El futuro comienza ahora. Boaventura de Sousa Santos
mendigos, peregrinos, leprosos y gitanos (romaníes), acusados de propagar la epidemia. Según David Nirenberg (2015), quien estudió en detalle los territorios que hoy son Francia, España y Portugal, hubo episodios de violencia contra miembros de estos grupos, incluyendo persecución y muerte. Estos hechos contribuyeron a establecer los términos y límites de la convivencia de las minorías, una lección sobre los riesgos de discriminación y episodios de violencia asociados al estallido de epidemias.
La cuarentena, como medida de contención epidémica, surge en un contexto europeo asociado a esta epidemia (Sehdev, 2002: 1072). La región mediterránea, una zona de intensos contactos comerciales, se vio afectada con frecuencia por brotes epidémicos que provocaron enormes pérdidas humanas y socavaron la integridad territorial de los Estados. Varias ciudades del sur de Europa buscaron soluciones para combatir y prevenir epidemias que todavía se utilizan en la actualidad (Cipolla, 1981; Tomic y Blažina, 2015). Cuando sonaba la alarma sobre la «peste» –término que en la Edad Media europea era usado para referirse a otras varias enfermedades–, las puertas de la ciudad se cerraban y sólo podía pasar la barrera de protección quien presentara prueba escrita de que no había tenido contacto con la enfermedad. Cuando la enfermedad ya estaba propaganda en la región, varias medidas sanitarias eran rápidamente implementadas para reducir el riesgo de contagio. Destaca el aislamiento de la ciudad y el uso de desinfección como métodos efectivos para controlar la propagación de las epidemias (Abreu, 2018)[3]. Por otro lado, la noción de contagio[4], que se venía desarrollando, está en el origen de varios episodios de guerra biológica.
Uno de los primeros episodios de guerra biológica ocurrió durante la pandemia de la Peste Negra, en el sitio de Caffa, en 1346[5]. Caffa (actualmente Teodosia), ubicada en Crimea, en la costa norte del mar Negro, estaba entonces bajo el dominio mongol. Un siglo antes, los mongoles habían permitido que un grupo de comerciantes genoveses estableciera un puesto comercial allí. Debido a su éxito, Caffa controlaba el comercio en la región. Las crónicas de la época dan cuenta del estallido del conflicto, tras una lucha entre cristianos genoveses y musulmanes mongoles, con el ejército tártaro asediado por Caffa. La Peste Negra estalló entre los tártaros, devastando a los sitiadores. Desesperados, los tártaros catapultaron los cadáveres dentro de la ciudad sitiada, provocando grandes bajas entre los cristianos. Entre los que escaparon se encontraban algunos marineros infectados que dejaron la peste y la devastación en todos los puertos por donde pasaron (Wheelis, 2002: 973)[6].
La Peste Negra se propagó a través de las principales rutas comerciales que conectaban Asia con Europa, extendiéndose por Asia Menor, África del Norte, Sicilia y Europa. En 1348, los registros de Génova muestran que la epidemia se esparcía entre los habitantes de esta ciudad, extendiéndose la pandemia a Francia y España en 1349, a Inglaterra en 1350, llegando a Europa del Este y Rusia en 1351 (Kohn, 2008). Esta epidemia ha perseguido repetidamente a Europa y la región mediterránea hasta el siglo xviii, siguiendo el movimiento de personas y mercancías (Hays, 2005: 46). Noticias de Argel dan cuenta de un brote epidémico en 1620-1621, que victimizó a entre 30.000 y 50.000 habitantes (Davis, 2003: 18). Esta pandemia también devastó gran parte del mundo islámico y se dejó sentir hasta 1850. Bagdad sufrió varios brotes de peste, que habrán matado cerca de dos tercios de su población (Issawi, 1988: 99).
En la secuencia de los brotes epidémicos que marcaron la Europa medieval, las cuestiones de salud fueron objeto de una intensa actividad diplomática (Cipolla, 1981). Los Estados soberanos establecieron controles interestatales y renunciaron a los poderes discrecionales en favor de la «salud común» hasta parte del siglo xvii[7], un periodo plagado de varias epidemias. Un poco por toda Europa se fueron gestando varias medidas sanitarias, buscando prevenir la recurrencia de brotes epidémicos asociados con la peste, incluyendo una mejor alimentación; mejoras en vivienda, saneamiento urbano e higiene personal; y mejora en los métodos de cuarentena. Los relatos disponibles sobre el impacto de esta epidemia revelan profundas diferenciaciones de clase. Cuando un nuevo brote de peste bubónica azotó Londres en 1665-1666 (la llamada Gran Plaga de Londres), la aristocracia se refugió en el campo; los pobres de Londres, que no pudieron aislarse, perecieron (Harding, 2002). Se estima que unas 10.000 personas murieron en este episodio. Algunos autores sostienen que la enorme devastación provocada por los diversos brotes de Peste Negra, que generó una fuerte escasez de mano de obra, está en el origen del desarrollo de muchas innovaciones económicas, sociales y técnicas, especialmente en la región mediterránea (Benedictow, 2004).
Los brotes de peste continuaron, en siglos posteriores, afectando a los habitantes de Asia, Europa y África. En este último caso, por ejemplo, la biografía de una religiosa etíope del siglo xiv menciona una epidemia que provocó la muerte de varias personas, entre ellas profesores eclesiásticos y miembros del séquito real (Derat, 2018). Una lectura atenta de los archivos revela, en el caso de Etiopía, la creación de una institución encargada de enterrar a los muertos de los brotes epidémicos, que antes eran abandonados por las comunidades en fuga. Revela también la consagración de nuevas iglesias dedicadas a los santos protectores locales, así como el surgimiento de un discurso religioso que asocia la peste con los demonios y promueve la confianza en la protección mágica de san Roque[8] (Derat, 2018; Chouin, 2018). Más abajo, en la Nigeria actual, un verso de un poema laudatorio de finales del siglo xiv habla de una crisis dinástica derivada de una plaga que mató a dos soberanos locales en aproximadamente seis meses. Esta elevada mortalidad, que marcó las memorias de los habitantes de Kano, se prolongó durante varios meses (Chouin, 2018).
Uno de los últimos brotes epidémicos de peste bubónica se produjo a finales del siglo xix, llegando a China e India. En el caso de la India, este episodio, que pasó a conocerse como la «peste de Bombay», tuvo sus primeros casos detectados en la zona portuaria de esta ciudad, a fines de 1896. El diagnóstico lo hizo el médico Acácio Gabriel Viegas, quien luego lanzó una campaña para limpiar los barrios marginales y exterminar a las ratas que transmiten Yersinia pestis, la bacteria de la peste (Echenberg, 2007). Pero el epicentro de esta epidemia fue la región china de Yunnan, que en la década de 1850 experimentó una rápida afluencia de chinos han. Estos migrantes llegaron a la región como mineros, para trabajar en la exploración de los recursos minerales existentes (Benedict, 1996: 47). Paralelamente, el comercio del opio estaba cobrando impulso; con las mejoras en el transporte, el número de migrantes en la región se disparó y pequeños brotes de peste dieron lugar a la epidemia, que se extendió a otras regiones de China. En 1894, la enfermedad llegó a Cantón, habiendo, desde marzo y en unas pocas semanas, matado a 60.000 personas (Pryor, 1975: 69). El tráfico diario entre Cantón y la vecina ciudad de Hong Kong dio lugar a una cadena de contagio que transmitió la peste a esta ciudad portuaria. Se sospecha que la epidemia entró en la India desde Hong Kong, transportada por ratas llenas de pulgas infectadas o por pasajeros ilegales infectados, que seguían en los barcos mercantes británicos cargados de opio. En la India, la epidemia se propagó rápidamente, llegando a Bengala y Punjab, y también a Birmania (ahora Myanmar). La velocidad de la propagación se debió, en parte, a la inacción de los agentes políticos. Durante las primeras etapas de la epidemia, la administración británica, para no poner en peligro el floreciente comercio global, mantuvo sus puertos abiertos a las actividades comerciales. Esta opción fue desastrosa, ya que promovió la propagación de la enfermedad. Paralelamente, el desplazamiento masivo de más de 200.000 personas al interior de la India que buscaban escapar de la peste, llevó la enfermedad consigo a regiones más remotas, especialmente en el oeste y norte de la India. En 1898, la epidemia ya había matado a unas 300.000 personas.
Además de las acciones inmediatas del médico Acácio Gabriel Viegas, el gobierno colonial se vio obligado a tomar varias medidas para controlar el azote: cabe destacar la cuarentena, los campos de aislamiento, las restricciones de viaje y la prohibición de la práctica de la medicina tradicional india. La administración colonial británica recurrió también a la Ley de Enfermedades Epidémicas, de 1897. Esta ley, aún vigente y utilizada recientemente durante la pandemia de la covid-19, autoriza al gobierno estatal a tomar medidas extraordinarias cuando «se vea amenazado por el brote de cualquier enfermedad epidémica peligrosa». La legislación también estipula que el Estado puede hacer cumplir regulaciones provisionales, «para ser observadas por el público, según sea necesario para prevenir el brote de una enfermedad o su propagación» (Dey, 2020).