Águilas y moscas. Jesus Torrens Alvarez

Águilas y moscas - Jesus Torrens Alvarez


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el amor y el recuerdo, sobre la nostalgia y sobre cómo la vida no es más que aquello que no se quiere olvidar; Betuel Bonilla, nacido en Neiva y autor de El arte del cuento, La ciudad en ruinas y Las maneras de volver entre otros, y que recrea una historia ligada a la violencia y a la situación que cientos de familias han vivido y viven en Colombia y en otros lugares del mundo donde la guerra no da tregua; Fabián Mauricio Martínez, destacado cronista y cuentista santandereano, autor de Una ciudad llamada Bucaranada y El sexo de las salamandras, entre otros, que narra en el cuento incluido en esta selección la imaginación y la situación que vive un niño en una familia no tan particular como se pudiera creer; Nicolás Peña, bogotano, dedicado a la poesía sobre todo y a la escritura de cuentos, con libros como Mi mamá es la única que lee mis poemas y Ciudad de perros y palomas, etc. que presenta un cuento que habla de la soledad, del silencio de aquello que nos hace buscar todo el tiempo compañía. Del mismo modo, Óscar Mejía, autor de libros como Todos los que vivimos en esta casa, y varios cuentos, recrea una situación particular en donde las creencias, la fe y la sociedad juegan un papel determinante para el protagonista del relato; y Daniel Felipe Osorio, caleño y autor de varias obras como el hermoso cuento ‘Instante de amor’, narra en esta ocasión lo sórdido que puede llegar a ser el hombre, sus manías y aquello que no se dice o se dice rápidamente.

      De esta colección también hacen parte Lotus King Salcedo, autor de ‘Laura se va’, ‘Derribando muros’, ‘Hijos de nuestra época’, entre otros, y que cuenta en esta oportunidad una situación urbana en la que el sexo, el día a día y la violencia se juntan para estremecer. Por su parte, John F. Galindo, destacado poeta, con obras como Karaoke Demon, L y No hace falta que te digan que te quites, etc. presenta cinco ingeniosas, extrañas y llamativas propuestas fílmicas, cada una a modo de relato que impactan a más no poder. Diego Higuera, bumangués, autor de ‘Ruidos en el techo’, ‘La puerta del infierno’ y ‘Un mundo mejor’, entre otras obras, juega en esta ocasión con lo fantástico, con el terror y con aquello que genera escalofrío o repelús. Óscar Daniel Campo, barranqueño de nacimiento, autor de Los aplausos, presenta un cuento que se enfoca en lo cotidiano, en aquello que parece desapercibido o sin importancia, pero que siempre dice algo.

      Continuando con los autores, Daniel Bonilla, oriundo de la capital colombiana y autor de obras como ‘Mutis por la poesía: el conocimiento que se esconde’ y ‘Al margen de Trilce’, etc. en esta selección presenta un cuento que tiene como eje central la amistad, los espacios y, sobre todo, lo psicológico. De igual forma, Farouk Caballero, de su natal Bucaramanga, autor de libros como El tigre no es como lo pintan y Violines, fusiles y balígrafos, recrea un hecho de la violencia vivida en otra nación que fácilmente se puede identificar en el contexto de nuestro país o el cualquier otro en donde la guerra es protagonista del diario vivir. Miguel Ángel Pulido, bogotano, autor de Las venas de Yuma y otras obras, narra una situación fantástica en donde lo sobrenatural es pieza fundamental del relato, y en donde aquello que creemos ver o sentir sale a relucir cuando estamos solos y la noche está en su máxima expresión. Por su parte, el bumangués Dany Yesid León, autor de Canción para abrir una jaula, Desde estancias habitadas y Momento del decir, presenta un hermoso relato que tiene que ver con aquellas personas, muchas veces inocentes, que se ven relacionadas con una realidad bélica que los toca, los rechaza y al mismo tiempo los seduce. Miguel Castillo, santandereano de nacimiento y autor de obras como Peces para un acuario, ‘Tres hombres solos’ y El resplandor de la derrota, entre otras, ficcionaliza, de manera magistral, los últimos instantes del gran Hemingway, haciendo un recorrido nostálgico por aquellos momentos más significativos del escritor norteamericano. Álvaro José Claro, bumangués, autor de Ausencias y Enjambre, entre otros, en esta ocasión se inmiscuye en el tema del amor y en lo carnal, en aquello que no queremos saber y lo que posiblemente debemos olvidar. Finalmente, Juan Diego Serrano, igualmente santandereano y autor de Toda esa suciedad entre otras obras, presenta un cuento en el que hace una crítica social de gran dimensión desde la ficcionalización de un personaje muy particular, que deleita y hace volar con su manera de ver el mundo y la realidad en la que está inmerso.

      Todos estos autores, incluidos los ilustradores, hacen las veces de anfitriones para que usted, estimado lector, se apropie de este libro como si fuera su casa, lo recorra, lo disfrute y lo pasee como el más importante de los invitados.

      Alguien espera en la mesa ocho

      Jesús Antonio Álvarez

      Ilustración de Gina García

      La capital te atrapó, te embriagó en el triste ritual del olvido.

      Gotan Project, Celos

      ¿Aló? Sí, te escucho. ¿Qué hay de nuevo en Bucaramanga? Sí, eso me contó mi mamá: que ya inauguraron el Metrolínea. Aquí hay subte. El subte es lo mismo que un metro, pero aquí son pocos los que lo llaman así. Yo siempre voy en la línea A, desde Congreso hasta Puán. Allá queda la sede de Filosofía y Letras. La verdad es que ya no me gusta la maestría. La ciudad es hermosa, y la gente amable. Conseguí trabajo en una pizzería. Se llama La Continental. Queda cerca de mi casa, puedo ir a pie. Sí, es rica la pizza. Hay una en especial que me gusta mucho: se llama fugazzeta de jamón y queso. Tiene cebolla, no te va a gustar. ¿Cómo están todos? ¿Y la gente del barrio? Yo también los extraño.

      »¿Aló? Pensé que se había caído la llamada. No, no son caras las llamadas. La semana pasada no fui a la U. Me quedé toda la tarde leyendo. Sí, también estoy escribiendo. Tal vez algún día termine ese libro. Prometo que te lo dedicaré a ti. Sí, siempre te he querido; fuiste tú quien me dejó. Pero bueno, hablemos de otras cosas. Sigo en la pizzería. Trabajo casi todo el día, solo me queda tiempo para comer y dormir. Gano buenas propinas. He hecho varios amigos. Sí, también he hecho amigas. Hay una brasilera que se llama Gabriela, es hermosa. No, nadie es más hermosa que tú.

      »Hay gente de todos lados: chinos, paraguayos, bolivianos… Me la llevo bien con los paraguayos, aunque no les entiendo mucho cuando hablan. No, los chilenos hablan peor. No he visto una sola argentina hermosa hasta ahora. Sí, yo también supongo que las hay; pero yo solo tengo suerte con las feas. No, tú no eres fea. Sí, te sigo queriendo. ¿En qué estás trabajando? Bueno, ojalá a ti te vaya bien.

      »Te hablo de una mujer mayor. Se parece a tu mamá, solo que siempre va vestida de otoño. No sé, mi jefe no la soporta. Hace dos meses la vi por primera vez. Debe de tener unos cincuenta años, algo más. Es bonita; tiene la mirada de todas las mujeres que esperan tras la ventana. Yo estaba barriendo y ella me tocó el hombro. Me preguntó por su esposo. Me dijo: «Es el de la foto. Se fue cuando era un pibe y no lo he vuelto a ver». Mi jefe dice que su marido estuvo en lo de Las Malvinas, y que cuando acabó la guerra ella estuvo esperándolo en la puerta de su casa; pero él nunca volvió.

      »Han sido muy amables conmigo. Cuando hablamos de fútbol les recuerdo el 5-0 y se quedan serios. ¿Que si la he vuelto a ver? Sí, esa señora viene todas las tardes, a eso de las cinco. Se sienta en la mesa ocho, pide dos fugazzetas y dos Coca Colas, pregunta si han visto a su marido y se maquilla frente al espejo hasta que cerramos el local. El otro día fui hasta Retiro. Cerca está el correo argentino. Sí, fue el día que te envié el libro que me pediste. Bueno, pues la señora estaba allá y preguntó si había carta para ella. Sí, yo también sé que no quería una carta, solo quería que le dijeran algo de su marido. No, ella pide de comer y ni siquiera mueve los tenedores. Se queda esperándolo.

      »¿Te gustaron las fotos que te pasé? Hay una en la que salgo con los compañeros de la Facultad. Si mi familia te pregunta algo diles que aún estoy estudiando; solo tú sabes lo de mi trabajo. Sí, la mesa ocho. Esa es la mesa que escoge esa señora cada vez que viene a comer. No, cuando hay alguien ahí se queda esperando a que terminen y luego se sienta. Sí, es triste verla. Me da la impresión de que espera que alguien le corra la silla; pero luego se resigna. Sí, habla sola, era de esperarse. Tal vez algún día me anime a saludarla.

      »¿El Obelisco? Es grande, sí; pero de tanto verlo ya no me causa gracia. Queda en el cruce de Corrientes con la 9 de julio. Por ahí cerca también está el Teatro Colón. No, la foto que tengo con la camiseta naranja es frente a la Catedral. Es bonita,


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