Handel en Londres. Jane Glover

Handel en Londres - Jane Glover


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por el uso que podía darles, el hombre se cruzó felizmente con un conocido, que mostró la misma curiosidad. Al preguntarle por aquello que llevaba en la espalda, el hombre le respondió que había estado comprando gorriones para la Ópera. ¿Gorriones para la Ópera?, replicó su amigo, lamiéndose los labios; ¿por qué, los van a cocinar? No, no, dijo el otro, tienen que aparecer hacia el final del primer acto, y volar sobre el escenario.

      …

      Esta curiosa conversación despertó mi curiosidad hasta el punto de que inmediatamente compré [el cuaderno bilingüe de] la ópera, gracias al cual supe que los gorriones iban a actuar en el rol de pájaros cantores en una arboleda deliciosa: aunque, tras un examen más atento, descubrí que… aunque volaban a vista de todos, la música procedía de un consort de flautines y silbatos situado detrás del escenario.

      …

      Pero, para volver a los gorriones; han volado ya tantos en esta ópera, que se teme que el teatro no logre jamás deshacerse de ellos; y que es muy posible que en otras obras puedan hacer su entrada en escenas equivocadas e impropias... por no hablar de los inconvenientes que pueden ocasionar en las cabezas del público7.

      Tan pronto como la invectiva de Addison apareció impresa, Steele añadió la suya. Sus comentarios en el Spectator del 16 de marzo indican que no todos los efectos escénicos habían seguido totalmente el plan previsto la noche del estreno. No hubo, después de todo, caballos reales en el escenario durante la entrada de Argante del primer acto («El rey de Jerusalén tuvo que salir a pie de la ciudad, en lugar de transportado en un carro triunfal tirado por caballos blancos, tal como me había prometido mi cuaderno de ópera»), y algunos de los cambios de escena se habían ejecutado con bastante tosquedad («pudimos ver una perspectiva del océano en medio de una deliciosa Arboleda», y así sucesivamente). Sin embargo, bajo la ácida hilaridad de sus críticas subyace el verdadero motivo de inquietud de Addison y Steele: Rinaldo había sido cantada en italiano. Steele confesó que prefería el espectáculo rival en Covent Garden, Whittington and his Cat, «porque está en nuestro propio idioma»8, mientras que Addison, al dar cuenta del reciente furor por la ópera bilingüe en Londres antes de 1710, concluía: «al final, el público se ha cansado de entender nada más que la mitad de la ópera y, en consecuencia y para ahorrarse del todo la fatiga de pensar, ha impuesto que en el presente la ópera entera se interprete en un idioma desconocido»9.

      Toda esta sarcástica chocarrería tenía un trasfondo chovinista, pero su premisa básica –que la ópera en una lengua extranjera era incomprensible para la mayor parte del público– no estaba desencaminada, y el debate continuaría durante años (de hecho, durante siglos).

      Durante el transcurso de la primera tanda de representaciones de Rinaldo, la música comenzó a aparecer impresa. El editor inglés John Walsh, cuya sede estaba situada junto al Strand, había detectado una creciente demanda por las músicas que los músicos aficionados escuchaban en las fiestas o en el teatro, y había publicado un buen número de partituras para ser interpretadas en todos los ámbitos sociales, desde las jóvenes damas en sus salones hasta los violinistas callejeros. En abril de 1711 puso en circulación «Todas las canciones puestas en música en la última nueva ópera titulada Rinaldo». Las arias se redujeron a la línea vocal y a una línea de bajo (con lo cual las maravillas de la orquestación de Handel quedaban ocultas), y algunas de ellas se transportaron a tonalidades más accesibles para los aficionados más entusiastas. Fue esta la primera música que Handel publicó bajo su propio nombre, y la primera de una larga serie de colaboraciones con Walsh, cuya empresa familiar continuó siendo su editorial durante el resto de su vida. Los volúmenes tuvieron tanto éxito que Walsh tuvo que reimprimirlos dos veces antes del final de la primera serie de representaciones de Rinaldo, y estas reimpresiones elevaron la identidad de Handel a «Signor Hendel Maestro di Capella di Sua Altezza Elettorale d’Hannover», en claro reconocimiento de sus obligaciones contractuales ante una corte que todos los londinenses sabían que era su propio futuro. Y, por supuesto, una vez que las representaciones de Rinaldo concluyeron, como dijo Mainwaring, «había llegado la hora de pensar en regresar a Hannover»10.

      Pero Rinaldo había abierto puertas y Handel fue aceptado en los salones de toda la capital. En estos primeros meses en Londres estableció amistades con personas de todas las edades, desde las más altas esferas de la aristocracia hasta la niña de diez años Mary Granville, que en su vida adulta se convertiría en una de las más cercanas amigas y seguidoras de Handel; durante ese primer invierno, Mary tocó para él en el salón de la casa de su tío (más tarde, su tío, sir John Stanley, comisario de aduanas, le preguntó si creía que alguna vez podría tocar tan bien como el propio Handel. Ella recordaría años más tarde su franca respuesta: «¡Si no lo creyera, quemaría mi instrumento!»)11.

      Antes de abandonar Inglaterra, Handel fue a despedirse de la reina. A pesar de estar dedicada a ella y de haberse representado en el teatro que llevaba su nombre, la soberana no había asistido a ninguna función de Rinaldo. Pero estaba bien informada del éxito de la ópera y del impacto que el joven compositor estaba causando en la sociedad londinense, y, al igual que sus primos lejanos de Hannover, no fue inmune a sus encantos. Tal vez consciente de esa misma relación, como informó Mainwaring, «Su Majestad se mostró complacida de… insinuar su deseo de volver a verlo. No poco halagado con tales muestras de favor por parte de un personaje tan ilustre, él prometió regresar en cuanto pudiera obtener permiso del príncipe, a cuyo servicio estaba retenido»12.

      El viaje de regreso de Handel a Hannover no fue exactamente directo. Viajó a través de Düsseldorf, donde pasó unos días entretenido por el elector palatino Johann Wilhelm. Su anfitrión, inquieto tal vez por la posibilidad de que en Hannover estuvieran furiosos por su culpa, escribió una prudente carta al elector Jorge Luis, y otra a su madre, la viuda electora Sofía, que Handel debía entregar en persona:

      El portador de esta nota, Herr Händel, Kapellmeister de vuestro muy amado hijo, Su Alteza el Elector de Brunswick, os hará saber gentilmente que lo he retenido conmigo durante unos días, para mostrarle varios instrumentos y conocer su opinión acerca de ellos. Deposito ahora en Su Alteza la más alta confianza, como lo harían un amigo y un hijo, y al mismo tiempo os ruego encarecidamente que os dignéis a concederme un favor aceptable, por el que os estaré eternamente agradecido: que, mediante vuestra graciosa intercesión, suprema por encima de cualquier otra, logréis persuadir a vuestro hijo para que no interprete de forma equivocada el retraso del mencionado Händel, que ha ocurrido en contra de su voluntad, de forma que este hombre pueda ser de nuevo aceptado y conservado en la gracia y bajo la protección de su Príncipe Elector13.

      Entre Düsseldorf y Hannover, Handel también pasó unos días en Halle con su familia, que se enfrentaba a la trágica muerte de su sobrina de dos años, hija de su hermana embarazada, Dorotea Sophia. Pero, una vez de vuelta en Hannover, asumió con renovadas energías sus obligaciones para con el elector, así como su amistad con su hijo y su nuera. Además de componer una «variedad... de piezas para voces e instrumentos»14, como Mainwaring informó con poca precisión, también escribió doce dúos de cámara, sobre textos de Ortensio Mauro, para la propia princesa Carolina. Se trataba, según confirmó Mainwaring, «de un tipo de composición a la que la princesa y la corte eran particularmente afectos»15.

      Handel permaneció en Hannover durante un año. Desde allí tenía fácil acceso a Halle, por lo que podía seguir visitando a su madre y a su familia, como ciertamente lo hizo para el feliz acontecimiento del bautizo de la nueva hija de Dorotea Sophia, en noviembre de 1711. A la niña se le puso el nombre de Johanna Friederike, en honor a Handel, quien como padrino permanecería comprometido con ella durante el resto de su larga vida. Handel también pudo mantener el contacto con su antiguo maestro Zachow, hasta su muerte a la edad de cuarenta y ocho años en el verano de 1712. Pero, a pesar de todos sus vínculos y obligaciones con Alemania, los pensamientos de Handel nunca permanecieron alejados de Inglaterra. Se carteó con Andreas Roner, un músico alemán que se había establecido en Londres, pidiendo textos en inglés del poeta y violinista John Hughes, declarando con firmeza que había estado trabajado duro en su inglés («j’ai fait, depuis que je suis parti de vous, quelque progres dans cette lange») 16.


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