El dragón. De lo imaginado a lo real. Nadia Mariana Consiglieri

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de su división con Aragón–, al mismo tiempo que sus enfrentamientos con Castilla continuaron99. No obstante, a la muerte de Sancho el Fuerte, reinó en Navarra entre 1234 y 1274 la dinastía francesa de la Casa de Champaña100. Igualmente, respecto de las confrontaciones con el área andalusí, Fernando III recuperó Córdoba hacia 1236 y restauró el obispado en esta ciudad101, reconquistó Jaén en 1246 y Sevilla en 1247102. En consecuencia, su gobierno no sólo implicó la unificación de los reinos cristianos sino también un significativo avance y recobro de los territorios del sur sometidos al islam103.

      En el marco de este complejo panorama político-religioso, la miniatura ibérica alcanzó un considerable desarrollo en los scriptoria104 del norte cristiano peninsular durante el siglo XII y la primera mitad del XIII. Por un lado, las letras capitales adquirieron diseños pictóricos cada vez más elaborados ya que el aparato paratextual de los manuscritos comenzó a tener mayor relevancia. Por el otro, las iluminaciones centrales también alcanzaron un gran desarrollo tanto en el dibujo como en las composiciones y en los motivos iconográficos. En ambos casos fue incorporada una mayor cantidad de figuras (humanas –tanto mundanas como sagradas–, zoomorfas, fitomorfas y arquitectónicas) con una mayor interacción entre ellas y el plano de representación. Las superficies, tanto de los personajes como de los fondos, fueron invadidas por una inmensa variedad de entramados visuales (círculos, puntos, líneas curvas y rectas). Éstos, además de complejizar y enriquecer las imágenes con diferentes texturas visuales, cumplieron en algunos casos, funciones destinadas a generar un mayor grado de verosimilitud en las figuras y en otros, desarrollaron fines ornamentales. Igualmente, las técnicas lograron una mayor sofisticación debido a las mejoras en las calidades pigmentarias y en sus preparaciones, así como también a las habilidades conseguidas por los monjes en el trabajo con el oro sobre el pergamino.

      Con la enérgica introducción del románico francés hacia el siglo XII, se afianzó la tradición figurativa peninsular, la cual logró una integración gradual con las tendencias artísticas generales105. No obstante, fue durante la primera mitad del siglo XIII cuando floreció el Estilo 1200 y cuando las nuevas invenciones de la miniatura europea comenzaron a fusionarse con los diseños peninsulares. Además, en ese momento se originó un importante quiebre en la producción monástica de manuscritos, pues ésta comenzó a ser sustituida progresivamente por la manufactura de talleres laicos particulares, en concordancia con un creciente proceso de secularización. Este notorio declive que experimenta en torno al año 1220 la miniatura hispánica procedente de los núcleos espirituales monásticos106, fue acompañada de la importante transformación en lo que refiere a sus esferas de confección, demanda, circulación e incluso su temática, vinculada cada vez más a asuntos científicos y seculares107.

      Sin embargo, entre el siglo XII y la primera mitad del XIII, los centros monásticos ibéricos protagonistas en la producción de manuscritos miniados pertenecieron fundamentalmente a los reinos de León y Castilla. Otros centros de iluminación codicológica fueron, en ese periodo, Cataluña y Navarra (ver Figura 1, en pág. 65). En estas regiones del norte hispánico se generó una pujante actividad por parte de varios scriptoria108. En ellos, tanto miniaturistas (monjes encargados de la iluminación de los manuscritos) como amanuenses (monjes que encargados de la copia del texto) desarrollaron allí sus tendencias caligráficas y pictóricas. Además, realizaron su labor y explotaron sus habilidades manuales en la confección y decoración de libros de manera itinerante, trasladándose alternativamente de monasterio en monasterio109. Esta praxis ambulante resultó un importante vehículo de propagación no sólo de estilos sino también de progresivos cambios que se fueron engendrando en la miniatura hispánica plenomedieval.

      Por esos tiempos, el área leonesa continuaba siendo un centro primordial de producción de manuscritos. Ya hacia mediados del siglo XI, los reyes Fernando I y Sancha habrían consolidado con gran posibilidad un scriptorium regio particular, del cual se piensa que fue producto el Beato de Facundus terminado en 1047110, en tanto copia de un ejemplar monástico111. En ese momento, la basílica de San Juan Bautista y San Pelayo había sido rededicada a San Isidoro de Sevilla con motivo de la translatio imperii que tuvo lugar en el año 1063112. El traslado de las reliquias del obispo hispalense estimuló aun más el pasaje de peregrinos por León en el curso del Camino a Santiago de Compostela, además de que significó un antes y un después en la elaboración de textos hagiográficos relacionados con estos eventos y con la construcción de la memoria escrituraria del monasterio113. Es así como esta ciudad adquirió un importante desarrollo en tanto que centro cultural y religioso, impulsado por la monarquía leonesa y por sus estrechos lazos con Cluny, en gran parte gracias a las decisiones político-monásticas tanto de Fernando I como luego de su hijo, Alfonso VI114.

      Por estas razones, el siglo XII encuentra a León, y especialmente al scriptorium del monasterio de San Isidoro, en una etapa de gran crecimiento y actividad en la confección de manuscritos iluminados. En este contexto, es imposible dejar de nombrar la importancia radical que envolvió la figura de Santo Martino de León (León, ca. 1120/1130-1203), quien hacia 1185 había comenzado a escribir su obra teológica y a dirigir el mencionado escritorio isidoriano115. Algunos aspectos biográficos fundamentales de este exégeta, teólogo y peregrino nos han llegado a través de Lucas de Tuy116, en los capítulos 53 a 75 de su obra Liber de Miraculis Sancti Isidori. De hecho, la construcción de su imagen santa y milagrosa, aunque también erudita, puede ser percibida en un pasaje en donde el Tudense explica la adquisición de una magna sapiencia por parte de Santo Martino gracias a que San Isidoro le hizo ingerir un libro117, lo que le permitió engrandecer su intelecto y superar a los grandes teólogos en su conocimiento divino118. Asimismo, su figura fue relacionada de manera intrínseca con la actividad de peregrinación, no sólo a los sitios sagrados del interior hispánico (como San Salvador de Oviedo y principalmente, Santiago de Compostela), sino también a remotas tierras que Tuy apunta fueron visitadas por el santo: Roma y diferentes zonas de Italia, Jerusalén, Antioquía, París y las Islas Británicas119. Como indicó Antonio Viñayo González, su erudición teológica –la cual una vez de regreso a León volcó directamente en sus obras– fue adjudicada también a sus intercambios con los círculos escolásticos del ámbito universitario parisino, sus escuelas episcopales y aquellas operadas por canónicos regulares, como la de Santa Genoveva y la de San Víctor120. Allí Martino entró en contacto con discípulos y obras de los entornos escolásticos de Pedro Lombardo, Abelardo, Adam de Petit-Pont y Thierry de Chartres121, entre otros, adquiriendo herramientas retóricas para subsiguientemente confeccionar sus Concordia.

      Por todo ello, una vez instalado en el monasterio de San Isidoro hacia fines del siglo XII, buscó la conformidad del abad Facundo para organizar de manera más sistemática el scriptorium y reproducir en códices sus textos originales redactados en un primer momento en tablas de cera, apelando a la actividad de un equipo de amanuenses122. Fue entonces en este contexto de fructífera producción libraria, extensible a la primera parte del siglo siguiente, en el que se confeccionaron variados manuscritos, algunos portadores de una significativa profusión de iluminaciones centrales y marginales, que luego pasaron a formar parte de las colecciones de la biblioteca perteneciente al mismo monasterio isidoriano.

      Por su parte, la zona castellana no quedó atrás en lo que respecta a la confección codicológica. Entre los siglos XII y XIII, destacaron los scriptoria de dos atrayentes focos de actividad religiosa y cultural muy próximos geográficamente entre sí: el monasterio de Santo Domingo de Silos y el monasterio de San Millán de la Cogolla123. Ambos cenobios adquirieron en esa época una pujante actividad de copia e iluminación de manuscritos, aunque atravesada por determinadas querellas estilísticas que no hacían más que manifestar las diferentes posturas monásticas respecto del cambio de rito litúrgico largamente discutido en ese momento. Las contiendas en torno al pasaje del culto mozárabe al romano oficializado por la Santa Sede se vieron reflejadas en las decisiones caligráficas y pictóricas tomadas tanto por amanuenses como por miniaturistas. Éstos se debatieron entre continuar utilizando la letra visigótica y los modos de representación erradamente denominados “mozárabes”124, en verdad, variadas fusiones altomedievales de elementos cristianos e islámicos desarrolladas en territorio peninsular,


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