Harald Edelstam, Héroe del humanismo, defensor de la vida. Germán Perotti
Incluso podría haber sido una ventaja, si es que lo hubiese obligado a morigerar en alguna medida la osadía que siempre lo caracterizó.
Ese período fue también de mucho nerviosismo en Suecia. Las tropas alemanas ya tenían bajo su yugo a Dinamarca y a Noruega. Suecia se debatía en la incertidumbre acerca de su destino. Se temía una invasión y el Ejército estaba mal preparado. Mientras tanto, se insistía en la neutralidad. De por medio estaban los intereses del régimen nazi en el acero y otros recursos suecos y los de Suecia en su venta. Al día siguiente de la firma del acuerdo de respetar la neutralidad, el 15 de abril de 1941, Alemania desembarcaba más tropas en diversos puntos de Noruega –llegaron a ser 350.000 uniformados. Por la frontera habían comenzado a llegar soldados noruegos derrotados, acompañados de civiles que escapaban de la represión de los invasores.
Ante la porfiada resistencia de los noruegos, Alemania solicitaba autorización para el paso de refuerzos por territorio sueco y también para llevarlos a través de Finlandia al frente soviético en preparación, lo que le fue negado en un principio. Así, la situación se tornaba cada vez más delicada y tensa.
Los alemanes contaban en cierta medida con la anuencia de las esferas de poder suecas, toda vez que en la cúpula de los ministerios había una buena cantidad de funcionarios proclives a la ideología nazi, que manejaba información acerca de lo que estaba sucediendo y lo que se pensaba en esos círculos.
Por entonces, Harald estaba aún en su puesto del Ministerio de Relaciones Exteriores. Podía hacerse una idea de lo que ocurría a través de sus colegas y el desarrollo de los acontecimientos. En cierta medida, preocuparse en el entorno sueco de cómo evolucionaba la guerra era muy necesario para él, toda vez que le quedaba poco tiempo para su traslado a Berlín. Allí tendría que trabajar bajo las amenazas nazis de recurrir a las armas si Suecia no permitía el paso de sus tropas hacia una Noruega ya prácticamente sojuzgada, aunque resistiendo heroicamente a través de su bien organizado frente de liberación.
A mediados de 1941, mientras Harald cubría el turno de noche, llegó la noticia del ataque alemán a la Unión Soviética. Se temió entonces que vinieran nuevas exigencias para el paso de tropas por el territorio neutral. Como era de esperar, así ocurrió. Por esos mismos días llegó a Estocolmo un enviado nazi con imperiosos pedidos de apoyo para el transporte de sus divisiones destinadas al nuevo frente, además de armas, combustible y municiones.
El matrimonio Edelstam pasó la mayor parte del verano de ese año en Estocolmo, mientras se seguía con ansiedad la incursión nazi en el frente oriental. El 22 de agosto nacía su primer hijo. Harald ya tenía en su poder su nominación oficial para sumarse a la representación sueca en Berlín. Cuatro días después del nacimiento del primogénito debió abordar el tren para viajar a la capital alemana. Iba decepcionado. Para él, su país había traicionado sus principios al permitir el paso de las tropas fascistas y sus armamentos por su territorio, además de aviones por su espacio aéreo y de barcos mercantes por sus aguas. Suecia no solo permitía el paso de estos, sino que interceptaba correspondencia, permitía la instalación de depósitos militares en el norte y encerraba en campos de concentración a los militantes comunistas y dirigentes sindicales.
Harald no lo aceptaba. Le irritaba esa condescendencia con el poder de las armas. Un sentimiento que lo acompañaría el resto de su vida. Y ahora iba él en camino a la cueva del lobo. Al elegante diplomático, con ascendencia inglesa y de apenas 27 años de edad, le esperaba un período excepcional6.
Durante el tiempo que debió permanecer en Suecia debido a su salud y al cargo que ejercía en el Ministerio, Edelstam comienza a desarrollar la costumbre de actuar desafiando las órdenes y la disciplina en su trabajo. Durante toda la Segunda Guerra Mundial, las legaciones aliadas permanecieron bajo vigilancia de los servicios de inteligencia suecos, probablemente como medida para asegurar su posición neutral en el conflicto. Empero, dadas las dificultades habidas con la requisición de las naves de guerra recién compradas a Italia, las oficinas consulares y la sede diplomática británicas, además de las residencias de sus representantes, parecen haber recibido especial atención de parte de la policía de seguridad (Säpo)7. Es entonces que aparecen los primeros informes de ese organismo sobre los contactos informales y amistosos entre representantes ingleses y nuestro héroe. Su biógrafo Mats Fors, sin embargo, no logró encontrar antecedentes sobre las consecuencias que tuvieron esos informes para Harald en forma directa, pero postula que el entonces jefe de la Säpo endosaba regularmente este tipo de documentación a los servicios nazis de seguridad. Esa vigilancia marca, a nuestro juicio, el comienzo de las dificultades que Harald enfrentará durante toda su carrera con el Ministerio de Relaciones Exteriores que lo enviaba a sus misiones.
Berlín
Pese a sus objeciones y posición respecto de la Alemania nazi, para el joven diplomático la Embajada en Berlín no dejaba de ser interesante. Se trataba de uno de los puestos más excitantes del momento. Ejercería la diplomacia en el país que intentaba dominar al mundo y, a la sazón, no había fuerza que lo detuviera. Iba imbuido ya de sus convicciones humanistas, las que se reforzarían, seguramente, al verse obligado a pasar la prueba de los formularios nazis acerca de sus orígenes raciales y vida privada para ser aceptado por el Gobierno de Hitler como representante de su país; incluso su esposa Louise debió experimentar tal denigrante indagación.
Lo esperaba una capital triunfalista. En todos los frentes las tropas alemanas avanzaban. En ese ambiente, la vida continuaba allí como siempre. A nivel diplomático se sucedían las fiestas y encuentros sociales, como reemplazo, tal vez, de los cabarets, los bailes públicos y las demás entretenciones que Hitler había prohibido. No obstante, y aunque había una apreciable afluencia de productos desde los países ocupados, la guerra había impuesto racionamiento a casi todos los alimentos y florecía el mercado negro. Pero, como es de esperar, esta situación no afectaba a las elites alemanas y al cuerpo diplomático, de manera que sus celebraciones y encuentros sociales mantenían un alto nivel.
Era el momento en que Alemania se encontraba prácticamente en la cúspide de su transitorio poderío. Casi toda Europa estaba siendo dominada por sus huestes, pero Hitler soñaba con más espacio vital. El tema del momento eran los avances territoriales y los triunfos del ejército teutón sobre las tropas y la resistencia soviéticas. Sin embargo, Harald parece haber captado correctamente, y a tiempo, la contradicción que existía entre el optimismo de la cúpula gobernante y algunos de sus generales y gente común, que presentía que Alemania había saltado al vacío. La experiencia de la Primera Guerra Mundial, apenas una veintena de años atrás, estaba fresca en muchos alemanes y se iba desarrollando una resistencia clandestina incluso al interior de los sectores militares.
La Embajada sueca, entonces al igual que ahora, estaba ubicada en el centro mismo del poder alemán, cerca del cuartel general de las Fuerzas Armadas, el Palacio de Gobierno, el Ministerio de Relaciones Exteriores y otras embajadas. El personal era numeroso, dada la magnitud de las relaciones sueco-alemanas. Tampoco escasearon las confrontaciones entre Harald y sus jefes allí, lo que era especialmente molesto para él cuando ciudadanos suecos tenían problemas con las autoridades locales. Según su hijo Erik, fue en esos casos en que aprendió lo que no debía hacer –aunque para hacerlo, según nosotros. No nos consta que haya seguido ese aprendizaje en sus cargos diplomáticos posteriores, tampoco en Berlín.
Al comienzo de su estadía, Harald y su amigo y colega Rutger von Essen, ambos con sus familias a buen resguardo en Suecia, entraron rápidamente en los ambientes sociales berlineses, lo que les proporcionó la oportunidad de conocer a opositores al régimen. Como es de esperar, se veían obligados a actuar muy discretamente, a pesar de que la posición de los dos jóvenes diplomáticos permitía abrir confianzas. Harald las fue aprovechando, tanto para su actuación como para sacar conclusiones. Y también para lograr la libertad, no sabemos con qué artificios, de amigos o parientes de los opositores que habían sido arrestados. Aquello vino a ser un verdadero entrenamiento de grado superior a lo ya experimentado en Roma y que pronto sería perfeccionado en la Noruega cautiva.
Es en ese entorno que Harald despliega sus dotes de gran señor. De buena apariencia, vestido elegantemente, discretamente