Días bisiestos. Ainhoa González de Alaiza

Días bisiestos - Ainhoa González de Alaiza


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síganme.

      Ahí al lado había un rectángulo modesto en apariencia, verde de hierba mojada, con una lápida. Nombre y apellidos. La lluvia destacaba en relieve lo recién tallado: “No vendréis muy a menudo, cabrones, ¡que os den!”. El resto era inevitable.

      Dositea nació y murió un 29 de febrero. Lo de nacer había sido casual, la muerte no. La eligió con cuidado, con elegancia, discretamente. A su manera. Eso ya lo estaba diciendo el patriarca, sostenido firmemente por su enfermera o novia tardía, arropado por el enjambre de hijas devotas a medias y sus arrimados aguantando el chaparrón. Solo el primogénito y su sombra rubia, decente y ajada, seguían a pie quieto esperando justicia divina o migajas. Nunca se sabe.

      Al menos el plumilla había mirado la previsión del tiempo y plastificado el documento que debía leernos. Dositea tuvo una hija. La esposa ya fallecida de quien ahora oía entre su fecunda prole la lectura.

      Nadie hubiera imaginado siquiera que la sumisa, dulce y perfecta hija de Dositea terminaría divorciándose de su marido y llevándolo a los tribunales. A veces unos cuernos obran milagros. El albacea carraspeó: era voluntad de la difunta dejar a sus nietas y a su nieto las tres cuartas partes de su herencia. A su exyerno le deseaba buena suerte y buena memoria para recordar lo caro que sale ir de gallito a picar en corral ajeno. Tan caro como para no ver un céntimo. A Baldomero, su fiel amante, lo había hecho enterrar con ella en su misma sepultura. Y su casa era para el intruso, para mí. Con su agradecimiento por años de leal amistad.

      Saqué la cámara de su bolsa. Hay imágenes que no pueden dejar de ser mostradas, incluso cuando no significan nada. Y oí un susurro, la voz ya tan olvidada de la hija primera.

      —¿Fuiste tan amigo de mi abuela, o fuiste su amante?

      —A ti te lo voy a decir.

      29 millones

      Habían salido del curro a tomarse unas cañas, entre cerveza y cerveza, al cruzar la calle se manifestó aquella administración de lotería. La jugada estaba clara: una buena primitiva para huir del empleo que les impedía lograr sus sueños. Si les tocaba el premio gordo habían prometido dejar el trabajo con una sonora fiesta en la oficina y el merecido corte de mangas a sus jefes.

      Salva estaba deseando salir de casa de sus padres, Alicia quería viajar a la India y Gonzalo acabar su matrimonio con el banco por la hipoteca. Carmen, simplemente, soñaba con dejar el trabajo.

      Seis números que estaban en el bombo como todos los demás y que podían salir o no. El resguardo quedó olvidado en un cajón hasta la mañana después de que se jugara. Alguien escuchó la radio y le sonaba que les había tocado, decidieron ir todos a cobrar, que siendo fin de mes un poco de dinero nunca venía mal. Algunos días después cifras de seis números se acomodaron en sus cuentas y prometieron reunirse cada 29 de febrero para celebrar el día en que les tocó, y brindar por la vida.

      Montaron una fiesta de las que se recordarían en los mentideros de la oficina. Entre copa y copa se despidieron de sus compañeros y bromearon con sus jefes, los cuatro vieron en sus ojos reflejada la envidia de la nueva vida que ya habían comenzado.

      Llegó el primer veintinueve, nadie apareció: el segundo la gente fue asomando con cuentagotas, el bar al que acudían había cerrado y en su lugar la novedad era un negocio cuyo nombre invitaba a tomar un té.

      Carmen fue la primera. Dejó su bolso en la silla más cercana, pidió agua y a través de la ventana vio pasar a la gente. Había dejado el trabajo, disfrutó viajando con su marido y pasando tiempo con los suyos. La cosa empezó a torcerse al año de haber recibido el premio. La mitad la habían repartido entre sus hijos.

      Benjamín, el más joven, tuvo problemas en los estudios y en su vida personal. Se le atragantaron varias asignaturas, su novia le dejó por su mejor amigo, y ya no encajaba en su grupo de colegas.

      Pensó que duplicar su capital y tener más le traería la solución a todos ellos. Le quemaba el dinero en los bolsillos y se enganchó al juego online, no tenía que salir de su habitación y nadie le hacía pregunta alguna. Comenzó a pedir prestado a su madre y acabaron desapareciendo objetos de casa. Cuando él mismo entendió que tenía un problema, el dinero se había esfumado.

      Los siguientes años fueron duros para todos, los problemas que Benja tenía, sacaron a la luz otros que había en la familia, algo que los unió en vez de separarlos.

      Todavía en ocasiones, al recordarlo, se le empañaban los ojos. Para relajarse había ido a clases de patchwork, compartía el tiempo con otras personas y se sentía libre, le cogió tanto gusto que llenó su casa y las de su familia de telas y colores. Su creatividad y osadía la llevaron a convertirse en una experta y además de abrir su propia tienda, crear junto a compañeras un festival anual de patchwork en su ciudad.

      Salva, mientras esperaba que el semáforo se pusiera en verde, miró hacia ambos lados antes de cruzar. No había pasado ni un mes de haber ganado el premio y se mudó a un piso en el centro. Cerró con tristeza e ilusión la puerta de la casa donde había crecido. Durante un año se dedicó a hacer con sus amigos todo aquello que querían cumplir antes de que llegaran los temidos treinta.

      Una bicicleta, un paso de peatones, lo cambiaron todo para siempre. Una salida de fin de semana, la gente habitual, confianza, una pelea entre amigos. No miró antes de cruzar a través de un carril bici, un ciclista se lo llevó por delante. Un mes en coma inducido, años de rehabilitación, desengaños y descubrimientos.

      El dinero fue muy útil para adaptarse a su nueva vida: ya no eran las mismas calles, ni los mismos amigos, ni la misma rutina, ahora tenía cuatro ruedas y dos piernas. La fotografía y compartir su experiencia fue lo que le ayudó a seguir. Todavía a veces cuando visitaba los hospitales o asociaciones, se veía reflejado en los ojos de aquella gente que despertaba a una pesadilla. Una sonrisa, mucha seguridad y un par de bromas hacían que la situación se relajara y fuera sobre ruedas. Saludó a Carmen desde la calle y esta se levantó para recibirlo.

      Alicia llevaba un rato en una esquina cercana al local vio llegar primero a Carmen y después a Salva, no le gustaba estar en un lugar concurrido. Tomó aire y se estremeció por un momento antes de entrar. Seis meses después de dejar el trabajo planificó el viaje. Se embarcó hacia la India, donó parte de su premio y su tiempo a una ONG que ayudaba a mujeres y niñas viudas. Aprendió y disfrutó de lo realmente importante.

      En una de las muchas festividades religiosas se formó una avalancha en la que decenas de personas perdieron la vida y hubo al menos un centenar de heridos. Entre ellos Alicia, que nunca había vivido en su carne el permanecer enterrada en vida bajo seres humanos. Esta experiencia desencadenó un miedo a permanecer en lugares con demasiada gente, por lo que se planteó volver a casa. Todavía a veces le costaba no salir huyendo de lugares concurridos, algo con lo que tenía que convivir.

      Creó una beca para que aquellas mujeres pudieran tener un futuro que a su vez revirtiera en sus compañeras. A veces algunas de ellas viajaban, le contaban los progresos y la animaban para que volviera a visitarlas ya que la echaban muchos de menos. Entonces ella sonreía, y pensaba que quizá en un futuro.

      Entró y los saludó, en ese momento Gonzalo bajaba de un taxi, miró el móvil y después lo guardó.

      Él y María celebraron por todo lo alto el fin del yugo de la hipoteca y el comienzo. Acabar con las ataduras financieras abrió la puerta de los sueños de ambos que ahora estaban más cerca. Gonzalo se apuntó a un curso de escritura creativa, después fue otro sobre monólogos, y así hasta una docena. Se presentó a algunos concursos y comenzó a rentabilizarlos. María había practicado el tiro al plato siendo más joven, lo dejó precisamente por la hipoteca. Ahora decidió retomarlo, con éxito. Cada uno siguió la senda de su pasión.

      Noelia llegó por sorpresa, ninguno de los dos se lo esperaba, fue la alegría de sus padres pero por separado. Vendieron el piso que los había unido e iniciaron caminos diferentes. El ser padre soltero volvió a cambiar la vida de Salva, las musas se reconvirtieron y comenzó a escribir sobre temas que antes no conocía. Ahora


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