Egipto, la Puerta de Orión. Sixto Paz Wells

Egipto, la Puerta de Orión - Sixto Paz Wells


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sin gracia alguna, nada femenina. Pero usted es todo lo contrario; es guapísima y muy elegante.

      –¡Gracias, señor Sforza!

      –Llámame Ludovico, querida. Diciéndome señor Sforza me haces sentir viejo.

      –Querido Ludovico, la doctora Esperanza Gracia es una invitada muy especial. Ha sido autora de descubrimientos sensacionales en Chile, Perú y México. A pesar de ser muy joven ha escrito un bestseller y ha publicado artículos en muchas revistas de gran prestigio.

      »En la actualidad se encuentra investigando la localización de la Puerta de Orión.

      –¡Perdón! ¿Aaron Bauer se lo comentó? –preguntó, algo sorprendida, Esperanza.

      –Nos mantenemos bien informados de todo, querida. Nosotros reportamos a la reina y a toda la corte –dijo Elizabeth.

      –¡Vaya, vaya! Así que esta chiquilla va a ser la «Key Master» o guardiana de la puerta y de la llave. Realmente me sorprendes, niña; debes ser muy buena investigadora para que se te haya encomendado semejante tarea –intervino Ludovico acercándose y colocándole la mano en la cintura a Esperanza.

      Ella dio un paso a un lado cortándole la iniciativa al italiano. En ese momento sonó la música y Ludovico la tomó de la mano, llevándosela a bailar al centro del salón.

      –Espero que no te haya molestado que te sacara a bailar. Prometo no propasarme–le dijo a Esperanza mientras sujetaba su mano izquierda, la miraba fijamente a los ojos y mantenía su otra mano entre la espalda y la cintura de ella.

      –Al parecer las mujeres no suelen resistirse a tus encantos, Ludovico.

      –Disculpa si te molestó que intentara abrazarte delante de todos. Mi apellido Sforza significa fuerte; deriva del apodo del fundador de la dinastía, Muzio Attendolo, capitán de la Romaña, al servicio de los reyes de Nápoles. Nosotros venimos de la Casa Visconti.

      –Si no recuerdo mal, a algunos de sus antepasados se les llamaba «déspotas distinguidos».

      –¡Jajá! Me olvidaba de que eres historiadora. Hace cinco siglos Ludovico El Moro, mi antepasado, fue mecenas de Leonardo Da Vinci, querida; tenemos tradición de filántropos, apoyando las artes y todo aquello relacionado con la belleza.

      »Por si no lo sabías, estás delante del heredero del ducado de Milán, el marquesado de Caravaggio y el condado de Cotignola. Soy noble y una persona importante.

      –¡Sí, estoy realmente impresionada!

      –Veo por el anillo de tu mano que estás comprometida. Eres una romántica de gustos clásicos, como buena arqueóloga.

      –Me has descrito tal cual; eres buen observador. Me voy a casar en unos meses.

      –¡Ah, qué bien, te felicito! Y antes de que dejes la soltería definitivamente ¿no te gustaría una noche de pasión? Soy un buen amante, bastante experimentado y sé muy bien cómo complacer a las mujeres.

      –¡Mi novio también, Ludovico! Y es más alto y joven que tú.

      –¿Cómo una mujer tan bella y aparentemente dulce puede ser tan impertinente, Esperanza? Pero veo que tu novio es tu debilidad...

      –¿Cómo alguien tan importante como tú, Ludovico, puede estar jugando a seducir a una chica como yo insistiendo tercamente? Hace rato he marcado distancias porque no estoy interesada.

      –Vale, entendido, cambiemos de tema. ¿Cómo llegaste a ser tú la designada para hallar el portal secreto? ¡Eres demasiado joven e impetuosa! ¿Has estado antes en Egipto? ¿Eres también egiptóloga?

      –¡No, no he estado en Egipto ni mi especialidad es la egiptología!

      –¡Jajá! ¿Entonces, cómo es que te han encargado semejante tarea?

      –Porque en otras partes he encontrado lo que nadie antes encontró; porque he llegado donde otros no han podido llegar jamás, y porque he visto y recibido secretos y revelaciones con los que la mayoría no soñaría nunca. Esto lo he logrado sin que nadie me guiara o advirtiera. Además, me he enfrentado a peligros que muchos hombres preparados en las fuerzas especiales no superarían. Y durante mis expediciones he conectado y contactado con diversas sociedades secretas, que han pedido mi ayuda y colaboración. Hasta el papa me invitó por propia iniciativa a una entrevista privada, al igual que el superior de los jesuitas.

      »¿Quieres que siga?

      –¡No, no ya es suficiente! Me estás abrumando, querida. ¡Ya veo que no eres solo un rostro bonito y un buen par de piernas!

      »¿Pero tienes claro de qué lado te encuentras? ¿Sabes bien qué intereses estás protegiendo ahora?

      –¡Me estás volviendo a subestimar, Ludovico! Trabajo para los patrocinadores que financian mis proyectos.

      »Sé quiénes son, sé lo que buscan y de lo que son capaces, pero yo soy científica y lo que me interesa es llegar al conocimiento profundo de las cosas a cualquier costo. Si ellos me proporcionan las herramientas, yo atiendo sus requerimientos, y el beneficio es mutuo.

      –¡Qué chica tan práctica! Qué pena que no seas igualmente pragmática y liberal respecto al sexo, porque hubiésemos disfrutado mucho los dos.

      –Lo que ocurre, Ludovico, es que he tenido la fortuna de hallar un amor que llena todos los espacios y aspectos de mi existencia, y me inspira para seguir adelante. Es una fortuna que muchos con todo el dinero del mundo no son capaces de alcanzar. Y ese amor real y verdadero solo requieren mi lealtad y comprensión. Algo sencillo de otorgar por toda la felicidad que me aporta.

      –¿Te han ofrecido hacerte de los Illuminati? Porque te escucho y no logro compaginar tu forma de ver la vida con el ambiente en el que te has metido.

      –¡Sí lo han hecho, pero yo solo he aceptado trabajar con ustedes el tiempo que sea necesario!

      –¡Tu aplomo y seguridad para desenvolverte me impresionan! Pero te han informado mal; esto es igual que la mafia: una vez que entras no puedes abandonar.

      »Mañana daré una fiesta en mi mansión de Ostia, a las afueras de Roma. Quiero invitarte. Allí estarán los más importantes miembros de la jerarquía de Europa, y aprovecharemos para hacer un ritual que nos fortalecerá y asegurará que tu tarea se vea coronada con éxito. Será muy interesante para ti que nos conozcas por dentro. Además, Aaron Bauer quería que participaras.

      »Si te parece bien mandaré la limusina a por ti para que te recojan en tu hotel a las 19.00 h. ¿Aceptas?

      –Mañana es el último día que estoy en Roma porque sigo viaje para Turín, pero no hay problema en acompañarlos. ¡Claro que sí! ¡Gracias por la invitación!

      –¡Excelente! Nos vemos mañana, querida.

      Al día siguiente, Esperanza aprovechó para visitar la Biblioteca Pública de Roma, donde leyó todo lo que pudo sobre los Sforza, sorprendiéndose con lo que halló. El escudo heráldico representa a una serpiente comiéndose a un niño. El Biscione (en italiano, La Gran Culebra), llamada también Vipea (víbora), es el personaje principal del escudo, que ha sido el emblema de la familia italiana Visconti durante más de 1.000 años. Además, los Sforza se consideraban a sí mismos los «Hijos de la Serpiente», orgullosos herederos de aquel que desafió a Dios mismo.

      Cerca del hotel había algunas tiendas y allí pudo conseguir otro elegante vestido para la reunión nocturna; era un vestido corto de color celeste pastel que combinaba con las sandalias de la noche anterior.

      Por la tarde, se maquilló y arregló ella misma, preparándose para la invitación de Ludovico Sforza. Hacia las 18.45 h la llamaron a su habitación desde la recepción, diciendo que ya había llegado su coche. Ella se extrañó de que llegaran temprano a por ella, pero bajó. Allí estaba Carlo, el chófer.

      –Buona sera signorina!


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