Handel en Londres. Jane Glover
en su «Registro de la Ópera», «los trajes eran nuevos y más ricos que en el pasado, con 4 nuevas escenas y otros decorados y máquinas»21. Pero todo aquello había que pagarlo, y Swiney, viéndose después de la segunda representación con enormes facturas que no podía pagar, se apoderó de los ingresos de la taquilla y se esfumó en la noche. «Mr Swiny echa el freno & se escapa & deja a los cantantes sin pagar & escenas y trajes también sin pagar», como continuaba jovialmente Colman. En ese momento, los cantantes, y presumiblemente también Handel, tomaron las riendas del asunto: «Los cantantes estaban desconcertados, pero al final llegaron a la conclusión de que continuarían con sus óperas por su propia cuenta, y de que dividirían entre ellos las ganancias»22. Hacia el final de la tanda de trece funciones de Teseo, el público era escaso. Handel no experimentó nada parecido al zumbido triunfal que había producido Rinaldo. Sin embargo, había realizado importantes colaboraciones con dos personas que serían muy importantes para él en los años venideros: en primer lugar con Haym como libretista, y en segundo lugar con la persona que tuvo que asumir la dirección del Queen’s Theatre tras la repentina espantada de Swiney, John Jacob Heidegger, hijo de un profesor de teología en Zúrich y generalmente conocido como «el Conde Suizo».
La tibia acogida de sus dos óperas podría haber persuadido a Handel para regresar a Hannover. Pero tenía otros encargos en Inglaterra. Tras la firma de los acuerdos de paz en Utrecht (el famoso tratado se firmó el 13 de marzo de 1713), comenzaron los preparativos para su celebración formal en Londres. A Handel se le pidió que escribiera un Te Deum y un Jubilate, dos cánticos del servicio de oración matutina adoptados por los reformadores ingleses a partir del oficio católico de maitines. Inglaterra se había acostumbrado a distinguir con estos cánticos los acontecimientos ceremoniales y las victorias militares, desde la Oda a Santa Cecilia de Purcell de 1694. Handel completó su «Utrecht» Te Deum, la primera de las cinco adaptaciones del Te Deum que produciría a lo largo de los años, el 14 de enero de 1713, poco después del estreno de Teseo el 10 de enero, y terminaría el Jubilate en medio de aquellas turbulentas funciones. Aunque estas composiciones de corte formal, muy en el estilo de sus ilustres antepasadas purcellianas, obtuvieron un preestreno en la Banqueting House de Whitehall en marzo, en los días en que se firmó el tratado, no se estrenaron oficialmente hasta el 7 de julio, en la catedral de San Pablo. Y para entonces Handel también había escrito su gran oda Eternal Source of Light Divine para el cuadragésimo octavo cumpleaños de la reina Ana, el 6 de febrero.
Esta extensa oda resultó ser otro punto de inflexión para Handel en Londres. Es cierto que, dos años antes, había actuado para el cumpleaños de Su Majestad, con Nicolini y otros colegas de Rinaldo. Pero ahora se trataba de componer para los músicos de la capilla real y, consciente como siempre de las fortalezas y debilidades de sus intérpretes, sabía reconocer la calidad cuando se presentaba. El coro de la capilla real estaba dirigido por William Croft –un músico dotado, cuya supremacía en la música eclesiástica inglesa corría el peligro de ser usurpada por Handel– y contaba entre su disciplinado y experto conjunto con un talento extraordinario, el alto Richard Elford, además de otros a los que se les podía confiar elocuentes frases solistas. El texto de la oda era de Ambrose Philips, y su estribillo repetido, «The day that gave great Anna birth, / Who fix’d a lasting peace on earth» [El día que vio nacer a la gran Anna, / Que estableció una paz duradera en la tierra], era una referencia tópica al papel de la reina en las negociaciones de paz. Para el comienzo de la oda, que describe un suave amanecer, Handel compuso un asombroso pasaje en arioso para la voz de alto de Elford, con cuerdas sostenidas y una sola trompeta, un toque magistral que agregaba serenidad y majestuosidad a un pasaje de natural reverencia. Cada aparición del estribillo estaba punteada por intervenciones solistas, y la sección final, «United nations shall combine» [Las naciones unidas sumarán sus fuerzas], estaba escrita para doble coro. El efecto acumulativo y alegórico de esta estructura –cuya duración supera los cuarenta minutos– es impresionante, y Handel echaría mano de algunos de los ingredientes de su éxito en piezas ceremoniales posteriores. En la capilla real también conoció al bajo Bernard Gates, que cantó el verso solista «Let envy there conceal her head». Aproximadamente de su misma edad, Gates estaba realizando una distinguida carrera que se entrelazaría durante décadas con la de Handel, y que finalmente lo llevaría al eminente puesto de Maestro del coro en la abadía de Westminster. Y el verso «Kind health descends on downy wings» era un encantador dueto para una de las cantantes teatrales de Handel, Jane Berbier (que había cantado Eustazio en la reposición de Rinaldo en 1712, y que ahora era Dorinda en Il pastor fido y Arcane en Teseo), y una joven alumna de William Croft, Anastasia Robinson, que pronto se convertiría en un miembro importante del círculo teatral de Handel. Finalmente, la «Oda de Cumpleaños» no se interpretó en el día previsto, ya que la reina estaba sufriendo severamente de su gota crónica, y tan solo efectuó una breve aparición en público (para jugar a las cartas). Pero, aunque es muy probable que el anthem no fuese interpretado durante todo el año, contribuyó a fortalecer la posición de Handel en la corte, ya que pasó de ser un visitante de paso a convertirse en un participante asiduo y bienvenido.
En la cubierta del cuaderno bilingüe de Teseo, Handel había sido descrito como «Maestro di Capella di S.A.E. di Hannover», en reconocimiento de sus lealtades alemanas. Pero aquel verano de 1713 su salario en Hannover no fue renovado. No había nada oscuro detrás: simplemente no se hallaba presente para ganárselo, y en todo caso el elector estaba recortando los gastos de su casa real a raíz de los altos costes de su participación en la guerra. Pero pocos meses después, en lo que casi podría considerarse como un gesto recíproco, la propia reina Ana, que siempre había tenido debilidad por Handel, concedió una enorme pensión vitalicia de 200 libras esterlinas al año «a nuestro fiel y querido George Frederick Handel Esq»23, como decía la notificación, una forma verbal que continúa hasta el día de hoy. Las comunicaciones entre Londres y el elector Jorge fueron mantenidas por el diplomático hannoveriano Thomas Grote, quien envió informes sobre las celebraciones formales del Tratado de Utrecht en Londres y sobre la participación de Handel en las mismas. Las memorias de Mainwaring de 1760 malinterpretaron completamente la situación en 1713: «Había transcurrido de nuevo el tiempo a partir del cual el permiso obtenido debía ser prorrogado. Pero, bien fuera por temor a cruzar el mar, o por haber contraído alguna enfermedad a causa de la comida del país en el que se encontraba, el caso es que la promesa que había dado al marcharse de algún modo se le había borrado de la memoria»24. Lo que quedaba implícito era que Handel había mancillado su reputación al no regresar a Hannover. Pero no ha quedado registro alguno del mínimo signo de alarma, ni en el mismo Hannover ni a través de su enviado oficial en Londres. Y de este modo Handel continuó hilvanando sus relaciones con Londres, reponiendo de nuevo Rinaldo en mayo de 1713 y embarcándose en otra ópera.
Silla es uno de los enigmas operísticos de Handel. No hay constancia de que fuera representada; en todo caso, no en el Queen’s Theatre en Haymarket. Y, de haber recibido una representación privada, como quizá sea lo más probable, también esta circunstancia ha quedado indocumentada. La calidad, tanto del libreto, obra de Rossi, como del tratamiento del mismo por parte de Handel, es francamente decepcionante, y sugiere que se preparó de forma apresurada. La descuidada adaptación que realizó Rossi de un viejo argumento se antoja torpe y predecible (la peor combinación posible), pero también lo es la puesta en música de Handel. A pesar de algunas arias individuales realmente notables, que más tarde encontrarían mejor acomodo en futuras óperas, Handel dejó pasar oportunidades que normalmente habría aprovechado (marchas triunfales, tormentas marinas, danzas espectrales) y no logró dotar a ninguno de sus personajes de profundidad o colorido.
Estas deficiencias se explican tal vez por la posibilidad de que se produjese una única representación privada, y un indicio clave lo encontramos en la dedicatoria del libreto al duque D’Aumont, el recién llegado embajador francés en Londres. Tras el acuerdo de paz, Gran Bretaña y Francia, antiguos antagonistas enconados, estaban haciendo serios esfuerzos por enterrar el hacha de guerra. Luis XIV envió a D’Aumont a Londres para exhibir ante los ingleses una efusiva generosidad, que se manifestó en magníficos espectáculos y bailes de máscaras. Quizá fue en uno de ellos donde Silla, improvisada apresuradamente para los tipos vocales de la compañía para la que Handel había estado escribiendo toda la temporada en Haymarket, fue interpretada. Y el tema de