La voluntad de morir. Gracia María Imberton Deneke
además son cambiantes. En esta dinámica de poder, el comportamiento suicida puede ser un recurso para incidir en esa lucha. Desde la perspectiva de la acción suicida como estrategia, las prácticas suicidas —suicidios consumados, intentos fallidos y amenazas verbales— pueden entenderse como la expresión de las disputas de poder entre los agentes sociales que luchan por alcanzar una posición diferente en el espacio social.[5]
Este acercamiento me permitió examinar en profundidad el tipo de conflictos asociado localmente con el suicidio (violencia intradoméstica, adulterio, abandono, disputas por la herencia de la tierra y el matrimonio de los hijos, problemas económicos, envidias, entre otros) y las relaciones específicas que conducen a estas tensiones, que se originan sobre todo en el grupo doméstico. Hice confluir la información sociodemográfica que obtuve (género, edad, estado civil de las víctimas) con el análisis de la conflictiva social local, pero no para establecer relaciones causales directas y lineales, sino para delimitar diferentes tendencias de vulnerabilidad al suicidio, a partir de la posición social y de las expectativas y aspiraciones que se albergan. Encontré así que en las localidades de estudio el suicidio es más frecuente entre hombres que entre mujeres, y entre casados que entre solteros. También apunté que muchas de las tensiones que viven las mujeres y que se asocian localmente al suicidio se vinculan con la dominación masculina. En el caso de los hombres, además de las tensiones maritales, está la presión por cumplir con el rol (cada vez más difícil) de proveedor de la familia.[6] En el grupo de los jóvenes resalté la falta de correspondencia entre sus aspiraciones y expectativas para el futuro y las condiciones cotidianas de vida.[7]
El estudio de la dimensión local hace evidente que el acto suicida no concluye con el fallecimiento de la víctima, como pensaba Durkheim, pues su impacto va más allá al afectar (o pretender afectar) de formas diversas las relaciones en el espacio social. Las prácticas suicidas buscan provocar cambios, aunque éstos no siempre se dan en el sentido que la víctima anticipara.[8] Por esta razón, Chua (2009) habla de la “productividad” de dichas prácticas, pues el suicidio no sólo trata de la muerte sino también de la vida después del acto.
También fue necesario examinar los diferentes vínculos que existen entre la dimensión local y la regional/global, dimensiones que se influyen mutuamente (Staples, 2012). No es posible entender la configuración social actual —y el fenómeno del suicidio allí presente—, al margen de los procesos económicos, políticos, sociales y culturales que se han vivido a nivel regional, nacional e internacional durante el siglo xx, principalmente. Seguir la pista a Río Grande y Cantioc desde fines del siglo xix hasta la actualidad permite resaltar los procesos de cambio que han afectado a estas localidades: la irrupción de las fincas cafetaleras en manos de extranjeros, que provocó reacomodos de los asentamientos campesinos choles y el surgimiento de nuevos tipos de relaciones entre finqueros, campesinos, peones acasillados y baldíos; la llegada de los ladinos de San Cristóbal y Comitán a radicar en la región (al pueblo de Tila), ocupando con los años una posición dominante en lo económico, político y social, frente a los campesinos choles; el reparto agrario que introdujo nuevas formas de posesión de la tierra y una relación particular entre el Estado y los campesinos. El trasfondo del análisis es la transición de estas sociedades campesinas dedicadas a la producción de autoabasto hacia la producción para el mercado; y, desde unas décadas hasta la fecha, otra transición más, que le resta importancia a la agricultura en presencia de una mayor diversificación productiva y diferenciación socioeconómica. Estos cambios han impactado en las formas de organización local —en particular al grupo doméstico y la lógica patriarcal que lo sustentaba—, los estilos de vida y en las expectativas de futuro de la población, entre otros.
Coincido con Durkheim en que los cambios introducidos por “el industrialismo” —el advenimiento de la sociedad moderna— han tenido un impacto importante en las tasas de suicidio, en este caso, en la región de estudio, pero planteo que no son los responsables directos, ni únicos, de este fenómeno. El análisis del espacio social local desde la perspectiva bourdieana evidenció que, aparte de los cambios introducidos por la modernidad, la dinámica social cotidiana genera conflicto, competencia y luchas.
Concluyo el libro reiterando la referencia al tema de los cambios, lo cual me permite articular los dos ejes trazados en principio: el antropológico, referido a las “teorías nativas” sobre suicidio, y el sociológico (sociodemográfico) y antropológico, que trata la dimensión social (local y global) en el contexto histórico de los cambios sucedidos a partir del siglo xx. Las explicaciones causales locales, en mi opinión, sí se están transformando aunque ninguna cae en desuso. Algunas incorporan nuevos contenidos: por ejemplo, la brujería se ha extendido a ámbitos novedosos. La reprobación del examen de admisión a la universidad por un joven fue atribuida a un “mal echado”. Pero, en general me parece que la explicación de los problemas cotidianos —la que sí le reconoce responsabilidad a la víctima— se está consolidando frente a aquellas que la desplazan a fuerzas sobrenaturales. Más que una conclusión definitiva, considero que esta observación debe tomarse como el punto de partida para más y mejores indagaciones.
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La discusión sobre los dos ejes principales aquí resumida se desarrolla a lo largo de las tres partes que componen el libro. Comienza la primera con la exposición del contexto social e histórico de la región y las localidades de estudio desde inicios del siglo xx, resaltando los importantes cambios que ha experimentado. El capítulo II presenta los datos cuantitativos del suicidio en las dos localidades —mismos que se obtuvieron del Registro Civil y mediante trabajo etnográfico— y muestra además las dificultades para construir estos datos.
La segunda parte examina los entendimientos culturales de la población local sobre suicidio. El capítulo III está dedicado al análisis de la responsabilidad, es decir, cómo y a quién se atribuye la muerte autoinfligida, mientras que el capítulo IV expone las formas en que se concibe localmente la voluntad suicida.
La última parte presenta la dimensión social del suicidio. En el capítulo V discuto diferentes propuestas teóricas sobre la posibilidad de determinar la causalidad suicida, a la vez que expongo las explicaciones causales locales que lo atribuyen a la conflictiva social. El capítulo VI contiene una descripción detallada de la dimensión social local, las posiciones sociales allí presentes y las situaciones de conflicto relacionadas con la muerte autoinfligida. En éste incorporo mi caracterización del suicidio, así como una lectura de la vulnerabilidad de los diferentes grupos sociales. En el último capítulo, el séptimo, se analizan los cambios en las explicaciones locales, esto es, en los entendimientos sobre la causalidad suicida.
Las localidades de estudio
Esta investigación se realizó en Río Grande y Cantioc, pertenecientes al municipio de Tila, el cual se ubica en el norte de Chiapas, en su frontera con Tabasco (mapa 1). Este municipio, junto a los de Palenque, Sabanilla, Salto de Agua y Tumbalá, conforman la región de habla chol chiapaneca, aunque también se encuentran hablantes de dicha lengua en los municipios de Huitiupán y Yajalón de ese mismo estado, si bien en menor cantidad. Asimismo, hay población hablante del chol registrada en Tabasco, Campeche y Quintana Roo.
En el censo de 2010, Río Grande contaba con 880 habitantes y Cantioc con 1426 (inegi, 2010). En ambas localidades vivía casi exclusivamente población chol.[9] Tanto Río Grande como Cantioc forman parte del ejido de Tila.[10] Éste incluye además a Chulum Chico, Misijá, Nicolás Bravo, Panzulstial y Unión Juárez; allí también se localiza el poblado de Tila.
El acceso a Río Grande y Cantioc se ubica en la carretera que va de Petalcingo a Tila. Seis kilómetros antes de llegar al pueblo de Tila se encuentra el desvío a la terracería que conduce a esos poblados. El trayecto que lleva a Río Grande, generalmente en buenas condiciones, recorre un pequeño valle por el que atraviesa el río Grande o Ño Já. Entre parcelas cultivadas de maíz y de café, se accede al pequeño poblado, asentado de modo ordenado en torno a la escuela. Al seguir por la misma terracería, dos kilómetros adelante, está Cantioc. Aquí el terreno es escarpado