Ideología y maldad. Antoni Talarn
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Antoni Talarn
Ideología y maldad
Prólogo de Lluís Farré
Epílogo de Roger Armengol
Créditos
Título original:
Ideología y maldad
© Antoni Talarn, 2020
© De esta edición: Pensódromo SL, 2020
Diseño de cubierta: Lalo Quintana
Esta obra se publica bajo el sello de Xoroi Edicions.
Editor: Henry Odell
ISBN print: 978-84-122077-2-9
ISBN ebook: 978-84-122077-3-6
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Para Teresa Caparros, Anna Rigat, Mar Talarn y Clara Talarn
Para los hombres de hoy, que hace tiempo excluimos del vocabulario la palabra “seguridad” como un fantasma, nos resulta fácil reírnos de la ilusión optimista de aquella generación, cegada por el idealismo, para la cual el progreso técnico debía ir seguido necesariamente de un progreso moral igual de veloz. Nosotros, que en el nuevo siglo hemos aprendido a no sorprendernos ante cualquier nuevo brote de bestialidad colectiva, nosotros, que todos los días esperábamos una atrocidad peor que la del día anterior, somos bastante más escépticos respecto a la posibilidad de educar moralmente al hombre. Tuvimos que dar la razón a Freud cuando afirmaba ver en nuestra cultura y en nuestra civilización tan solo una capa muy fina que en cualquier momento podía ser perforada por las fuerzas destructoras del infierno…
Stefan Zweig, El mundo de ayer, 1942
Prólogo
Con estos párrafos iniciales que el autor ha tenido la gentileza de concederme, inicia el lector la consulta de una guía de viaje al corazón de las tinieblas. Solo al final del recorrido sabremos si el barquero nos devuelve a la vida como hizo con Odiseo o si la espesa oscuridad establece la residencia definitiva de nuestra alma.
Quién conozca al autor podía presumir tal empresa, la propia nel mezzo del cammin di nostra vita, como le aconteció al Dante, el descenso al Inferno con la expectativa de salir del vórtice por el otro lado hacia la superficie y la luz. Sin embargo, cuando el torbellino del mal que tan bien supo interpretar Botticelli nos engulle, flaquea la esperanza: ¿hay un faro más allá, aparecerá una mano tendida?
El título del texto que el lector tiene entre manos sugiere un parto gemelar, el nacimiento al unísono de la idea y el mal: propone el supuesto de que eidos y maldad sellarían un pacto de consanguinidad desde el origen, una dualidad inevitable como la de la luz con la oscuridad, el día y la noche, Eros y Tánatos, salud y enfermedad, la vida y la muerte. El ser capaz de idea, de pensamiento, de reflexión, de vuelta sobre sí mismo, se constituye a su vez como el gran arquitecto del horror, el hacedor del Pandemónium.
El autor, movido por el texto de Stevenson, toma el testigo de Jekyll y Hyde para reseguir, en una carrera que no tiene fin, la peripecia del funambulista humano sobre al alambre entre el bien y el mal, con una mano tendida al mundo y con la otra incendiándolo hasta el fin de los tiempos, a la espera apocalíptica del Armagedón, el lugar de la última batalla donde supuestamente cesará la dualidad con el triunfo definitivo del bien. La literatura del mal y del dualismo humano recorre y recurre a todas las escrituras y relatos desde que el hombre habla y nos mueve a todos, pasando el testigo de unos hacedores de historias a otros, para dar testimonio de la dualidad no superada.
Czesław Miłosz, una de las tres grandes voces poéticas de la literatura polaca del siglo XX, se preguntaba si cuando desde la habitación del poeta se oye el grito de los torturados, escribir no puede llegar a ser una ofensa al sufrimiento humano. Puede que el poeta lleve razón, pero quien asume el papel de guía debe estar listo para dibujar el territorio de lo horrendo. En este sentido se me antoja que Ideología y maldad muy bien podría compararse a un tratado de anatomía patológica, en el cual el autor aplica el ojo a la lente del microscopio y describe con todo el detalle posible lo que ve en el hacer maligno de lo humano: clasifica, ordena y establece categorías del mal como lo haría un tratado de patología, a fin de que podamos establecer hipótesis relativas a su origen, factores predisponentes y precipitantes, vías de penetración y de expansión metastatizante. Su afán y objetivo son meramente descriptivos y persigue en la medida de lo posible la precisión del quehacer diagnóstico del patólogo experto. Más tarde dejará en nuestras manos el informe clínico y con él la responsabilidad de la investigación sobre los posibles antídotos y aplicación, si cabe, de remedios contra el mal.
La lectura del mapa invita a pensar los agentes que predisponen al mal. Ocupa un lugar destacado la voracidad irrefrenable, la ambición del más que jamás alcanza su límite. En la mitología que el libro narra, ese afán insaciable se hace presente en la propia obra del Gran Arquitecto: su hijo predilecto, el delfín Lucifer, arcángel de la luz, quiere todavía más luz, toda la luz imaginable. Su voracidad conduce al apagón universal, a la caída de toda la red eléctrica del sistema, a las tinieblas eternas, a la condenación del lado oscuro que acompaña al hombre desde los orígenes del tiempo. En la formulación no teológica meltzeriana, el impacto estético de la belleza y la complejidad del mundo pueden hallar resolución en la perversidad y la violencia. Sea como fuere, en las mitologías de todas las culturas se narra lo mismo, desde las más tempranas hasta las contemporáneas cantadas por Tolkien o llevadas a la pantalla por George Lucas. Hoy el mito cede su lugar a mediciones y análisis que nos cuentan lo mismo: disponemos de datos irrefutables, anunciados con imperativa advertencia por ecologistas bien informados, sobre la posibilidad de que andemos abocados al abismo.
Pero el asunto no se ciñe solo a una cuestión energética. Desde la reflexión filosófica se apunta al impacto de la intemperie sobre el heiddeggeriano ser arrojado al mundo: en Capharnaum, Nadine Labaki da imagen a las llamas del infierno en la desoladora historia de la infancia ultrajada: ante un tribunal, Zaín, un niño de 12 años, declara ante el juez que le interpela con un «¿Por qué has demandado a tus propios padres?» con la contundencia de un «Por darme la vida». Zaín, desde su corta edad, levanta el puño y reclama justicia para los que le lanzaron a un escenario de sufrimiento indecible, obligándole a nacer y vivir en él, padres en representación de dioses primigenios, jugando a la creación de desgraciados.
Pero hay más, mucho más en la plurideterminación del mal: la afirmación de progreso, la apuesta por el desarrollo ilimitado como condición de lo humano, etc. Cada supuesto avance viene de la mano con su contrario. Nos basta, a modo de ejemplo, el último y más poderoso ideario de Occidente; gestado hace dos mil años, con su protocolo para el desarrollo de la paz y la comunidad de hermanos, trajo consigo el motor poderoso de lo maligno con su ejército de hooligans fundamentalistas entrenados para la destrucción sistemática: el Cristianismo arrasó y puso fin al tremendo edificio del mundo clásico, destruyó toda la belleza generada desde el solar griego y diseminada por todas las tierras bañadas por el Mare Nostrum. Cada vez que ante la corrupción y degradación del sistema se erigieron modelos que apostaron por la austeridad, el desarrollo del conocimiento, el sentido de justicia y la hermandad solidaria, el poder de las armas, la persecución, el tormento, y el «purificador» fuego inquisitorial se ocuparon de destruir cualquier disidencia y restablecer la penumbra. ¡Se nos hace demasiado amplio el marco factorial, y su influencia y gravedad hace curvar nuestras espaldas como el firmamento doblega las de Atlas!
A pesar del peso que supone el optimismo bien informado, sabedor de las serias dudas acerca del éxito de nuestra