La extraña en mí. Antonio Ortiz

La extraña en mí - Antonio Ortiz


Скачать книгу
usted cree que en este colegio hay ladrones, debería perseguirlos y sacarlos, ya que de lo contrario vamos a ganarnos una fama de “hueco”. Marque al número y así sabrá que nosotros no lo tenemos.

      Mi mirada furiosa pareció tener efecto. El rector dejó escapar un suspiro y, ante semejante presión, miró a Manuela, quien para ese momento había terminado la búsqueda en los salones, y le pidió el número. Lentamente, sus dedos fueron digitando las cifras que lo llevarían a la evidencia. Mi corazón latía a dos mil por hora y mi respiración se agitó tanto que pensé que me iba a desmayar. Todos miramos mientras el rector ubicaba el teléfono en su oído y un silencio sepulcral llenó la oficina. Esperamos unos segundos y nada. Volvió a marcar, pero esta vez con el altavoz puesto. El maldito estaba apagado. En ese momento me sentí aliviada por un lado, pero frustrada por el otro. El rector solo nos dijo que lo lamentaba y que esperaba que entendiéramos la situación. Cuando estábamos bajando las escaleras, Manuela nos pidió que volviéramos.

      —Señor rector, no les han revisado las mochilas —dijo de forma vehemente.

      Volvimos a la oficina. Entre susurros y groserías cada uno debía pasar por la requisa.

      —Señorita de la Roche, ya que usted ha sido la que más ha protestado, la invito a que sea la primera —dijo el rector, con una sonrisa burlona.

      Sacaron todo de mi mochila, hasta la tapa de gaseosa que usaba para cortarme. Nada. Era de suponer que no encontrarían lo que buscaban. Muy lentamente empaqué todo mientras miraba a todos en la fila.

      —Ya se puede marchar, no hay nada más qué ver —indicó el rector.

      Mientras esperaba en el parqueadero, vi al papá de Mariana; se veía tranquilo, como si nada pasara. Me sorprendí cuando vi detrás de él a mi padre, quien fue a recogerme esa misma tarde. Tenía terapia y lo había olvidado por completo. Tuve que marcharme sin saber qué iba a suceder y, mientras estaba en el consultorio, mi cabeza se volvió un ocho tratando de pensar en los posibles escenarios.

      No pude hablar con María Paula Abril porque esa noche sus padres la llevaron a un concierto y nunca se conectó. Mi hermana estaba en un retiro espiritual y no llegaba sino hasta el fin de semana. Me desesperé y traté por todos los medios de averiguar qué sucedía. Volví a abrir mi cuenta de Facebook, pero extrañamente nadie mencionaba nada.

      * * *

      La sinceridad y honestidad son el principio de cualquier sociedad. Me enfrentaba a la incriminación de una persona inocente. Llegué sin saber qué sucedía y todo era un misterio. Delante de mí, en la oficina del rector, estaban mis padres, mi hermana, Mariana, Manuela, Carolina y la enfermera. Sabía que nada podía salir tan bien, pero, cuando lo hice, nunca pensé que las cosas iban a estar tan mal.

      —Yo te vi entrar al salón y poner el teléfono en la mochila de una inocente —dijo la enfermera, mientras mis padres lloraban con inmenso dolor.

      —Sabía que no debía confiar en ti. Eres mala, traicionera, y por eso siempre, siempre estarás sola —me gritó Mariana.

      —Qué vergüenza. Me siento muy desilusionada. Podremos tener la misma sangre, el mismo ADN, pero no somos iguales —continuó mi hermana mientras lloraba.

      —Tranquila. Sé por qué lo hiciste y te entiendo. Podrás ser gorda, fea y rara, pero no eres una ladrona —decía Carolina mientras me abrazaba.

      Abrí los ojos ahogada en llanto y entre lágrimas vi el rostro de mi mamá tratando de decirme algo que no entendía. Cuando agité la cabeza para despejar mi mente, me di cuenta de que estaba en mi cuarto y de que todo era un sueño. Mi madre se asustó bastante porque pensó que era otra crisis. Al siguiente día me reporté como enferma y no fui al colegio, pero, como era de esperar, las noticias de última hora las obtuve de mi mejor fuente. María Paula Abril me contó con detalles lo que había sucedido.

      * * *

      Mariana fue la penúltima persona a la que le revisaron la mochila; cuando la abrieron, el celular estaba allí. La enfermera y el jardinero corroboraron que después de dejarme en la enfermería, Mariana se había desviado hacia el salón y después se había dirigido al baño. Ella argumentó que solo había ido allá por una toalla higiénica, pero la evidencia era contundente. Su padre se sintió tan avergonzado que no fue necesario que la expulsaran del colegio.

      Mientras Abril me contaba el acontecimiento con cierto deleite, una lágrima atravesaba mi rostro. Por primera vez me dolía lo que estaba pasando. Recordé el abrazo entre esa niña y su padre, y pensé en el dolor que ambos estarían sintiendo. Sus palabras retumbaron en mi cabeza. Había aprendido de mi madre que solo los verdaderos amigos te dicen la verdad sin pensar en cuánto te duela. Mariana se había mostrado como una persona digna y valiente, me enfrentó sin temores ni tapujos y cuando me dio la espalda, le clave el puñal de la mentira y la traición. No había ninguna diferencia entre mi padre y yo: éramos iguales y hacíamos las mismas cosas.

      Mi apetito se marchó por unos cuantos días al igual que mi sueño; no lo pude conciliar porque cada vez que cerraba los ojos veía el rostro y la mirada de Mariana acusándome. Le pregunté a mi padre si alguna vez había hecho algo muy malo, si había mentido y herido a personas que fueran inocentes. Un silencio largo e incómodo nos invadió, a mí por la certeza de una respuesta afirmativa y a él por la incertidumbre de mostrarse honesto o seguir mintiendo. Su respuesta me sonó a discurso de político:

      —La mentira muchas veces es la omisión de cierta información que podría hacer más daño. Verás, si le decimos toda la verdad a alguien que tiene una enfermedad terminal, podríamos acelerar su muerte, mientras que, si maquillamos un poco la información, tal vez esa esperanza le dé más oportunidades.

      Eso no era lo que esperaba oír, pero no insistí más. Aunque mi pregunta había sido respondida tácitamente, quería mirarlo a los ojos mientras me decía que sí, que se sentía muy mal por habernos mentido. Solo quería escucharlo decir “lo siento mucho”. Vi cómo se atragantaba con su saliva porque él en el fondo sabía que yo no me le “comía” ese cuento de hadas y que lo consideraba un mentiroso. Fue un gran mal para mí, pues no estaba tan lejos de todo lo que me fastidiaba. Me había convertido en una mentirosa y traicionera como mi padre, y era igual de manipuladora que María Paula. Como quien dice, estaba condenada al fracaso.

      Volví a ver a Mariana meses después mientras acompañaba a mi madre a hacer mercado. Al encontrármela de frente, mi mirada esquivó la suya y, aunque no sé por qué ni con qué intención, ella trató de hablarme. No quise escucharla ni enfrentarla, por eso, de manera angustiante, salí lo más rápido que pude al parqueadero, tratando de esconder mi culpa, ocultándome como la criminal que creía ser. En síntesis, hice lo que aprendí de mi padre.

      Mamá me siguió y me preguntó si estaba bien, pero por un momento no pude respirar, sentí que me ahogaba; por más esfuerzo que hacía, el aire no llegaba a mis pulmones. Mi madre estaba desesperada y comenzó a pedir auxilio. De repente, una señora me hizo agachar la cabeza y me empezó a dar instrucciones sobre cómo respirar. Una bolsa de papel se instaló en mi boca y mis ojos veían cómo se inflaba y se desinflaba, al tiempo que recuperaba mi capacidad de respirar; era algo que dolía ver. Poco a poco volví a sentir que la sangre recorría mi cuerpo como un río que fluye de nuevo después de estar congelado. Recliné mi cabeza en el asiento delantero de nuestro auto y me empecé a recuperar de lo que me estaba sucediendo. Fue horrible, sentí que mi cuerpo se petrificaba y que cada célula se detenía sin previo aviso.

      Un ataque de pánico, así se lo definió la señora que nos ayudó, quien resultó ser la madre de Mariana. La ironía de la vida me cobijaba otra vez para burlarse de mí. Mi pecado me perseguía como queriendo hacer justicia y no me iba a librar tan fácilmente, aunque sabía que para tapar una mentira tendría que hacerlo con una cadena de más mentiras. Tal vez llevaría las cosas un poco más lejos, allí donde la fantasía se convierte en algo cierto, donde la cordura y la locura se dicen adiós. Todo llegaría hasta el punto en que no podría saber qué era real y qué no.

      Конец ознакомительного


Скачать книгу