La extraña en mí. Antonio Ortiz
Por un momento me sentí satisfecha y creí que no estaba sola, que mi oscuridad tenía compañía, que mi ira se intensificaba y que tenía estrategias para sobrevivir al infierno que me rodeaba.
Le conté a María Paula Abril sobre este nuevo tesoro que se abría a mis pies, quise compartirle un secreto a voces que atravesaba los miedos y las frustraciones de cientos de miles de personas en todo el mundo. María Paula me invitó a su casa para que le mostrara cómo ingresar. Me pareció que era algo tonto, pues solo debía llenar el formulario y ya. Mamá lo consideró como una excelente idea, debido a que se trataba de una amiga del colegio y eso significaba para ella que yo podría tener una vida normal. No debemos dejar, bajo ciertas circunstancias, que aquellos que piensan igual o que sienten igual se junten.
Llegué a casa de María Paula, a quien sus padres le daban todo lo que pidiera. Al ser hija única, estaba destinada a ser el centro de atención y extrañamente tenía una personalidad más conflictiva que la mía, aunque menos explosiva. Yo pensaba que me vestía mal, pero ella era objeto de burla porque su ropa era muy anticuada para una niña de trece años; sus vestidos remembraban a una abuelita y a veces usaba sombreros con cintas de colores y rosas.
Subimos a su cuarto y pude observar que era más grande que mi apartamento. Su cama estaba cubierta de cojines rosados con forma de corazón y las paredes estaban tapizadas con afiches de diferentes grupos y bandas de reggaetón y pop.
—Te tengo una sorpresa —dijo, con voz alegre.
—No me gustan las sorpresas —le respondí fríamente.
Me senté frente al computador, pero antes de empezar a navegar, ella se desplazó hacia el lado del televisor, abrió una nevera pequeña y de allí sacó dos latas de cerveza. Luego, un paquete de cigarrillos y un encendedor.
—Vamos a hacer nuestra propia fiesta —me dijo en tono burlón.
Jamás pensé que pudiese sentirme incómoda al lado de María Paula, mejor dicho, que sintiese que estaba haciendo algo malo. Las dos cervezas se convirtieron en diez, y esa tarde aprendí a fumar. Tenía miedo de que sus padres nos vieran y de que se armara un lío monumental, pero no fue así. Sus padres andaban siempre muy ocupados y confiaban demasiado en la pequeña manipuladora y mentirosa que tenían como hija. Realmente a ella no parecía preocuparle en lo más mínimo. Por mi parte, sentí tanta tranquilidad que no vi que estaba cayendo al abismo. Mis tardes en su casa se volvieron frecuentes.
Mi mamá estaba feliz porque ya tenía una amiga y pasaba mi tiempo en la casa de ella. Durante esos dos meses no se me veía tan triste y, por el contrario, quería hacer mis tareas y mis deberes para obtener el permiso e ir a mi pequeña “farra”. Meli me dijo muchas veces que me alejara de “Gollum”, que era como le decían a María Paula en el colegio, debido a lo extraña que era y porque a veces la encontraban hablando sola. Mi hermana seguía preocupada porque pensaba que algo malo sucedería si continuaba con esa amistad.
—Vuelvo y te repito: haría lo que fuera por ti. Te amo y quiero que sepas que estoy dispuesta a lo que sea con tal de que te sientas bien —me dijo al darme un abrazo que no fue correspondido.
Me dio un beso en la frente y se marchó con una lentitud exasperante, casi esperando una reacción por mi parte.
Mi hermana me importaba mucho, pero de alguna manera la culpaba de gran cantidad de las cosas que pasaban, pues mientras ella parecía la hija perfecta, yo era el demonio en carne y hueso. Los ojos de mis padres brillaban cuando hablaban de ella y, al llegar el turno de hablar sobre mí, parecían un par de ciegos, dos bombillas fundidas, sin luz y sin esperanza. Aun así, no la odiaba.
Las tardes de cerveza y cigarrillo se repitieron religiosamente cada día y, aunque María Paula abrió una cuenta en Tumblr, no la usaba para nada. Mientras tanto, yo relataba cada una de esas jornadas como una gran aventura que se vive en la exploración de una selva inhóspita, aunque comencé a notar que mis seguidores ya no estaban interesados y que se retiraban sin hacer comentarios. Solo hasta esa fatídica noche en la que publiqué lo sucedido en la casa de María Paula y que me dejó muy mal, fue cuando volví a tener el interés de todos y las notificaciones llegaron por cientos.
María Paula y yo bebimos unas cervezas más de lo acostumbrado. Se notaba porque mis movimientos y palabras eran erráticos, mi rabia se cambió por una alegría incómoda y comencé a tratar de imitar a Carolina Cantor, la más popular y hermosa de mi curso. Era la niña con la que la mayoría de los muchachos soñaban y a quien las demás envidiábamos y odiábamos. Lo último no era gratis, pues le encantaba poner apodos y decir estupideces en contra de todo aquel que no fuera de su clan.
Mi imitación cesó cuando traté de copiar la forma en que bailaba: era allí donde mis habilidades se perdían, además de ser escasas. María Paula detuvo su risa y me dijo que no me sintiera mal e insistió en que continuara. No podía. Me era físicamente imposible, pues carecía de ritmo; en síntesis, no sabía bailar. Cuando me senté, María Paula se dirigió hacia mí, y en lo que parecía un acto caritativo, estiró su mano indicándome que me pusiera de pie; puso música y con movimientos muy coordinados empezó a moverse. Me tomó de las dos manos y trató de llevarme al compás de la música. Al pisarla, se dio cuenta de mis movimientos torpes, por lo que puso su mano derecha en mi espalda, casi al borde de la cintura, y su mano izquierda sujetaba mi mano derecha. Su cuarto era el escenario en el cual se desenvolvía este drama; estábamos refugiadas allí, escondidas de la vista de sus padres, a merced del alcohol y su voluntad.
—Uno, dos, uno, dos —me repetía, mostrándome los movimientos—. Tienes que soltarte un poco más, estás muy tensa —decía, casi burlándose de mí.
Su mano derecha hizo un movimiento un poco fuerte, lo que me acercó más a su humanidad. Pude percibir su aliento mezclado con alcohol y tabaco, y ver sus ojos vidriosos y enrojecidos. De repente los cerró y me indicó que hiciera lo mismo para dejarme llevar por la música. Mis párpados se entrecerraron con temor y, cuando pensé que ya era suficiente, los abrí y pude ver cómo los labios de “Gollum” se acercaban a los míos sobre un rostro casi orgásmico. Me quedé petrificada y sin las fuerzas suficientes para huir. Un beso estalló en mi boca. No pude descifrar lo que sucedía mientras sentía que María Paula me rodeaba con los brazos. Sus besos se volvían más intensos, pero no respondí de ninguna manera. Era la primera vez que me besaban. Aunque no me considero lesbiana, debo confesar que los tres primeros besos no me incomodaron. El gatillo disparó el caos cuando su lengua intentó atravesar mi boca.
Posesiva, obsesionada e intransigente: así es María Paula Abril. Cuando las cosas no le salen como ella quiere, se vale de artimañas para lograrlo. Ese descubrimiento lo haría en carne propia y, lo que comenzó como una terapia de recuperación significativa, se volvió una hecatombe de infinitas proporciones que haría que me entregara a los brazos de todas las desgracias y arrastrara conmigo a toda mi familia.
Las personas son como la Luna:Siempre tienen un lado oscuro que no enseñan a nadie.
Mark Twain
REVISAR MI VIDA PASO A PASO y darme cuenta de que la mayor parte de ella está llena de dolor, parece ser un cruel inventario del mismo destino. Un año nuevo comienza y, aunque todos esperan que el futuro sea aún mejor, que todos los problemas se solucionen y que desaparezcan una a una las penas, sé por experiencia propia que a veces el pasado se devuelve como un búmeran. Tengo miedo de recordar, pero al mismo tiempo no quiero olvidar. Si olvido, entonces aquellos que están ahí afuera no tendrán esperanza, no podré prevenirlos y la historia se repetirá, ya no en mí, sino en todos los que no pueden ver a lo que se enfrentan.
* * *
Cuando tenía seis años hablaba sin parar y tenía sueños, muchos sueños que fui enterrando al ir creciendo; esas ilusiones de niña pequeña fueron quedando atrás en la amnesia de la vida. Muchas personas les preguntaban a mis padres a manera de chiste: “¿Dónde se apaga?”.
Era muy elocuente y me encantaba ser el centro de atención. Sin embargo, en unas vacaciones en San Bernardo del Viento, un pueblo que está ubicado cerca del mar Caribe, en el norte de Colombia, y donde nació mi