Encuentros de contextos desde la reflexión bioética. Carolina Gómez García

Encuentros de contextos desde la reflexión bioética - Carolina Gómez García


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toma de decisiones que hace cada ser humano y que, de una u otra forma, no solo tiene en cuenta sus propios intereses, sino también los de su colectivo; así, la reflexión va más allá de la dignidad individual, para ocuparse también de la dignidad de los pueblos. En una entrevista, Galeano afirmó:

      (…) los desafíos que uno enfrenta cada día son los que te abren una rendija para elegir entre la dignidad y la obediencia. Libre es el que es capaz todavía de elegir la defensa de su dignidad en un mundo donde, quieras o no, en algún momento tendrás que tomar partido entre los indignos y los indignados. (Sanchís, 2012, párr. 7)

      Para Galeano, los indignados son aquellos que hacen valer su dignidad y la de los demás; los indignos, por el contrario, son aquellos que carecen del reconocimiento de su propia dignidad, por lo que no pueden reclamarla, y mucho menos reclamar la de otros.

      La representación de la dignidad no tiene valor solamente en el individuo, sino también en las colectividades, grupos o naciones. Las colectividades pueden manifestar su dignidad o despojarse y/o ser despojadas de ella. Para desarrollar esta mirada de la dignidad de lo colectivo y de los pueblos, decidimos recurrir a Eduardo Galeano, autor que se refirió de manera permanente a este tema.

      Si bien la dignidad colectiva no exonera a nadie de su posición individual frente a su propia dignidad, es importante comprender que la influencia, la presión de grupo, la propaganda y el discurso del poder pueden llevar al individuo a un comportamiento despojado de sí mismo y puesto al servicio de un objetivo “común”. Cuando la dignidad nos abandona, ya no se la puede reconocer en nada ni en nadie; nos sumergimos en el oscuro bosque oscuro, el cual puede pensarse como la representación de un todo, de un entorno, de un sí mismo.

      En entrevista al diario La Vanguardia, Galeano indicó:

      Habrá que preguntarse hasta qué punto soy capaz de amar y de elegir entre la dignidad y la indignidad, de decir no, de desobedecer. Capaz de caminar con tus propias piernas, de pensar con tu propia cabeza y sentir con tu propio corazón, en lugar de resignarte a pensar lo que te dicen. (Sanchís, párr. 10)

      En medio de la desesperanza que puede causar el sentimiento de indignidad colectiva, Galeano nos propone el fortalecimiento de la solidaridad como valor social fundamental para enfrentar la amenaza del discurso del poder y la alienación generada por la propaganda. “Maldita sea la exitosa dictadura del miedo, que nos obliga a creer que la realidad es intocable y que la solidaridad es una enfermedad mortal, porque el prójimo es siempre una amenaza y nunca una promesa” (“E. Galeano: ‘Maldita sea la exitosa dictadura…’”, párr. 1).

      Como se ha señalado, la dignidad es intrínseca al ser humano, hace parte de su esencia, y poseerla o no determina su ser. Ahora bien, el ser humano es un ser social, relacional: solo a partir de la relación con el otro, con lo externo a sí mismo, logra reconocerse como tal. Por eso la dignidad cobra valor fundamental en el colectivo, en el nosotros.

      Existe una dignidad colectiva –de la familia, del país, de la cultura, de las formas de convivencia…–, dignidad que se teje alrededor de valores y creencias compartidos que permiten a las colectividades identificarse, crecer, diferenciarse y hacer historia. Esta dignidad históricamente construida por los pueblos puede perderse, o ser despojada por otros. Es lo que ocurre justamente en el caso de las guerras, externas e internas, que con frecuencia generan y padecen los pueblos, y que dan lugar a la pérdida de la dignidad de víctimas y victimarios.

      Los hombres del batallón 303 de la policía de reserva

       apenas hablan entre sí,

       algunos se conocen desde hace décadas pero apenas se hablan,

       se saludan con una leve inclinación de cabeza,

       buen día, buenas noches, qué tal,

       evitan confidencias y quejas y temores,

       la apacible vida en el puerto ya no les concierne,

       cada uno se muestra firme y decidido, cada uno patriota verdadero,

       cada uno policía,

       apenas se habla, siguen la rutina, repiten los ejercicios como pueden,

       a lo más, se burlan unos de otros, de la torpeza de uno,

       de la mala puntería de otro,

       qué tonto eres, qué estúpido,

       el pasado ya no importa, ya no importan sus familias,

       se miran de reojo, comparten su debilidad o su cansancio o su

       mala puntería,

       se saludan y apenas se sonríen,

       buenas noches, buenas noches,

       cada uno el mayor patriota, cada uno el más

       diestro policía. (Volpi, 2009, p. 57).

      La vulnerabilidad, la autonomía, la integridad y la dignidad confrontan a los personajes constantemente, en las diferentes situaciones en las cuales víctimas y victimarios se encuentran y desencuentran, hasta el punto que a veces los victimarios terminan siendo víctimas.

      6 de agosto

       escribes estas líneas aunque te aterra imaginar

       que alguien las lea,

       que alguien te denuncie,

       que alguien se entere de lo ocurrido en Vosej,

       pero necesitas contar lo que has visto,

       contarlo aunque nadie lo lea,

       contarlo para comprobar que no fue una pesadilla,

       contarlo para no olvidar lo que has hecho,

       contarlo para guardar aquí, en este miserable cuaderno

       de pastas amarillas,

       lo que queda de ti y de tu memoria. (p. 99)

      Es así como hablamos de la dignidad de unos, y a la vez la dignidad de todos; de una dignidad, y a la vez muchas dignidades.


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