El futuro comienza ahora. Boaventura de Sousa Santos
medicina occidental, las medicinas tradicionales y formas de intermedicina (Capítulo 6).
En el caso del México colonial, un análisis de los datos del primer censo completo, en 1568, indica que la población de la región central ya había descendido a 2,7 millones (Sanders, Parsons y Stantley, 1979), lo que corresponde a una disminución de más del 80 por 100 en las primeras cinco décadas después de la llegada de los europeos; y este descenso continuó hasta mediados del siglo siguiente, cuando ya sólo sobrevivía el 10 por 100 de la población original (Noble y Lovell, 1992; Koch et al., 2019). El exterminio masivo de la población indígena es una realidad presente en todas las Américas. Uno de los primeros textos escritos por un indígena sobre la devastación causada por la viruela entre los incas sugiere una infección deliberada, justo después de los primeros contactos con los colonizadores. Esta narración, escrita más de un siglo después del hecho, afirma que los españoles habían enviado «un mensajero con un manto negro» que había entregado al soberano inca una pequeña caja cerrada. Según el mensajero, las órdenes específicas eran que «sólo el inca debía abrir la caja». Una vez abierta la caja, su contenido voló «como pequeños trozos de papel», esparciendo la plaga de la viruela. A los pocos días miles de incas murieron, incluida parte de la familia del emperador, «cubiertos de costras inflamadas» (Wright, 1992: 73-74).
Las poblaciones indígenas se transformaron en inmensos reservorios de mano de obra para trabajos pesados, como el de las minas, desempeñándose como verdaderos esclavos o, en el mejor de los casos, como trabajadores mal pagados (Livi Bacci, 2008: 84). Un siglo después, los datos disponibles sugieren una reducción dramática (principalmente en la población joven), equivalente a una despoblación de más del 90 por 100, sobre la base de una población inicial de 9 millones (Cook, 1981).
Al igual que en México, también en Perú los instrumentos de salud pública disponibles (hospitales y personal de salud) fueron utilizados como mecanismos de conversión de los indígenas, por lo que tuvieron menor impacto en la prevención o mitigación de las epidemias que marcaron el largo siglo xvii en estos territorios y que diezmaron a las poblaciones colonizadas. Estas instituciones constituyeron asimismo un espacio de recogida y sistematización de saberes médicos y medicinales desconocidos o no utilizados en Europa, que podrían traer resultados positivos a la ciencia europea, especialmente en la lucha contra las enfermedades. Es en este sentido, por ejemplo, que Felipe II, en un decreto de 1570, ordena la fundación de cátedras de Medicina y Filosofía en las principales universidades de las Indias (Andrade, 1956, vol. 1: 43).
En Brasil, el primer brote de viruela ocurrió en 1555, cuando la enfermedad fue introducida en Maranhão por colonos franceses. Desde entonces, los brotes epidémicos se han multiplicado, lo que afectó de manera diferente a distintos segmentos de la población en Brasil. Aunque los datos estadísticos son escasos, Denevan (1976: 230) estima que la población indígena de la Amazonia, el centro de Brasil y la costa nordeste era de 6,8 millones en el momento de la llegada de los colonos, a principios del siglo xvi. La región con mayor densidad de población sería el área de la llanura aluvial del Amazonas[14]. El impacto de las epidemias y la violencia genocida colonial ayuda a explicar el drástico declive de esta población, a partir del siglo xvii.
En opinión de Toledo (2005), la propia acción misionera jesuita, que buscaba la conversión de los indígenas, contribuyó a la propagación de la enfermedad. Paulatinamente las grandes pandemias –como la de la viruela– se instalaron predominantemente en las grandes ciudades (puertos) como Río de Janeiro, asumiendo un carácter endémico, como en Europa (Chalhoub, 1996). Relatos de la época destacan que la viruela era mucho más grave entre los pueblos indígenas que entre los esclavos negros (ciertamente por haber ganado estos algo de inmunidad). La mayoría de los colonos europeos era inmune por causa de infecciones sufridas en la infancia.
En el caso de los territorios de América del Norte, las referencias documentales sobre los primeros contactos entre grupos de indígenas y europeos ocurrieron en la costa este en la década de 1530. De esa época son los relatos que describen los asentamientos iroqueses, que ya habían desaparecido en 1600 (Sauer, 1980), dos décadas antes de la primera epidemia de viruela conocida en la región. Este brote mató aproximadamente al 90 por 100 de la población indígena de Nueva Inglaterra (Davies II, 2012). Entre 1636 y 1698 hubo brotes epidémicos de viruela en los puertos de la costa este, traídos por visitantes europeos (Fenner et al., 1988). Sólo con la fiebre del oro, a finales del siglo xviii, llegaron los primeros brotes de viruela a la costa oeste de Estados Unidos.
Una consecuencia de la asociación obvia de los brotes de viruela con la llegada de barcos fue la imposición de medidas de cuarentena a los barcos con personas infectadas a bordo. La primera cuarentena se impuso en Boston, en 1647, probablemente ante un brote de fiebre amarilla, pero luego se extendió a otras colonias, habiendo demostrado ser una medida importante para impedir la importación de enfermedades epidémicas. Durante la última mitad del siglo xvii, las colonias de Virginia y de Carolina del Sur comenzaron a interactuar con el mundo atlántico a través del comercio. Con las personas y bienes, varios virus circularon en América del Norte. La llegada de africanos a raíz de la trata de esclavos acentuó la propagación de la viruela. Los diversos brotes de viruela y otras enfermedades afectaron particularmente a los pueblos indígenas, particularmente susceptibles a la infección. En 1715, la población nativa había disminuido sustancialmente, provocando el colapso del propio comercio que había funcionado como una cadena de propagación de enfermedades. En el origen de este colapso, además de las enfermedades, estuvo el hambre y la pérdida de tierras por parte de los grupos indígenas, reflejando el impacto de la violencia de la conquista colonial.
En reacción a los males que sobrevinieron con la colonización, los pueblos indígenas de América del Norte recurrieron a diversas estrategias, entre ellas acciones de sabotaje biológico, como describió el jesuita Charlevoix sobre Nueva Francia:
El ejército [inglés] estaba acampado junto a un río; los iroqueses, que pasaban la mayor parte de su tiempo cazando, decidieron arrojar al río todas las pieles de los animales que despellejaban, desafiando el campamento; el agua pronto se infectó. Los ingleses, que no sospechaban de esta perfidia, continuaron bebiendo esta agua, que mató a un gran número [de ingleses] (Charlevoix, 1744: 339).
En un estudio reciente, Paul Kelton (2015) muestra cómo los cherokee respondieron a las epidemias de Europa de manera proactiva, creativa y, a veces, efectiva –implementando cuarentenas y aislamiento–. Con este fin, los cherokee reconfiguraron su cosmología, integrando rituales para hacer frente a la enfermedad, incluida la incorporación del espíritu de la viruela en sus creencias. Los cherokee también se enfrentaron abiertamente a los colonos europeos, en lo que se conoció como la guerra de los cherokee. En su origen, estuvieron las constantes violaciones a las tierras indígenas y los ataques a poblaciones por parte de los colonos. Es durante este periodo cuando las fuerzas británicas ejecutan acciones militares para expulsar a los nativos americanos de sus tierras, cortándoles el maíz, quemando sus casas y convirtiéndolos en refugiados. Por su parte, los pueblos de las naciones originarias reaccionaron con acciones armadas, desafiando a las tropas británicas.
La historia contada por los vencedores de la colonización nos dice que los pueblos indígenas fueron diezmados, sobre todo, por enfermedades transmitidas accidentalmente por los europeos. Pero el contagio no siempre fue accidental, hay registros de guerra biológica[15]. El caso de las mantas infectadas, citado en un poema reciente del poeta indígena Sherman Alexie, escrito a propósito del nuevo coronavirus[16], aparece relatado en el diario de William Trent (1715-1784), comerciante y especulador de tierras, ocasionalmente con responsabilidades militares durante la Guerra franco-india (1754-1763) y, poco después, durante el asedio de Fort Pitt, en 1763. Fue la Guerra (o Revuelta) de Pontiac (el jefe ottawa al frente de la rebelión). Una vez ganada la Guerra franco-india por la alianza entre los ingleses y una amplia confederación de tribus indígenas, los indios exigieron, según lo acordado, la devolución del territorio abandonado por los franceses derrotados. Ante la negativa británica, los indios resistieron e impusieron un asedio de varios meses a Fort Pitt, la fortaleza construida por los británicos durante la Guerra franco-india en lo que hoy es Pittsburgh, Pensilvania. Ese mismo año hubo un brote de viruela entre los invasores.
William