Días bisiestos. Ainhoa González de Alaiza

Días bisiestos - Ainhoa González de Alaiza


Скачать книгу
0089c-a828-5d40-9382-30fef699bfe1">

      

      DÍAS BISIESTOS

exlibric

      AINHOA GONZÁLEZ DE ALAIZA | GUILLE BLANC

      DÍAS BISIESTOS

      EXLIBRIC

      ANTEQUERA 2017

      DÍAS BISIESTOS

      © Ainhoa González de Alaiza

      © Guille Blanc

      Diseño de portada: Dpto. de Diseño Gráfico Exlibric

      Iª edición

      © ExLibric, 2017.

      Editado por: ExLibric

      c/ Cueva de Viera, 2, Local 3

      Centro Negocios CADI

      29200 Antequera (Málaga)

      Teléfono: 952 70 60 04

      Fax: 952 84 55 03

      Correo electrónico: [email protected]

      Internet: www.exlibric.com

      Reservados todos los derechos de publicación en cualquier idioma.

      Según el Código Penal vigente ninguna parte de este o

      cualquier otro libro puede ser reproducida, grabada en alguno

      de los sistemas de almacenamiento existentes o transmitida

      por cualquier procedimiento, ya sea electrónico, mecánico,

      reprográfico, magnético o cualquier otro, sin autorización

      previa y por escrito de EXLIBRIC;

      su contenido está protegido por la Ley vigente que establece

      penas de prisión y/o multas a quienes intencionadamente

      reprodujeren o plagiaren, en todo o en parte, una obra literaria,

      artística o científica.

      ISBN: 978-84-16848-89-8

      Nota de la editorial: ExLibric pertenece a Innovación y Cualificación S. L.

      AINHOA GONZÁLEZ DE ALAIZA | GUILLE BLANC

      DÍAS BISIESTOS

      Índice de contenido

       Portada

       Título

       Copyright

       Dedicatoria

       29 Que os den

       29 millones

       29 aromas

       29 conjuros

       29 oportunidades

       29 olvidos

       29 sombras con sombrero

       29 filigranas

       29 canales

       29 regresos

       29 películas

      A Goya y Pruden.

      Y a mi pareja, sin cuya magia nada hubiera sido posible.

       Muchas gracias.

      29 Que os den

      Marzo se desplomaba en lluvia mientras guardaba la cámara, chapoteando sin perder de vista el sendero de gravilla. La niebla lo había cubierto todo, desde las ramas bajas hasta los pies de los árboles. Una niebla terca, densa, agazapada, que amortiguaba los sonidos creando ecos ilógicos entre los apretados robles y las puntas de los cipreses. Adiviné por el olor a metal mojado que estaba cerca de la verja de entrada. El ruido de puertas de coches cerrándose lo confirmó.

      Pocos paraguas. Pasos desconfiados, tanteando entre barro. Los rostros iban tomando forma al acercarse, formas muy distintas de las que recordaba. Faltaban algunos, otros eran nuevos. A los que conocía no los había visto en veinte años. Solo a Dositea, que nos había reunido allí en un día de perros: la abuela correosa, atrincherada, irónica hasta el sarcasmo. Un puñado de enemigos educadamente enlutados tratando de ver más allá del manto gris, del aguacero deshaciendo peinados y los zapatos embarrándose en negra tierra de cementerio. Propio de ella. Solo faltaba un rayo partiendo en dos algún roble añoso, o una granizada de las que agujerean paraguas.

      Dositea tenía noventa y siete años flacos, afilados, lúcidos, traviesos y capaces. Años divididos entre una nieta a la que dejó de ver, un amante con fronteras y capa española al que había enterrado seis meses antes, y un interlocutor. Un amigo cómplice. Yo.

      —Hace un frío espantoso —dijo una de las voces nuevas.

      O enfermera solícita, o amor tardío, pensé al verla del brazo del hombre de blanca cabeza, el viejo león. Malhumorado como siempre, sin quitarle ojo a un trastornado plumilla con traje de albacea y aspecto ratonil. El cuero del portafolios se le mojaba miserablemente, al igual que los guantes y el bajo del pantalón. Parpadeaba tras las gafas llenas de lluvia paciente, eludía la mirada del patriarca que estaba evaluándonos a todos, o intentándolo. Ya no era imponente. Ya no les daba miedo. Como en las demás caras familiares, veinte años habían desnudado máscaras y conservado solo un boceto primitivo. Líneas maestras ya sin magia, el telón que baja igual que la niebla sitiadora. Capitán del barco fantasma, miró primero a su único hijo con un destello de decepción sin disimulo, sin detenerse en la rubia anodina que lo acompañaba desde un cuarto de siglo atrás. Continuó con hijas y acompañantes, donde había más variedad, ausencias y novedades. Finalmente parpadeó, incrédulo, atónito o colérico antes de levantar la voz como si estuviera en un campo de batalla.

      Me gritaba a mí, al intruso, al hombre de la cámara que le sostenía la mirada mientras varias hijas solícitas con maridos o parejas renovadas lo rodeaban susurrando, rogándole calma, temiendo por su corazón. De eso no iba a morirse, era una vieja excusa para apuntalar su control absoluto y recordarle a la familia quien era el amo. Le tocó al desdichado plumilla explicar, como albacea, que él mismo me había citado según el expreso deseo de la difunta, puesto por escrito. Más susurros, miradas oblicuas. Hubiera preferido que me ignoraran, como lo hacía la hija con la que compartí años de vida sin pasar por el juzgado. Iba a ser mucha suerte, un melodrama manoseado en lugar de algo bastante más apocalíptico.

      Por fin alguien sugirió que deberíamos movernos. Cinco minutos escasos hasta el panteón familiar donde ningún árbol engañaba


Скачать книгу