Cuando las luces aparezcan. Roberto Abad
a nadie.
Madre se alegró de que pudiera acabarse la papilla. Le dijo: con la ayuda de los ángeles y de Jesús vas a mejorar poco a poco. Y regresó a la cocina a dejar los trastes. En ese momento me acerqué al oído de Padre y le susurré: sabemos lo que te pasó. Ella no se ha dado cuenta, pero se lo diré en cuanto pueda. Sabemos lo que te pasó y vamos a ayudarte.
HABLAR
El enfermero pelón y un acompañante enano de brazos largos volvieron a casa una semana después. Se quedaron cincuenta y tres minutos cuidando a Padre. Le inyectaron un líquido azul en el brazo izquierdo. Y se fueron. Al otro día vinieron dos veces, a las diez de la mañana y a las cinco de la tarde. Le pusieron una inyección más. Eran amables, pero al señor Maussan le parecieron sospechosos. Me preguntó si los doctores sabían de las visitas; no supe contestarle. Cuando se lo comenté a Madre, se enojó conmigo:
Tu papá casi se muere y a ti solo se te ocurre pensar quién puede venir y quién no. Nadie de la familia se digna a visitarlo. ¡No les importa! Dios sabe por qué hace las cosas. En lugar de quejarte, mejor deberías preocúparte por él, ¿oíste?
¿Los enfermeros van a seguir viniendo?
Que venga quien quiera.
¿Pero son buenos?
Mientras lo curen.
El señor Maussan dice que…
No empieces, no ahora.
Pero es que…
Te lo ruego, hijo.
Después del desayuno, pasamos a Padre al reposet que estaba junto a la ventana. El calor lo reanimaba de alguna manera, la piel se le ponía brillosa y olía a crema de flores. Mientras lo veía descansando con los pies elevados, llegué a pensar que era una especie de bebé adulto, pero tenía siempre la misma edad. ¿Iba a gatear en algún momento? ¿Volvería a hablar? Quizá para entonces podríamos tener una plática. Antes, si le preguntaba qué había hecho en el trabajo, o cuándo nos llevaría al cine, se enojaba. Pero ahora era otro.
En uno de los videos que el señor Maussan y yo revisamos, mencionaban una forma para hablar con el abducido. Como la mayor parte del cuerpo estaba afectada, proponían que usara los párpados. Un parpadeo significaba sí; dos parpadeos, no.
Aproveché que Madre hablaba por teléfono y entré en el cuarto. Padre se despertó al sentirme a su lado. Le expliqué. Solo tienes que concentrarte, le dije. Para saber que me había entendido, agarré un vaso y le pregunté si sabía cómo se llamaba ese objeto.
¿Es un tenedor?
Parpadeó dos veces.
¿Es un vaso?
Parpadeó una vez.
Leí en una página de internet que las personas a las que les da un derrame cerebral empiezan a mejorar después de un año. Y solo con mucha terapia. Hay casos en los que se quedan en cama sin poder decir lo que sienten. A Padre no le había dado ningún derrame. Podía entenderme sin ningún tipo de ejercicio. Tenía que contárselo a Madre; se pondría feliz. El señor Maussan recomendó que primero me enfocara en lo importante. ¿Qué era lo importante? Que un idioma acababa de nacer entre nosotros y lo estaba desaprovechando.
¿Te lastimaron?
Cerró los ojos una vez.
¿Te abrieron la cabeza?
Cerró los ojos una vez.
¿Vienen de muy lejos?
Cerró los ojos una vez.
¿Pudiste verlos?
Parpadeó dos veces.
Antes de la última pregunta, pasé saliva y dije:
¿Van a volver?
Padre cerró los ojos y no volvió a abrirlos.
CONVERSACIÓN
Padre no quiso hablarme más. Cuando me acercaba mantenía los ojos cerrados por completo. Creo que le molestaron mis preguntas. Primero debí pedirle permiso a Madre, pero tampoco quería decir nada. El señor Maussan opinó que fue un buen avance y que ya habría una mejor ocasión para entrevistarlo. De cualquier manera, a la hora de la comida, mientras Madre picaba verdura en una tabla, le pedí que me escuchara:
Nunca estuvo en el hospital, ¿sabías?
¿Ah, no? ¿Entonces?
Lo que le pasó se llama abducción. Me lo confesó.
No digas tonterías.
Madre dio un suspiro y siguió cortando las calabazas; me quedé pensando durante diez segundos cómo podría lograr que entendiera.
Busqué en la computadora, dije, a los que les pasa esto se los lleva una nave y, cuando vuelven, dejan de ser ellos mismos. No pueden moverse, no hablan, ni siquiera te reconocen. Yo no creía, pero vi un video de la familia de un campesino. Luego me enteré que podías preguntarles y ellos respondían con los párpados.
Madre soltó el cuchillo, se limpió las manos en el mandil y me miró.
¿Quieres saber qué me dijo?
Ella negó con la cabeza y agregó: déjame sola.
RETRATOS
Los enfermeros vinieron por la tarde. No hicieron nada distinto. Saludo. Inyección. Y adiós. Madre los acompañó a la puerta. Dibujé a Padre y Madre en un cuaderno:
También a los enfermeros con Padre:
Luego me dibujé a mí y al señor Maussan:
MADRUGADA
Mientras Padre dormía, Madre y yo lo cuidábamos acostados sobre las colchonetas. Escuchábamos los ronquidos; a veces respiraba lento y a veces dejaba de hacerlo. Nadie sabía bien cómo funcionaba su cuerpo. Nos preocupaba que fuera a ahogarse. Pero había noches en que terminábamos cansados y dormíamos como osos.
Una madrugada me despertó el silencio de la habitación. Sentí que Padre había dejado de respirar. Cuando me levanté, lo vi al lado de la ventana, mirando hacia la calle. No hacía nada más. Entraba un poco de luz blanca que venía del poste. Cerré los ojos, los apreté y los volví a abrir. El señor Maussan me aseguró que no era un sueño.Las manos comenzaron a temblarme. Me puse de pie. Di unos pasos.
¿Estás bien?, le pregunté.
Sentí su mano fría y pesada y, cuando sintió la mía, recogió los dedos, volvió a la cama y se sentó en la orilla. Desperté a Madre. Ella prendió la luz. Al notar lo que sucedía, gritó: ¡Santo Dios!, ¡no puede ser!, y lo abrazó llorando. Padre movió el cuello haciendo que le tronaran los huesos. Nos quiso decir algo, pero solo tosió y se limpió la saliva.
¿Tienes sed?, ¿hambre?, ¿te duele el cuerpo?, dijo madre y fue a traer agua.
Padre giró la cabeza, levantó la mano y me saludó. Bajé las escaleras, fui detrás de Madre. Le pregunté por qué se había recuperado tan pronto. Eso no podía pasar, no si había sido un derrame lo que le ocurrió. Ella salió de la cocina sin contestarme.
En la mañana vino el enfermero pelón. Al saber de la mejoría de Padre, se alegró y mencionó con su voz de hospital: la recuperación del paciente es óptima. Y yo, que no sabía lo que significaba esa palabra, fui a buscarla a la computadora. Quería decir que era extraordinariamente buena. Cuando volví a la sala, me lo encontré de frente; se despedía de Madre y de Padre, y al ver que yo estaba detrás de ellos, preguntó:
¿Y este muchacho?
Es nuestro hijo, respondió