La performatividad de las imágenes. Andrea Soto Calderón

La performatividad de las imágenes - Andrea Soto Calderón


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una potencia porosa, arraigada en una experiencia herida. Hay un espacio entre esos dos modos de la potencia que, por ejemplo, Diego Sztulwark está pensando cuando dice:

      ¿Cuál es la imagen de potencia que podemos oponer a la imagen de potencia que el neoliberalismo moviliza, que es una imagen contundente, productivista? Es la idea de podemos más, podemos todo. Tenemos que estar todo el tiempo presentándonos como sujetos productivos, plenos, creativos, valorizantes. La potencia es todo lo que podemos y podemos siempre y podemos más. Esto niega que la potencia real de la existencia, la capacidad de hacer y pensar de la que habla Spinoza, es siempre una potencia que está atravesada por lo frágil, atravesada por la angustia, por patologías, por no saber. Es una potencia sin imagen previa. No es el «sí podemos», es el «qué difícil que es todo». Ese punto de la potencia creo que es un punto fundamental para restituir. Porque si no el tipo de potencia que está emergiendo es una potencia de compra de mercancía, que simplemente lo que va a hacer es liquidar todo el capital que tenemos para recuperar12.

      ¿Cómo activar la potencia de la crítica creativa en una época que no deja de anunciar su fin? Si la hegemonía del pensamiento ya no tiene la palabra o solamente lo discursivo, sino que el pensamiento se ha transformado hasta tal punto que ya no puede ser considerado sin las imágenes, ¿cómo sería una crítica que no se entienda solo en clave de denuncia o visibilización de un determinado orden de cosas, sino una crítica que mueva un régimen de visibilidad? ¿Cómo abordar este desafío de constitución de otros cuerpos colectivos en donde el saber y el no saber se encuentren concernidos?

      Este no es un asunto periférico sino estructural, por lo que se hace necesario desfigurar, desincorporar ciertas imágenes de la crítica que no nos permiten atender a cómo se articula nuestro presente, del mismo modo que hay imágenes del movimiento que nos impiden movernos.

      El concepto de crítica tiene una extensa y estratificada historia. Aparece por primera vez en Platón en tanto arte de la distinción. Como desarrolla Alain Badiou leyendo a Platón, desde sus inicios la crítica está vinculada a la palabra krinein, esto es, a la capacidad para «ordenar o separar algo que es bueno de algo que es malo»13, lo que marcará una orientación muy específica en donde la crítica y el juicio irán siempre en estrecho vínculo con la realización de un discernimiento entre lo verdadero o lo falso, lo bueno o lo malo, lo bello o lo feo. Por lo tanto, con el establecimiento de una oposición.

      Con Immanuel Kant la noción de crítica adopta un nuevo alcance en la tradición del pensamiento occidental, ampliando su sentido y situando la crítica en relación al conocimiento, es decir, la crítica no solo tiene la función del reconocimiento de unas características determinadas que nos permitirían juzgar si un objeto se adecúa o no a unos términos específicos, sino que la crítica es fundamentalmente la capacidad de suspender un juicio para poder aproximarse a aquello que busca comprender, «el método crítico suspende el juicio con la esperanza de alcanzarlo»14.

      El desplazamiento que introduce Kant a partir de su obra La crítica de la razón pura consiste en señalar que la crítica no es precisamente la separación pura entre lo que es verdadero y lo que es falso, sino que ante todo marca la idea de un límite. La crítica, para Kant, establecía su límite por vía negativa, esto es, daba cuenta de lo que era posible para el conocimiento o lo que era posible conocer haciendo evidente lo que era imposible para el conocimiento humano, aquello que no puede ser realmente conocido. Esta transformación es muy importante porque, como acertadamente sostiene Badiou, si la crítica en un sentido primitivo es el ejercicio de la separación teórica y práctica entre lo verdadero y lo falso, entre las opiniones y la verdad, eso significa que hay una época histórica en que no hay pensamiento sin la práctica constante de la separación. Pero si la crítica toma el significado moderno que le otorga Kant, aceptar el límite de su propia actividad, entonces la separación, tal y como había sido comprendida, se complejiza. Se abre entonces un nuevo sentido para la crítica: el conocimiento. Pero no solo se abre un nuevo sentido para la crítica, sino que se abre una época histórica en donde el pensamiento no puede ser comprendido sin esa tensión que habita entre su posibilidad y su límite.

      La herencia de este pensamiento es amplia. En el siglo XX, en un contexto de múltiples sospechas con las jerarquías del saber, vuelve el debate por el problema de la crítica. En este sentido, sin lugar a dudas es Walter Benjamin quien, a través de sus diversas investigaciones, dio un giro decisivo hacia una nueva significación del concepto de crítica15, que fue desarrollando y madurando a lo largo de toda su obra para delinearla como una práctica de interrupción, de fragmentación, de agrietamiento. La crítica como una praxis de diversas operaciones que permitan abrir el presente e interrumpirlo, del mismo modo que la traducción interrumpe la lengua propia.

      Se profundiza así en la diferenciación entre la crítica del juicio y de la evaluación, pero también de sustraerla del lugar de denuncia o acusación. De hecho, en relación a la práctica artística, para Benjamin no hay ninguna escala de valores, ningún criterio a priori con el cual diferenciar grados de valor entre obras de arte auténticas. El único criterio es la capacidad reflexiva que estas puedan o no abrir. La distinción entre lo que es arte y lo que no lo es se da a través del criterio de la posibilidad crítica, las posibilidades que una obra nos da para pensar críticamente una situación:

      Las relaciones sociales están condicionadas por las relaciones de la producción. Y cuando la crítica materialista se ha acercado a una obra, ha acostumbrado a preguntarse qué pasa con dicha obra respecto de las relaciones de productividad de la época [...]. Por tanto, antes de preguntar: ¿en qué condiciones está una obra literaria para con las condiciones de producción de una época?, preguntaría: ¿cómo es en ellas?16

      Entre las diversas aproximaciones a la noción de crítica en Benjamin destacan principalmente tres ejes desde los que articula su reflexión: el arte, la traducción y sus análisis sobre la infancia17. Tres experiencias que se inscriben en el marco de la propia premisa benjaminiana del inacabamiento del pasado, un tiempo arqueológico, de coexistencias. El pasado tiene una energía disponible que por medio de la crítica podemos actualizar para levantar otras memorias y desde ese tejido configurar otro presente. La crítica tiene la potencia de encontrar la actualidad de un material, una historia, una relación, una obra, para seguir diciendo cosas fuera de su tiempo. Para trazar otros futuros posibles.

      Así, la crítica no consiste en una impugnación ni en un juicio a partir de normas externas que ignoran la singularidad de las obras o de las situaciones, sino de una crítica inmanente, es decir, una crítica que parta de la obra y de las singularidades contextuales, estableciendo sus propios parámetros. Esta fractura que introduce Benjamin en la comprensión de la crítica es como una especie de mordedura de la que no se podrá sanar y que hará imposible no poder dejar de preguntarse en cada época por las herramientas que tenemos para abrir el porvenir.

      El problema es que después del fracaso del proyecto soviético, las descripciones dominantes del tiempo presente han puesto en obra una perspectiva bastante frustrante. Bajo diversas dramaturgias, como el fin de la utopía, el fin del arte, el fin de la historia, el fin de los grandes relatos, no deja de afirmarse la imposibilidad de construir un horizonte común. Lo que habría desaparecido con el colapso de la Unión Soviética no sería solamente un sistema económico y de Estado, sino también el modelo de temporalidad que marcaba un desarrollo, un camino hacia una verdad y una promesa de justicia. Lo que quedaría sería la única realidad de un tiempo despojado incapaz de proyectarse más allá de sí mismo.

      Cuando el tiempo se ha desquiciado y se ha salido de sus goznes, la única realidad que se anuncia es la de un tiempo post­histórico marcado por el reino del solo presente. El presente es lo único que importa, el así llamado «presentismo». En ese escenario, aunque se sostiene lo contrario, vemos que el lugar al que se ha remitido la crítica ha sido a un repliegue de utopías o criterios anteriores. Cuando no tenemos utopías disponibles y vemos que las categorías críticas se hacen insuficientes, en vez de profundizar en las paradojas que exige el presente y alimentar una práctica de la crítica como la que propondría Benjamin, hay un repliegue, un refugio que se modula en nostalgias de un pasado supuestamente mejor que vuelve sobre la necesidad de afirmar los términos dicotómicos en donde queden claramente separadas las verdades de las apariencias,


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