La voluntad de morir. Gracia María Imberton Deneke
el campo de las ciencias sociales, la sociología y la sicología han aportado más al estudio del suicidio en comparación con la antropología. Las investigaciones antropológicas resultan escasas; hay varios artículos etnográficos, pero los libros dedicados al suicidio son todavía pocos.[3] Llama a reflexión esta falta de interés, ya que el acercamiento etnográfico presenta enormes ventajas para profundizar en asuntos tan delicados como éste, en la medida en que el investigador establece una relación de largo plazo con sus informantes, caracterizada en lo común por la familiaridad y la confianza (Jones et al., 2007: 463). Varias razones se han señalado sobre este descuido. Se argumenta que las tasas de suicidio en general son muy bajas y por tanto el investigador difícilmente podrá encontrar ciertas regularidades en los plazos finitos de la investigación de campo (Johnson, 1981: 325). Se menciona que si bien la etnografía descansa en la interacción cotidiana con los informantes, el carácter íntimo y no anticipado del suicidio hace imposible observar sus antecedentes o el hecho mismo (Owens y Lambert, 2012: 349). Romanucci-Ross destaca además la limitante metodológica de que no se puede entrevistar a la víctima (citada en Owens y Lambert, 2012: 349). Chua (2009), por su parte, ha expuesto otro tipo de motivos. Ella plantea que el desinterés o rechazo de los antropólogos tal vez reside en que el suicidio es visto sólo como un acto de destrucción, contrario a los temas que tradicionalmente investiga esta disciplina: cultura, parentesco y vida social (Chua, 2009: 16-17).
A diferencia de los métodos de la sociología y la sicología, el acercamiento etnográfico permite conocer a fondo las opiniones y perspectivas sobre el suicidio de la gente local, por medio de sus narrativas. Éstas nos proporcionan material abundante que puede ser leído de muchas maneras y desde diferentes ángulos. Además, la presencia prolongada del antropólogo/a y la convivencia con la población local posibilita observar en detalle y a profundidad la dinámica social local, en relación con la muerte autoinfligida. Pero, como ya señalé arriba, en el análisis de este tema habrá siempre —necesariamente— un grado importante de incertidumbre. A lo largo del texto insisto en esta limitante particular.
El argumento de este libro se ha construido siguiendo dos ejes principales. El primero tiene que ver con los entendimientos culturales particulares de los pobladores en torno al suicidio y, más precisamente, de la acción suicida. El segundo se propone el análisis del comportamiento suicida recurriendo a las herramientas de la sociología y la antropología.
Sobre el primer eje —los entendimientos locales—, recuerdo que después de varias estancias en campo, y en coincidencia con el suicidio de una jovencita en una de las localidades de estudio, una mujer me confió que esa muerte había sido provocada por brujería. Ella me explicó que la joven efectivamente se había quitado la vida, pero que su impulso no respondía a una decisión propia sino al “daño” que le habían “echado”. Esta explicación me desconcertó pues contradice la definición de suicidio que consideraba comúnmente aceptada: la muerte como resultado de la decisión consciente de la víctima. Si una persona puede quitarse la vida, ya sea ahorcándose o tomando veneno, por un acto de brujería, ¿cómo se concibe localmente la acción humana que puede permitir tal lectura de un suicidio?
De las diversas explicaciones que registré, algunas reconocen que la víctima procura conscientemente su propia muerte, mientras que otras imputan el suicidio a fuerzas externas que la “empujan” a quitarse la vida. En discusión con las teorías de la “agencia” (Ahearn, 2001a y 2001b; Giddens, 1995; Ortner, 2006, entre otros), decidí recurrir a la noción de responsabilidad (Ahearn, 2001b) para analizar cómo y a quién se atribuye localmente la muerte autoinfligida. Fue así como distinguí cuatro explicaciones diferentes, con las que agrupé todas las causas mencionadas. En una de éstas, el suicidio se ve como resultado de problemas de la vida cotidiana (adulterio, violencia intrafamiliar, regaños y ofensas, entre otros). En una más, como efecto de un acto de brujería, provocado por las envidias entre vecinos. También se le percibe como consecuencia del consumo excesivo de alcohol (o marihuana) que hace que la persona actúe “sin saber lo que hace” y, finalmente, otra lo concibe como expresión del destino fijado por Dios. De estas cuatro explicaciones, sólo la de los problemas cotidianos le reconoce responsabilidad sobre la muerte a la víctima, mientras que las otras tres la desplazan a sustancias, seres y fuerzas sobrenaturales ajenos a ella. Cabe resaltar que los pobladores las utilizan y combinan en sus narrativas sobre suicidio sin que les parezcan excluyentes o contradictorias, por lo que siempre hay ambigüedad en torno a la responsabilidad.
En la actualidad se recurre a unas explicaciones más que a otras. Por ejemplo, la que apunta al destino divino como causa de suicidio es seriamente cuestionada por algunos, mientras que la de los problemas cotidianos goza de amplia aceptación. Nuevamente en diálogo con las teorías de la “agencia”, indago si las explicaciones actuales —las “teorías nativas”— están cambiando a la par de las otras transformaciones que viven estas sociedades rurales, y si lo hacen, cómo y en qué sentido. ¿Están perdiendo importancia algunas de estas teorías locales? ¿Se han modificado sus contenidos? ¿Las explicaciones sobrenaturales están cediendo el paso a las que atribuyen responsabilidad directa a la víctima?
No es posible explicar los entendimientos locales sobre la responsabilidad al margen de un conjunto de creencias en torno a las almas o entidades anímicas que componen la persona. Esto es así porque en una de éstas se ubica la voluntad, aquella que participa en la acción suicida. Rastrear los entendimientos sobre las almas nos permite comprender algunas de las desigualdades entre ellas, así como la distinta vulnerabilidad que presentan ante el suicidio. En las localidades de estudio se piensa además que existen seres y fuerzas que actúan sobre dichas entidades anímicas y que pueden afectarlas, incluso dominando su voluntad para empujarlas a quitarse la vida. Nuevamente las ideas sobre la persona y sus almas refuerzan la ambigüedad e indeterminación en torno a la voluntad de quitarse la vida.
A primera vista, sorprende esta caracterización tan ambigua y vaga sobre la acción suicida, quizá más porque está revestida de creencias en la brujería, las almas y diversos seres sobrenaturales. Pero, ¿no hay la misma ambigüedad en las explicaciones médicas que, al hablar de enfermedades mentales, como la depresión, desplazan la responsabilidad del suicida a los neurotransmisores, sustancias químicas en el cerebro (dopamina, serotonina, entre otras) que llevan al paciente a perder el control sobre sus actos?
El segundo eje de la investigación analiza el comportamiento suicida en las localidades de estudio. Esta parte de la investigación se ha construido, obligadamente, en diálogo crítico con El suicidio de Emile Durkheim, de 1897. Hasta la fecha, dicha obra se mantiene como la referencia más importante sobre el tema en las ciencias sociales, y muchos autores retoman sus planteamientos sin mayor discusión. Es urgente superar algunas de sus tesis; desde su perspectiva, por ejemplo, un acercamiento etnográfico simplemente no tiene cabida.[4]
En torno a la caracterización de la acción suicida existen teorías distintas. Aquellos estudiosos que retoman a Durkheim la explican como el resultado de determinaciones estructurales (que el suicida generalmente desconoce), mientras que otros (Malinowski, 1986; Counts, 1980) la ubican en el lado opuesto, como expresión de las intenciones conscientes de la víctima. En este trabajo he retomado los planteamientos de Pierre Bourdieu (1993; 1995), para quien la acción humana no está totalmente determinada por la estructura social, pero tampoco es resultado de una elección libre y consciente. El concepto de estrategia que propone el autor es central para disolver la falsa disyuntiva estructura/agencia. Los agentes sociales —señala Bourdieu— desarrollan un sentido del juego o sentido práctico que les permite actuar estratégicamente (espontáneamente) de acuerdo con su posición social, en función de las posibilidades reales y los beneficios que les reporte determinada situación.
Siguiendo estos planteamientos teóricos, examiné las circunstancias particulares y situadas que vive la población de estudio, por medio de un enfoque histórico y relacional, que pone de relieve las desigualdades de poder en ese espacio social (Bourdieu, 1993; 1995). Las localidades de estudio —Río Grande y Cantioc— fueron sociedades campesinas históricamente dedicadas a la agricultura, que transitan desde hace décadas a nuevas formas de subsistencia y organización. En éstas, los agentes sociales ocupan posiciones desiguales a partir del género, edad,