Oficio de lecturas. Francisco Rodríguez Pastoriza

Oficio de lecturas - Francisco Rodríguez Pastoriza


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a la basura. La arqueología de la basura es hoy frecuente en el campo de la investigación y gracias a ella conocemos algunas de las costumbres relacionadas con el consumo a lo largo de la historia.

      MODERNIDAD LÍQUIDA: CONSUMO Y CULTURA

      El premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades Zygmunt Bauman acuñó el término “modernidad líquida” para definir la actual sociedad basada en el modo de producción capitalista y en el consumo. Frente a la modernidad sólida, de estructuras fijas, valores permanentes, límites inalterables, donde la paciencia, el trabajo duro, la abnegación y el sacrificio eran los presupuestos para el éxito, en la modernidad líquida este depende de valores mutantes y principios que se alteran constantemente. La modernidad líquida es la que corresponde a un mundo vertiginosamente cambiante, a una sociedad de flujo constante entre sus poblaciones. Si la modernidad sólida vivía enfocada hacia lo perdurable, lo único permanente en la modernidad líquida es la fugacidad. Ya no hay nada que pueda durar, y menos de manera permanente. Los Estados cambian su configuración, se debilitan las fronteras, se adoptan procesos de desregulación y privatización, se precariza el mercado de trabajo… compromisos y acuerdos firmados con solemnidad se cambian o se anulan de un día para otro. La modernidad líquida rinde culto a la velocidad, a la novedad, al cambio por el cambio y al consumo por el consumo; es una civilización del exceso, la redundancia, el despilfarro y la eliminación de desechos. Una sociedad que por fin ha materializado el amor y los afectos. Bauman explica así este proceso en una de sus últimas obras (Mundo consumo. Ed Paidós): expuestos a un bombardeo continuo de anuncios, el ciudadano es persuadido de necesitar siempre más cosas, para lo cual necesita más dinero. Para conseguirlo trabaja más horas y pasa fuera de casa cada vez más tiempo. Para compensar la ausencia del hogar y el alejamiento de los suyos les compra regalos: materializa el amor.

      Propio de la modernidad líquida es una nueva cultura en la que cada producto está calculado para tener el máximo impacto en el mínimo tiempo posible. La afirmación de Hannah Arendt de que la característica principal de la cultura es su permanencia, queda pulverizada por los nuevos presupuestos de la modernidad líquida. Ahora la cultura ha de buscar el máximo impacto en el mínimo de tiempo porque su legitimación reside en el mercado. Los libros se sustituyen vertiginosamente en las mesas de novedades, los estrenos de cine se mantienen poco tiempo en las carteleras, los hits musicales son diferentes cada semana. Los valores en los que se asienta ahora la cultura son los récords de taquilla, los best seller, las grandes audiencias televisivas, las largas colas en los museos para exposiciones temporales, cada vez más cortas. Cuanto más fugaz, la cultura es más valorada. Los productos culturales que más interesan son los más perecederos, como los happening (que terminan cuando los artistas se retiran) y las instalaciones (que se desmontan una vez clausurada la exposición).

      La organización ideal de la modernidad líquida es la sociedad de consumo. En ella, quienes impulsan el crecimiento económico son los consumidores permanentemente insatisfechos. Y su mayor peligro, los consumidores tradicionales, aquellos que solo compran lo que necesitan. Para la economía de la nueva sociedad, satisfacer las necesidades, los deseos y las carencias debe provocar nuevas necesidades, deseos y carencias. Para no entrar en crisis, la economía de la sociedad de consumo necesita recurrir al exceso y el despilfarro, para lo que presenta la obligación de elegir como si fuera una libertad de elección. En la modernidad líquida el concepto de belleza es cambiante, depende de la moda. Lo bello se convierte en feo en el momento en que las tendencias actuales son sustituidas por otras. Y lo feo, ya se sabe, está condenado al vertedero. La felicidad consiste tanto en adquirir cosas como en deshacerse de ellas. Los consumidores tiran los antiguos bienes duraderos (pagando incluso para que se los lleven) para adquirir bienes efímeros porque la moda dice que son los que hay que consumir. El ciclo que mantiene la economía en funcionamiento es el que consiste en comprar, usar y tirar a la basura, y el camino desde la tienda hasta el contenedor, mejor cuanto más corto y rápido. Por eso nunca fue tan hermosa la basura.

      GENEALOGÍA DE LA BASURA

      Nunca fue tan hermosa la basura (Galaxia Gutenberg), el título del ensayo de José Luis Pardo, viene a completar los presupuestos de Zygmunt Bauman en torno a la nueva sociedad de consumo. Para el profesor Pardo, para quien también toda compra comienza a perder valor desde el momento en que es adquirida, la producción de basura es uno de los síntomas que mejor definen la riqueza de una sociedad opulenta, en la que el excedente es producto del derroche y el despilfarro. Cuanta más basura genere una sociedad, más rica es esa sociedad.

      Se presentó un problema cuando la sociedad se dio cuenta de que la velocidad de producir basura era mayor que la capacidad para deshacerse de ella. A ese ritmo, la basura terminaría por devorarnos. Pero como cada problema tiene su solución, el de la excesiva producción de basura encontró la suya en el reciclaje. La utopía hacia la que se tiende ahora es la de una sociedad en la que toda la basura sea reciclable. Estamos ya a mitad de camino y ahora ya solo es basura aquello que no se puede reciclar. Incluso se utiliza para el arte: el Museo Reina Sofía de Madrid acogió la exposición “Nuevos realismos”, muchas de cuyas obras estaban elaboradas con restos recogidos en los contenedores: ropa usada, envases de plástico, tapones de botellas, somieres, ruedas de bicicletas… La nueva sociedad será la primera de la Historia que no dejará para la posteridad ni siquiera ruinas. Un edificio desahuciado para un uso se remodelará para acoger nuevas utilidades (ya se está haciendo) y así hasta el infinito. Y cuando ya no sea útil será demolido (podrían citarse ya numerosos ejemplos). De modo que en la nueva sociedad todo aquello que se fabrique ya estará pensado para ser reciclado; desde su origen, estará concebido como basura. Lo malo es que allí donde nada es basura, todo lo es.

      9 Originalmente publicado el 7 de agosto del 2010.

      A principios del siglo XVIII estalla todo el malestar que se venía acumulando en las sociedades europeas desde mediados del siglo anterior. Este estado se manifiesta a través de diferentes expresiones en diversos campos, pero la que ha llegado con más fuerza a la posteridad fue la de la cultura de la Ilustración. Un reciente libro del profesor Anthony Pagden, La Ilustración. Y por qué sigue siendo importante para nosotros (Alianza Editorial) explica los contenidos y la importancia del movimiento, así como las consecuencias que aún hoy se pueden advertir en la comunidad internacional.

      Los historiadores encuentran en el Renacimiento y la Reforma protestante los precedentes más significativos de la Ilustración, aunque, a diferencia de ambos, esta no buscaba recuperar un pasado sacralizado sino atacar esa sacralización en provecho del futuro. La Ilustración aspiraba a definir la humanidad en todos sus aspectos, como las ciencias venían haciendo desde el siglo XVII con el mundo natural. Para ello había que demostrar que la especie humana no tenía nada que ver con la divinidad: la ciencia del hombre tendría que ser laica porque la civilización era consecuencia de la historia, no de la religión. Partiendo de la revolución científica, la Ilustración comenzó a elaborar un programa de reforma social, intelectual y moral para transformar la sociedad, basándose en la razón. La Ilustración fue, así, la base sobre la que se instalaron las aspiraciones de la sociedad contemporánea, liberal, tolerante, secular y cosmopolita.

      CONTRA LAS RELIGIONES

      El siglo XVII se caracterizó, entre otras cosas, por iniciar la liquidación de la doctrina escolástica, negando que la teología fuese la única fuente de autoridad y conocimiento. Se reivindicaban para los pueblos gobiernos que prescindieran totalmente de la religión como fuente de toda autoridad moral. Hobbes y Grocio (y más tarde Descartes y Locke) reelaboraron el derecho natural de manera diferente a como lo habían hecho los escolásticos, negando que el entendimiento de la ley natural estuviera integrado por ideas o sentidos innatos. Por el contrario, los nuevos filósofos afirmaban que todo lo que sabemos del mundo lo sabemos a través de los sentidos y de la experiencia.

      La hostilidad hacia la religión cristiana partía del rechazo a admitir la condena del pecado original y su redención por el sacrificio de Cristo y por eso una de sus tareas fue la de desacreditar las


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