARTO

      Raissa pidió al médico don Juan Díaz que abandonara la habitación y que en caso de necesitarle ya lo llamarían. Ella tomó los paños calientes y los acercó a la cama donde se encontraba doña Isabel, luego le secó el sudor de la frente y la tranquilizó tomando su mano con suavidad y mostrando una tierna mueca de ternura.

      —Pronto acabaremos, señora.

      —¿Viene muerto, verdad?

      —Así es, pero igualmente tenemos que sacarlo.

      La reina cerró los ojos y una lágrima escapó entre los apretados párpados, Raissa le había dicho cuando escuchó su vientre que el niño llegaba sin vida. Acercando su oído a la barriga de la reina y con unos movimientos de manos a su alrededor, sentenció con la frase de su muerte al ser preguntada por doña Isabel.

      Dos horas antes, y por consejo de Raissa, partera con métodos árabes pero cercana a los reyes desde hacía tiempo, propuso llevar a la reina hasta la misma villa de Setenil, aconsejando habilitar una habitación para el alumbramiento en la casa de Salomón, situada a la izquierda junto al arco de entrada a la plaza de la Mezquita. Sitio bien ventilado por su ubicación junto al arrabal de Los Cortinales y protegido por gran cantidad de soldados que rastreaban hasta el último rincón de la villa para mantener su seguridad. Tras debatir con el rey el asunto, se dispuso un carruaje y una escolta de cuarenta hombres que protegieron el camino para que nada sobresaltase los ánimos. La reina acató lo que decía la partera y se puso en sus experimentadas manos, el médico acompañó a doña Isabel en el camino y estuvo a su lado hasta que Raissa le pidió que abandonase la estancia, los alumbramientos eran llevados por la partera y una o dos ayudantes, ningún hombre estaba nunca presente salvo fuerza mayor de necesidad. La habilidad le venía por vocación familiar, la joven mantenía alerta la mirada sobre todo lo preciso, exigiendo en cada acto una puntualidad e higiene dignas de la reina. Su forma de vestir al estilo nazarí chocaba con el color de su piel siendo menos oscura que las mujeres árabes, sin embargo, esa indumentaria de moda pronto desaparecería. Ella fue criada en palacio a las faldas de su madre, jugando a correr hasta convertirse en la mujer que hoy era, a pesar de haber respetado las creencias de cada uno, ella decía no creer hasta que pudiese sentir de verdad cualquier señal que la moviera hacia la fe. Su excelente disposición con la reina le valió su simpatía y agrado, convirtiéndose en un gran apoyo en momentos delicados que con nadie trataba.

      La habitación fue rápidamente aromatizada con unas hierbas que encendieron sobre un plato de bronce las doncellas de la reina. Ella se tumbó sobre la cama y una joven de unos doce años se encargó de ir pasando paños limpios por las piernas de doña Isabel con tacto suave y mucha calma. Raissa acercó varias veces el oído a la barriga de la reina y la masajeaba con sumo cuidado, untando aceites en su piel y recitando palabras de amor en voz muy baja. Cuando el baño con agua caliente estuvo preparado, la sirvienta llevó un caldo caliente que tomó la reina y luego fue bañada para purificar su cuerpo, volviendo a la cama nada más terminar de secarse.

      Raissa se lavó con esmero sus manos y comprobó que las de su asistente, la niña de doce años, estuviesen también limpias y con las uñas cortadas, todo estaba en orden, no quería que ese detalle provocara una infección a la reina. La partera ya era sabedora de que algo fallaba en el transcurso natural del parto, no escuchaba latir al bebé y el vientre de la reina perdió presión, como cuando el embarazo va mal. Era su costumbre observar esos detalles para proceder con mayor cautela en caso de haber un problema y mantener cuidado para no provocar una hemorragia interna que podía llevar a la muerte a una madre.

      Mantuvieron distintas sábanas a mano para la muda de cama tras el baño a la reina, la jofaina con agua caliente se mantenía cercana sobre un posadero de madera. Comprobó algunos artefactos de succión y los instrumentales


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