Setenil 1484. Sebastián Bermúdez Zamudio

Setenil 1484 - Sebastián Bermúdez Zamudio


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de todo lo allí establecido esos días, quedando la tienda del rey como última para desmonte, a la espera de su partida cuando se recuperara la reina. Los zapadores se quedarían una jornada más para la recogida de bártulos y armamento, incluidos los bolaños de las bombardas, piedras cinceladas de Acinipo, luego, en carros y mulas, los acarrearían hasta Ronda para volver al trabajo que allí esperaba.

      Yo bajé a la villa en busca del capitán Ahmad y Räven, nos personamos ante el rey y hablamos de la nueva situación en que se encontraban. Ambos debían partir al terminar la audiencia con don Fernando hacia Granada. Provistos de un salvoconducto real que les permitiera atravesar tierras cristianas sin problema, una vez allí establecidos y tras contar la versión que bien vieran sobre lo sucedido, quedarían al servicio de la Corona para cualquier necesidad, todo quedó escrito bajo palabra y juramento. No fue fácil convencer al capitán, pero era aceptar lo propuesto o poner destino a galeras. El rey no los conocía como yo y no era sabedor de tanto como apoyaron la decisión de rendición y entrega durante las negociaciones, tratando de evitar la pérdida de tantas almas inocentes como se dieron al final de la contienda. Don Fernando, como todos, pensó más en los cristianos caídos que en los enemigos, además, el hecho de la muerte del infante y el estado de la reina, pesó en contra de los dos mandos de la fortaleza nazarí.

      Intervine tratando de convencer a ambos recordando que los primeros traicionados fueron ellos mismos por Granada y su gente, algo que ya sabían mejor que nadie, los dejaron desamparados, expuestos ante un futuro incierto cuando más falta hizo su apoyo y todo tras una etapa de gloria y compromiso como siempre mostró Setenil en la frontera.

      Finalmente aceptaron, sin embargo, reclamaron sus condiciones, tales como que no se enfrentarían jamás a los suyos y que cada información que le llegase a la Corona en su nombre sería cuando ellos lo decidiesen, sin poner en peligro su buen nombre ganado con muchas jornadas de frontera. El rey aceptó, pues era más un favor a mi persona que una necesidad en la lucha, pero como le dije, “es mejor tenerlos a nuestro lado que con el enemigo”.

      Acompañé a Ahmad y Räven hasta las caballerías, donde les entregaron dos caballos de los que fueron requisados tras la toma de Setenil, yo personalmente ordené que recibieran los que a ellos pertenecían, sus caballos. El cariño a un animal va más allá de lo entendible, soy portador de ese amor en mí mismo y en su gesto de agradecimiento percibí que ellos igual. Antes de despedirme les deseé suerte en su camino y lo mejor por ese devenir que les esperaba, quedamos en volver a vernos pronto, antes de cinco meses les prometí, luego nos abrazamos y esperé hasta verlos partir ante la desaprobación de algunos y el gesto aprobatorio de la mayoría. Dos hombres, soldados a fin de cuentas como todos nosotros, que pelearon por lo suyo y defendieron con honor a su pueblo, merecen el mayor de los respetos por quienes en la batalla vivimos. Con el paso de los años comprobé la veracidad de la máxima que la guerra todo lo puede, es cruel hasta cuando solo pierdes con ello, inclusive cuando ganas un mundo y te alejas de un amigo, siempre nos dejamos algo en cada enfrentamiento.

      Volví con don Fernando, quien nos expuso varios de los planes de futuro al marqués, al Gran Capitán y a mí. Decidió, junto a la reina, que el botín de Setenil ayudaría a financiar parte de la nueva ruta a las Indias, con la premisa de conquistar al-Ándalus dentro de lo calculado, ese es el principal objetivo y acuerdo alcanzado con Roma. Confiaban en el cardenal Mendoza, sobre todo doña Isabel, y veían el intento de buscar una nueva vía como algo obligatorio para el comercio venidero, era necesario encontrar soluciones para evitar al portugués.

      Al marino Colón le quedaba solo esperar, ser paciente o comenzar con el dinero de los Mendoza. La exposición sobre la ruta y la navegación que hizo ante el rey, una vez terminó con Ahmad y Räven, convenció a don Fernando, aunque pospuso la decisión para otro momento en que la reina se encontrase en disposición de decidir, aplazando todo hasta el final de la guerra y la suerte en la conquista. Sin duda quedó que si era conforme, en unos años vería navegar su idea allá por los mares.

      El marqués convendría el pacto con Boabdil, la forma de llevarlo a fin quedaría en sus manos con la ayuda de un servidor si fuese requerida, el ofrecimiento de un señorío en las Alpujarras y la seguridad de su familia sería nuestra primera y, posiblemente, única propuesta. Por mi parte quedé a cargo de Setenil hasta la llegada del yerno del marqués, don Francisco Enríquez, que en agradecimiento por este nombramiento donó grandes sumas para el comienzo de la conversión de la mezquita en iglesia, él fue el gran padrino de esta causa y por la cual ganó la simpatía de sus majestades los reyes.

      El Gran Capitán, junto al resto de las Guardias Viejas de Castilla que quedaban en el Real, acompañarían al rey hasta Ronda, allí quedaría como máximo responsable tras ausentarse don Fernando al finalizar la conquista del sitio. Aunque primero que todo decidió ausentarse unos días y cabalgó hasta Lucena en busca de sosiego y recuperarse de las varias heridas sufridas.

      Don Fernando mantenía su obsesión con el Reino Nazarí de Granada, un todo o nada, objetivo que compartía con la reina como idea común, fijando ambos la mirada en un porvenir prometedor para Castilla y Aragón, su idea de conjuntar a todos los reinos para formar un único país, una monarquía de herencia duradera en el tiempo y respetada en el mundo. Al terminar con nosotros recibió al recaudador real, don Fernando se preocupaba por cada cuestión sin dejar nada a un lado, era de vital importancia barajar gastos y entradas de caudal para asegurar los pagos establecidos. Decidió entregar nuevos cargos en el ejército, todos por merecimiento o por cercanía y amistad, a algunos destacados les premió con casas y tierras en Setenil para su repoblación e intervención en el nuevo camino que se presentaba. Hombre a la antigua este rey, como su padre, yo dirijo, yo mando y ustedes obedecéis.

      “Cualquiera que con él hablase le amaba y le deseaba servir”.

      Hernando del Pulgar sobre el rey don Fernando

      Llegó la noche y volví nuevamente a la villa para recoger unos recuerdos que pertenecían a Zoraima pues era lo que me quedaba de ella, remembranzas, el peor de los sufrimientos que conlleva el amor perdido. Junto al telón de piedras que formaba el torreón, podía olerse el fuego apagado de algunas casas mientras el aire venteaba sentimientos ensangrentados y penas de muerte, es difícil arrinconar el dolor sufrido. Los disparos de las bombardas destrozaron gran parte de los hogares, sin embargo, se distinguía lo que horas atrás fue una calle fastuosa y de talante comercial. Gran parte de la vida en Setenil discurría entre la calle que llevaba a la mezquita y los arrabales que rodeaban la roca que defendía la villa. Mis pasos silenciosos avanzaban en la oscuridad bajo la luz en movimiento de las apasionadas antorchas, ofreciendo sombras irreales por rincones de ahogos y sentidas azoteas que lloran a los suyos junto a una mezquita que cambiaba de credo. Vislumbraba vidas fantasmales cerca de las murallas de piedra que gotean rojo sangre y muestran heridas que no cicatrizarán nunca, Setenil se enfrenta a una nueva historia por escribir, los años indicarán si mejor o peor que las conocidas.

      Continué caminando, llevando de la rienda al caballo por la pequeña pendiente de entrada, allí la panadería quedaba a mi izquierda y con solo cerrar los ojos un momento podía oler el aroma a pan fermentado y recién horneado, jubz mujitamar, que se cocía en el horno circular de barro mientras hubo acopio, su olor impregnaba toda la calle y ahora me llegaba como recuerdo de un tiempo lejano. Cerca quedaba la casa de Salomón Ibn Nasir, donde guardaba reposo la reina, y Raissa velaba su sueño mientras le leía aventuras de conquistadores y oraciones en las que ella misma no creía. En esa casa viví tres meses en Setenil, donde me enamoré de Zoraima, hija de Salomón, y donde desgraciadamente murieron tanto ella como su padre a manos de unos mal nacidos, puedo sentir desgarrarse mi alma al pensarlo.

      Salomón, el padre de Zoraima, era un judío que velaba por el bienestar de la villa, haciendo las veces de almotacén del zoco o como sanador en los baños, un hombre de cultura y sapiencia superior, quedaré agradecido toda la vida por tanto como en tan poco tiempo me ilustró. Al llegar a la puerta de la casa, los guardias se apartaron y al cruzar el umbral, la piel se me erizó al imaginar la presencia de ella. De mis ojos volvieron a brotar unas lágrimas imperceptibles, salí al patio y me senté en uno de los cojines durante un buen rato tomando aire para calmar el desasosiego perturbador, cuando logré calmar mi estado subí las escaleras que daban a la parte superior


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