Peregrinaje al Bicampeonato. Gustavo Villafranca Cobelli

Peregrinaje al Bicampeonato - Gustavo Villafranca Cobelli


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pues Ibáñez y Jara mostraban un rendimiento cada vez más irregular.

      El 15 de marzo se disputaba el segundo partido de Copa Libertadores entre las universidades, pero el morbo del duelo inicial había desaparecido. La razón principal era que, tras perder los cuatro partidos en tierras colombianas, la opinión del medio fue casi de una crisis a nivel de clubes en el fútbol chileno. Además, los hinchas de Católica ya no estaban tan enamorados del juego de su equipo y las críticas a Pellegrini se hacían cada vez más fuertes. Para la “U” empatar el partido era un muy buen resultado, así que se entró a jugar con eso en mente. El encuentro fue malo y los azules cayeron 0 × 2 en un juego carente de emoción. El resultado dejaba la resolución entre los equipos locales, así que era hora de empezar a jugarse la vida. Llegaba el momento de recibir a los colombianos y el cuadro local que pestañeara iba a quedarse fuera de la Copa, de eso no había dudas.

      Por ser el campeón, Universidad de Chile jugaba los viernes, mientras que los cruzados lo hacían los martes. El primer visitante fue Millonarios, equipo que no trajo a todos sus titulares y terminó perdiendo 2 × 1 con la UC y 3 × 2 con la “U”. Salas fue figura en el Estadio Nacional anotando dos goles, mientras el Polaco Goldberg convirtió el definitivo en un partido que terminó siendo mucho más estrecho en el marcador que en la cancha. Aquel partido ante los colombianos se disputó el 24 de marzo e inmediatamente Cristián Castañeda, Esteban Valencia y Marcelo Salas tomaron un avión hacia Los Ángeles para enfrentar a México por la Roja. Este partido era el sueño de todo el fútbol chileno, pues marcaba el inicio de un proceso que buscaba clasificar al Mundial de Francia 98, tras el fatídico último duelo ante Brasil en 1989 que nos dejó casi ocho años sin jugar eliminatorias. En la antesala del duelo a disputarse en Estados Unidos, algunos medios recordaron este último proceso premundialista de la selección. En aquellos tiempos de dictadura, se decía constantemente que Chile le hacía buenos partidos a Brasil. Yo recordaba con claridad un 0 × 0 en Ñuñoa, lo vi con mi viejo en galería poco antes del Mundial de España 1982–; un exiguo 2 × 3 en el Maracaná previo a la Copa América 1983, donde el arquero Óscar Wirth se comió un gol y el Pato Reyes estaba como lateral derecho; un 1 × 1 en Curitiba durante mayo del 86, lo seguí por la radio con tremendo orgullo al escuchar a Pellegrini como baluarte de la defensa y a Mariano Puyol convirtiendo el gol; y el inolvidable 4 × 0 de la Copa América 1987, que vi en el segundo piso de la casa de mis viejos, aunque tuve que bajar en reiteradas ocasiones las escaleras para informar a mis familiares de los goles de Basay y Letelier.

      La ilusión del país era total para las eliminatorias de Italia 90. Aún recuerdo perfectamente los detalles del partido de ida con la Verdeamarela en el Estadio Nacional –al que ambas selecciones llegaban después de haber vencido a Venezuela de visita– que presencié con mi viejo desde la galería sur. Ese día el ambiente de fervor y odio al rival era feroz, con un himno brasileño abucheado por la multitud y los jugadores chilenos Raúl Ormeño y Alejandro Hisis provocando desde un principio a los visitantes. La “U” estaba en Segunda División, por ello la selección era casi colocolina, con Roberto Rojas, Jaime Pizarro, Fernando Astengo, Hugo González, Hugo Rubio y el mismo Zamorano, quien había dicho a varios medios que su sueño era jugar en el Cacique. Universidad de Chile ni figuraba en la prensa, estaba en el fango de la zona sur de segunda y las tardes de sábado en Santa Laura parecían de fútbol amateur comparadas con esas eliminatorias.

      Tras aquel 1 × 1 en Ñuñoa, que se desarrolló con permanentes invasiones de reporteros chilenos a la cancha, lluvia de naranjas y proyectiles a los rivales, constantes C-H-I por los altoparlantes del locutor del estadio –lo que estaba prohibido–, el equipo fue sancionado en su localía y tuvo que hacer de local en Mendoza ante Venezuela. El medio estaba indignado. Todos criticaron a la Fifa, y se decía que Brasil no podía faltar a un Mundial. El equipo de Orlando Aravena estaba predispuesto a armar un show en caso de recibir un trato poco amigable, pero lo cierto es que aquel 3 de septiembre de 1989 todo fue muy distinto, porque Brasil dominó sin contrapeso y Roberto Rojas hacía un heroico esfuerzo por apoderarse del balón, aunque su respuesta fue débil en el gol de Careca.

      Yo estaba en la casa de mi amigo Larva junto a otros quince compañeros de curso. Era la primera vez que me juntaba a ver un partido por tv y llegué sobre la hora, tras esperar por largo rato a que pasara la micro Tropezón. Cuando sucedió lo del Cóndor, quien terminó inconsciente y ensangrentado, nuestra indignación fue total. Sin embargo, lo que era motivo de orgullo, ver a los jugadores defender la patria en el extranjero ante el enemigo brasileño, pasaría a vergüenza tras saber que el arquero chileno vendió su verdad a La Tercera confesando haberse autoinfligido el corte. El papelón en cancha sería matizado por la imagen de Patricio Yáñez, que pasaría a la historia por el ordinario gesto de tocarse los genitales frente a la parcialidad carioca.

      Pero volvamos a 1995. La selección de Azkargorta debutó con un claro triunfo sobre México y, por primera vez, Marcelo Salas, con apenas 20 años, era titular en ataque junto a la gran figura del Real Madrid, Iván Zamorano. El Matador terminaría siendo la figura del partido ante 60 mil personas en Estados Unidos. Jugó como un verdadero crack y anotó un golazo, mientras Bam-Bam marcaba el segundo de penal. Ese día nació la dupla que con el tiempo sería bautizada Sa-Za, como copia a la de Ro-Ro, que integraban Ronaldo y Romario en Brasil.

       EL CAMPEONATO

      El sábado 1 de abril de 1995 se estrenaría el Campeonato Nacional con la insólita novedad de los tres puntos al ganador y, además, con otro ingrediente particular: la televisión. El canal VTR Cable Express hacía su estreno en las transmisiones deportivas justo para el partido que se jugaría en San Carlos de Apoquindo entre Universidad Católica y La Serena. Manuel Pellegrini usó equipo mixto pensando en la Copa Libertadores, por lo que dejó en la banca a Gorosito, Acosta y Rozental, quienes entraron a la cancha como otra de las grandes novedades de la época, pues hasta entonces se podían hacer dos cambios. La apuesta le estaba resultando a la UC, porque bien entrado el segundo tiempo ganaba 1 × 0 gracias a un gol de Acosta, sin embargo, en medio de la agonía el excruzado César Marín marcaba el 1 × 1. El empate lo escuché cuando volvía de futbolito –en las canchas de Colón 9000–, en el auto de unos amigos y, por supuesto, lo recibí con alegría.

      Ya de vuelta en casa, me dispuse a ver la transmisión de Mega desde Copiapó para el partido entre Regional Atacama y Colo-Colo. En mi casa no teníamos cable y un partido televisado por la tv local era algo imperdible, independiente de los equipos. El Cacique, junto con incorporar a Rogelio Delgado al cuerpo técnico, apostaba otra vez por ser campeón, como era habitual, e invertía millones en el capitán de la selección argentina, Marcelo Espina, que apenas unos meses antes había marcado un golazo a Chile en Ñuñoa. Asimismo, contrataron al exazul Fabián Estay, al arquero uruguayo Luis Barbat, a un central paraguayo llamado Miguel Ángel Acosta y a uno de los tantos Rojas que había en el fútbol chileno, aunque este era conocido como Murci. Sin embargo, de todas las contrataciones albas, la que menos entendía era la de Mauricio “Bototo” Illesca. De niño era fanático de la revista Barrabases y admirador de Pirulete y Bototo, así que cuando me enteré a principios de los 90 que venía emergiendo un centrodelantero de la “U” con ese apodo, siempre soñé que se convertiría en figura. Sin embargo, en el primer equipo nunca rindió.

      El equipo de Gustavo Benítez arrasó en una de las canchas más difíciles de la Primera División y trituró con un 5 × 0 al cuadro de la Tercera Región con goles de Marcelo Vega, Fernando Vergara –que también había llegado como refuerzo, tras haber defendido otras camisetas, incluida la “U” en 1991–, Marcelo Espina y doblete de Leonel Herrera. Este último no era conocido en mi casa por su gol a Olimpia en la Final de la Copa Libertadores 1991, sino por haber sido hijo de Zapatitos con sangre, el central que solía levantar a chuletas a Héctor Hoffens en los superclásicos.

      Al día siguiente, como era característico durante los últimos catorce años cada vez que la “U” debutaba en Santiago por el Campeonato Nacional, partimos con mi viejo a Ñuñoa para ver el partido ante Provincial Osorno, equipo sin entrenador y dirigido interinamente por Guillermo Valle. Los sureños tenían dentro de sus filas al excruzado Francisco Hormann, al rudo centrocampista Luis Medina, al eterno Pancho Ugarte y a dos atacantes


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