Peregrinaje al Bicampeonato. Gustavo Villafranca Cobelli

Peregrinaje al Bicampeonato - Gustavo Villafranca Cobelli


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      PEREGRINAJE AL BICAMPEONATO A 25 AÑOS DEL TÍTULO DE LA “U” 1995, EN LA MEMORIA DEL HINCHA Autor: Gustavo Villafranca Cobelli. Editorial Forja General Bari N° 234, Providencia, Santiago-Chile. Fonos: 56-2-24153230, 56-2-24153208. www.editorialforja.cl [email protected] Diseño y diagramación: Sergio Cruz Edición electrónica: Sergio Cruz Fotos: Claudio Vilogrón Primera edición: diciembre de 2020. Prohibida su reproducción total o parcial. Derechos reservados.

      Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor.

       Registro de Propiedad Intelectual: N° 2020-A-9002

       ISBN: Nº 9789563384970

       ISBN Digital: Nº 99789563384987

       Han terminado los torneos profesionales de 1995. Y habrá que decirlo (…) es la temporada más espectacular de la historia del profesionalismo, considerando la suma de sus campeonatos de primera y segunda división.

      Edgardo Marín,

       Premio Nacional de Periodismo Deportivo.

       (Revista Don Balón N° 182, 12 de diciembre de 1995).

       PRÓLOGO

      Soy de la “U” gracias a mi hermano. Crecimos en una pieza donde las paredes se vestían de fotos, banderas y banderines del Romántico Viajero. En esas décadas las derrotas superaban los triunfos. De hecho, nunca vi a la “U” campeón, pero algo tenía este equipo que nos enamoraba cada semana sin importar el resultado. Ahí estábamos los tres. Mi padre, mi hermano y yo. No fueron pocas las veces que salimos llorando la derrota. Abrazado a Erwin, le pregunté más de una vez: “¿Qué tiene la “U” que la seguimos queriendo?”. “No lo sé”, me dijo. No se puede explicar. Quizás sea ese aspecto inentendible el que nos hace querer a nuestro equipo más allá del resultado. Quizás en lo inexplicable encontramos el valor de mantenernos 25 años sin títulos y contarlo con la frente en alto. Sí, porque no me avergüenzo de haber pasado tanto tiempo sin levantar nada. Fueron esos años los que forjaron el carácter del hincha verdadero, de ese soñador que solo pide entrega en la cancha.

      El título del año 95 se ganó con fútbol, valentía y un enorme orgullo de ser parte de ese plantel. Para muchos fue lo mejor que nos pudo pasar en la vida. Pero siempre me pregunté cómo lo hubiera vivido en el tablón, como hubiera celebrado con mi papá y mi hermano si no hubiera sido futbolista. El destino quiso que lo viviera dentro y fuera testigo de un Nacional repleto de globos azules y rojos. Una fiesta que esperamos tanto tiempo. Décadas de ilusión. Pocas cosas emocionan más que salir del túnel y escuchar “Sale, León”, ganar un partido y ver tanta pasión acumulada por tantos años. Qué satisfacción poder mirar a mi hermano y agradecerle haberme enseñado a ser azul. Qué hermoso fue ver a padres llorando abrazados a sus hijos. En esas lágrimas se traspasaron años de historia. Años de amor, sufrimiento, pasión y orgullo. ¿Existe otra manera de ser de la “U”?

      Rodrigo Goldberg M.

       DESDE EL SALVADOR A SANTIAGO

      No fue demasiado larga la espera en la soledad estrellada del desierto para detener un bus que viniera desde el Norte y viajara rumbo a la capital. La máquina de la línea Corsario, además de varios asientos desocupados, portaba en su parabrisas el letrero “Santiago”. El auxiliar no tuvo problemas para ofrecernos un gran descuento a Cesario, a mí y a un par de hinchas que también esperaban transporte en medio de la Panamericana. El cansancio por todo lo vivido durante las últimas horas era muy grande, así que recién me di cuenta de que el viaje había llegado a su término cuando miré por la ventana y, ante la presencia del monumento a Los Héroes, observé que atravesábamos la Alameda para ingresar al terminal de buses por calle Tucapel Jiménez. Eran poco más de las 9 de la mañana del lunes 19 de diciembre de 1994 y, lejos de pensar en el regreso a casa, caminé por la Libertador Bernardo O`Higgins hacia el poniente con destino a la universidad, en un estado de enorme satisfacción, esperando encontrar a mis compañeros, tanto azules como rivales. En el trayecto iba deteniéndome en los diferentes kioscos a mirar las portadas de la heroica gesta de El Salvador. Mi orgullo y satisfacción se vieron coronados con el titular principal de El Mercurio, que informaba sobre el éxito de la “U”, algo inédito por ese entonces, cuando apenas tenía 21 años.

      En el campus estaba mi compañero Rodrigo Sepúlveda –hoy conocido periodista de Mega–, quien, además de felicitarme por mi Peregrinaje a El Salvador, me dijo que tuviera cuidado de andar con la camiseta de Universidad de Chile, pues algunas informaciones señalaban que hinchas de Colo-Colo estaban organizados para reprimir a los azules que se encontraban celebrando el título. Sus códigos de Eterno campeón les impedían ver al rival manifestarse, celebrar o expresarse, pues ellos eran dueños exclusivos del triunfo y tiranos absolutos del equipo que ha sabido ser campeón. Ciertamente las palabras del Sepu tenían alguna lógica, porque no solo los hinchas de Colo-Colo eran una potencial amenaza, sino que, eventualmente, también Carabineros. El carnaval azul se había tomado las principales avenidas de la ciudad de Santiago la noche anterior. Caminar por el centro me alertó de la criminal agresión de una turba de hinchas de la “U” a un pobre oficial en plena plaza Italia, quien recibió en el piso incontables puntapiés en la cabeza y terminó con riesgo vital. Independiente de este supuesto peligro, el miedo no me sedujo y caminé orgulloso por la universidad en busca de mis compañeros, sin embargo, mi decepción se fue acumulando, ya que en los patios casi no había gente. A esa altura del año estábamos al borde de los exámenes, algunos estudiaban en grupos, otros lidiaban con la caña tras los festejos. Los cruzados, seguramente, seguían masticando la rabia e impotencia de haber perdido la posibilidad de ir a una definición, debido al polémico penal cobrado por Imperatore contra Salas y que convirtió el Pato Mardones.

       DUELO DE CAMPEONES

      Si bien esperaba a un grande de Argentina o algún club importante de otro país, lo cierto es que en ningún caso nos sentimos desmotivados con mi viejo para el partido de celebración –disputado un par de días después del 1 × 1 con Cobresal– ante el campeón de la Segunda División, Deportes Concepción. Ver a la “U” con la Copa del Torneo Nacional era parte de ese pacto padre-hijo que había llegado la hora de pagar, así que partimos a Ñuñoa ante el cuadro penquista.

      Faltaban pocos minutos para las 20 horas, aún las luces artificiales del Estadio Nacional no se encendían y unas 30 mil personas se encontraban en las tribunas. Mientras el locutor los nombraba uno a uno, cada jugador del plantel 1994 emergió del túnel sur y recibió el caluroso saludo de la hinchada. Esta vez, tras Marcelo Salas y Sergio Vargas, el más ovacionado fue Patricio Mardones, quien, tras aquel penal convertido en El Salvador, había tatuado para siempre su nombre en la historia más grande del club azul, y eso el hincha lo hizo sentir de inmediato.

      Luego de que todos hicieran su ingreso, la Copa fue entregada al doctor Orozco y al capitán Luis Musrri, para que luego los jugadores dieran la vuelta olímpica desde el sector de regalones, continuando por Los de Abajo, el lado del Imperio Azul, la tribuna Andes y el codo norte –donde nos encontrábamos–, para concluir en marquesina. Si bien el acto tuvo su cuota de simbolismo, la verdad es que no fue un momento emotivo y lo sentí con una fría distancia respecto a la celebración que siempre había soñado.

      Tras la ceremonia ingresó Concepción de uniforme completamente blanco, mientras la “U” lo hacía con el azul eléctrico característico del auspiciador de entonces. El equipo de Jorge Socías comenzó atacando con determinación y rápidamente sacó una cómoda ventaja, resultado con que se fue al descanso. En el entretiempo, mientras compartíamos


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