Handel en Londres. Jane Glover

Handel en Londres - Jane Glover


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su propia incompetencia y desorganización que a cualquier oposición, fue rechazada por el duque de Argyll, y la llegada tardía a Escocia del propio Jacobo Estuardo, por mar y en un estado depresivo y febril, no proporcionó el impulso esperado. Finalmente se retiró a Francia, a principios de febrero de 1716, y desde allí, aún más lejos, a Italia, después de que toda su campaña se hubiese derrumbado. Para los simpatizantes jacobitas tories esta derrota resultó catastrófica, ya que ahora Stanhope y Townshend estaban en condiciones de persuadir al rey de que no se podía confiar en absoluto en el partido de la oposición. Al igual que la reina Ana antes que él, el rey Jorge tenía la intención de formar un gobierno mixto de ambos partidos, pero ahora todos los tories fueron reemplazados en la corte, en los ministerios y en los gobiernos locales. Los whigs continuarían controlando los gobiernos durante el medio siglo siguiente.

      El rey pidió a Marlborough que comandara el ejército desde Londres (sin saber que el taimado duque, a su regreso del exilio, había minimizado sus riesgos enviando la enorme suma de 4.000 libras al pretendiente, apoyando de este modo también su causa). Aunque el resultado fue un éxito, sería la última vez que Marlborough asumiría el mando, ya que en mayo de 1716 sufrió el primero de una serie de debilitantes derrames cerebrales. El príncipe de Gales, un apasionado soldado, deseaba desesperadamente tomar parte en todas estas emociones militares, en especial porque quería labrarse un papel para sí mismo en su nueva y extraña ciudad, pero se le prohibió participar debido al peligro potencial para el heredero al trono. Él y su padre discreparon, y el antagonismo entre ambos, profundamente arraigado durante años, desde el trato despiadado del rey a la madre del príncipe, no hizo sino aumentar.

      Tras la oprobiosa partida del pretendiente, la vida cultural londinense recobró poco a poco la actividad y el King’s Theatre volvió a abrir sus puertas. Amadigi fue repuesta, aunque ahora parecía haber mucha menos energía y menos dinero para la ópera italiana en Londres. ¿Se había extinguido de hecho el furor por sí solo? Lo cierto es que Handel buscó su sustento creativo más allá de Haymarket, pero no más allá de Inglaterra. Ese verano viajó a Alemania (como también hizo su monarca) para visitar a su familia y amigos en Halle, aunque claramente su intención era regresar a Londres. Y cuando lo hizo, trajo con él a un viejo amigo de sus días universitarios en Halle: Johann Christoph Schmidt. Según las memorias de William Coxe (yerno del propio hijo de Schmidt), el carisma persuasivo de Handel («los poderes de ese gran maestro») arrancaron a Schmidt del negocio de la lana, «en el cual podría haber adquirido una gran fortuna si no hubiera sido seducido por su pasión por la música»10. Al igual que Handel, Schmidt se quedaría en Londres el resto de su vida, ganándose la vida al principio como intérprete de viola, pero convirtiéndose también en parte integrante de las actividades de Handel. Al principio fue su «administrador», ocupándose de algunos de los aspectos económicos de las actividades de Handel. Pero, al mismo tiempo, fue adquiriendo la habilidad de copiar música, y en pocos meses se convirtió en el principal amanuense de Handel. Dirigió un equipo de copistas, entre los que se encontraban miembros de su propia familia, a quienes trajo de Alemania para que se unieran a él. Con el tiempo, al igual que su jefe, anglicanizó su nombre, pasándose a llamar John Christopher Smith.

      Al rey Jorge no le gustaban los actos públicos ni las ceremonias, y tendía a rehuirlos, pero el príncipe de Gales prosperó gracias a ellos y a la aprobación popular que obtuvo a través de ellos. Su propia y feliz vida doméstica con su esposa y sus hijas en el palacio de St. James representaba un cálido contraste con la austera soledad del rey en las dependencias opuestas (a pesar de los cortesanos aduladores y de las amantes: «la pértiga y el elefante», como se conocía a Mesdames Kielmannsegg y Schulenberg). Sus desacuerdos sobre la reciente estrategia militar, y en particular sobre el deseo del príncipe de Gales de participar en ella, eran bien conocidos. Y, aunque el rey Jorge animaba a su hijo a aprender a su lado todos los mecanismos del gobierno parlamentario (tan diferente del poder absoluto que había ejercido en Hannover), de nuevo trazó líneas rojas que el príncipe no debía traspasar. Cuando el rey informó al Parlamento de su intención de ausentarse en Alemania ese verano, sus ministros desaconsejaron el viaje por la vulnerabilidad de la situación en Escocia. Pero no pudieron impedírselo, ya que pues ellos mismos, en un acto de cortesía, habían revocado el requisito en el Acta de Establecimiento de que el monarca tuviese que obtener un permiso de ausencia, ya que era impropio de la corona. De modo que partió, y el príncipe se quedó en Londres, pasando un agradable verano en Hampton Court y aumentando su popularidad a medida que seguía estableciendo contactos con los ciudadanos. Pero su padre se había negado a permitirle ejercer el poder como regente oficial, aceptando de mala gana que se le concediera a cambio el título de «Protector del Reino». Las decisiones importantes en los asuntos de Estado fueron todas remitidas al rey, en Hannover, y el descontento del príncipe no hizo sino aumentar.

      A finales de 1716, tanto Handel como el rey estaban de regreso en Londres. Al parecer Handel traía consigo el texto de un oratorio en alemán sobre la Pasión escrito por Barthold Heinrich Brockes: Der für die Sünde der Welt gemarterte und sterbende Jesus, y, sin nuevas óperas en el horizonte, dirigió sus energías a componer su Pasión. Es probable que Mattheson, su viejo amigo de Hamburgo, desempeñase un papel decisivo en el encargo, y que también fuese una pieza clave en las interpretaciones, que registró con fidelidad, que tuvieron lugar en varias ciudades alemanas durante los años siguientes. Pero de poco le podía servir a Handel una obra de esas características en Londres (si su público tenía problemas con la ópera en italiano, mucho menos les gustaría una adaptación de la Pasión en alemán), y de hecho esta incursión en un texto germano sería un caso aislado: Handel nunca volvería a escribir nada en su lengua materna. A diferencia de su gran contemporáneo Johann Sebastian Bach, que pasó la mayor parte de su vida laboral en ambientes eclesiásticos alemanes, adaptando una y otra vez textos en alemán para sus más de doscientas cantatas y que pronto destacaría en la composición de Pasiones, el camino elegido por Handel lo había alejado para siempre de sus raíces.

      Los teatros de Londres reabrieron sus puertas en diciembre de 1716, y la temporada se clausuró en junio de 1717. No se estrenó ninguna obra nueva de Handel ni de ningún otro compositor, y la ópera parecía haber entrado finalmente en decadencia. Un espectáculo más ligero, la mascarada –un baile de máscaras con un poco de música– parecía constituirse en la nueva moda. En todo caso, el público estaba en aquel momento más interesado, y de hecho dividido, en el deporte de observar las riñas en su familia real. El príncipe de Gales fue objeto de un intento de asesinato; en el teatro Drury Lane una bala le pasó justo por encima del hombro, aunque el incidente no hizo más que aumentar su atención periodística, la percepción de su valentía y, por ende, su popularidad. El 17 de julio, el rey ofreció lo que en su caso suponía una fiesta rara y muy ostentosa. Él y su séquito viajaron por el río desde Whitehall hasta Chelsea, cenaron en la residencia campestre de lord Ranelagh y regresaron del mismo modo en las primeras horas de la mañana. El Daily Courant incluyó en la lista de invitados a varias duquesas y barones («Personas de calidad»)11, pero hubo ausencias flagrantes. Un informe de este espectacular acontecimiento, relatado a la corte berlinesa por el embajador prusiano, Friedrich Bonet, terminaba con un comentario contundente: «Ni el príncipe ni la princesa participaron en esta fiesta»12. La brecha entre padre e hijo parecía en ese momento profundamente abierta.

      Lo que sin duda sus Altezas Reales debieron haber lamentado perderse de aquella fiesta fluvial nocturna fue la música, hoy conocida como la Water Music (Música acuática), compuesta por Handel especialmente para la ocasión. El rey había disfrutado durante mucho tiempo de las mascaradas, y también, en Hannover, de las fiestas acuáticas en el lago de su palacio electoral, Herrenhausen, y fue del propio monarca de quien partió la idea de hacer algo parecido en el Támesis. Pidió al barón Kielmannsegg que lo organizara, y Kielmannsegg se dirigió juiciosamente a Heidegger, que estaba a cargo de las mascaradas en la tierra firme del King’s Theatre. Heidegger declinó la oferta, y Kielmannsegg no solo tuvo que organizarlo él mismo, sino que tuvo también que hacerse cargo de los gastos. El barón llamó a Handel, y el resultado fue un éxito. Como lo relató Bonet: «Junto a la barcaza del rey estaba la de los músicos, unos cincuenta en total, que tocaban todo tipo de instrumentos, como trompetas, trompas, oboes, fagots, flautas alemanas, flautas francesas, violines y contrabajos; pero no había cantantes. La música


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