Cuando las luces aparezcan. Roberto Abad

Cuando las luces aparezcan - Roberto Abad


Скачать книгу
para que lo saludara, pero en ese momento corrí al final del pasillo. Desde ahí vi que ella pidió disculpas por mi actitud. Lo acompañaron hasta la puerta y le dijeron adiós. De regreso, Padre se acostó en el sillón de la sala y prendió la tele. Madre le llevó un té con un pan dulce. Yo salí y grité: ¡no quiero saludar al enfermero nunca!

      Padre cambió de canal. Madre fue a cepillarse el cabello. Luego nos avisó desde la puerta que iba al mercado, que no tardaría, y nos lanzó un beso a los dos. En cuanto salió, el señor Maussan y yo concluimos que lo mejor era encerrarnos en el baño. Así que estuvimos sentados, junto a la taza, dibujando círculos en la pared con la punta del dedo. Nos pusimos a contar las cucarachas del piso. Llevaban mucho tiempo encerradas, tenían las patas peludas y la panza tiesa. Pudieron haberse muerto de hambre. Quise llorar.

      Después de ciento quince minutos, se oyeron ruidos abajo. Regresamos a la sala. Madre no se veía por ninguna parte; me cansé de llamarla. Padre, en cambio, seguía en el reposet, pies arriba. La tele estaba apagada, pero él no dejaba de mirarla.

      MIEDO

      Cuando volvió Madre, le ayudé a ordenar el mandado y aproveché para preguntarle si era malo que le tuviera miedo a Padre, ahora que se había levantado. Ella soltó lo que tenía en las manos, me abrazó, pero no lo hizo por mucho. Seguramente, también sentía lo mismo que yo. Después se recargó en una silla del comedor, mordiéndose las uñas.

      En realidad, lo que quería platicarle era que encontré en una página que algunos lobos de las montañas son separados de la manada cuando nacen. Porque si el líder los encuentra puede llegar a comérselos. Los cachorros crecen pensando que en cualquier momento serán devorados por el lobo más grande, que también es su padre.

      Hubiera querido preguntarle a Madre si Padre quiso comerme alguna vez, antes de ser abducido, cuando yo estaba pequeño. Porque lo que sentí al verlo en la ventana, una noche atrás, fueron muchas hormigas en el estómago. No me atreví a mencionarlo.

      Madre me dijo que ya no pensara en eso, que Padre me quería mucho. Y es que tampoco llegué a decirle que las ratas se comen a sus crías. Ahí son las madres las que se encargan de hacerlo. Las ratas bebés son pequeñas y rosadas, se mueven poco, chillan. La madre toma con las patas a una de las recién nacidas, se la lleva a la boca y le entierra los dientes en la cabecita. Algunas ratas devoraban únicamente a las crías débiles.

      Y yo solo quería preguntarle si sabía esas cosas.

      HABITACIONES

      A partir de que pudo moverse, Padre empezó a confundir su habitación. Si se quedaba solo un instante, desaparecía y terminábamos encontrándolo en otra cama; en cuestión de segundos se borraba de nuestra vista. Entonces abríamos todas las puertas para encontrarlo. No es que la casa fuera grande, más bien parecía serlo para él.

      Cuando lo encontrábamos, bostezaba como un león que no ha dormido nunca, no se daba cuenta de que estábamos enfrente, no le importaba. Lo llevábamos de vuelta, Madre de un brazo y yo del otro. Pero apenas nos distraíamos, había que ir a traerlo de nuevo. Creo que le gustaba perderse o inventar escondites. No podíamos estar seguros porque, si Madre le preguntaba qué necesitaba, simplemente dejaba de moverse.

      ¿Cómo sabremos lo que busca si nunca más va a hablarnos?

      Madre me agarró de la cara, me rogó que dejara de decir eso, que estaba harta de lo que decía y que me fuera al cuarto. Después se puso a llorar. Por más que le pedí disculpas, siguió gritando que no quería verme. Me sentí mal, pero ya no supe cómo contentarla. Todo el día estuve encerrado en el baño, pensando qué decirle para que me quisiera de nuevo. Varias veces oí los pasos yendo y viniendo, regresando a Padre a su habitación.

      En la noche, ya con las luces apagadas, escuché las lágrimas de Madre. Me acerqué a su colchoneta; estaba tibia y suave como una cama de nubes.

      ¿Ya te dormiste?

      Qué quieres.

      Nada. Tengo hambre.

      Hay leche en el refri.

      ¿Ya te vas a dormir?

      No sé.

      Quiero decirte algo.

      No estoy de humor, hijo.

      ¿Por qué?

      Casi son las doce.

      Sí, perdón.

      Descansa, duérmete.

      Madre aguantó la respiración unos segundos. No pude callarme y le dije:

      Lo extrañas, ¿verdad?

      Se volteó despacio, nos quedamos viendo un rato, solo pestañeábamos. Ella tenía los ojos hinchados y brillosos. Me sonrió pero al mismo tiempo era como si no lo hiciera:

      Extraño nuestra vida de antes. Las visitas al terreno. Todo era más fácil. Me gustaba verlo entusiasmado con la casa. Quería que estuviéramos bien. No entiendo qué hice o qué hicimos. No sé cómo llegamos a esto. Quisiera que me ayudaras; que si te digo que hagas algo, en verdad lo hagas. Quisiera que entendieras… Sí, lo extraño, lo extraño mucho… ¿Y tú?

      ¿Yo qué?

      ¿Lo extrañas, a tu papá?

      Al fin me había respondido. El señor Maussan, que también se alegró, me convenció de arriesgarme. Debía ser valiente de una vez por todas. No iba arruinarlo, tenía que decirle lo que pasó. La tomé de las manos y sin pensarlo más, pregunté: ¿crees en los extraterrestres?

      Madre volvió a darme la espalda.

      DESCUIDO

      Pasó a las diez de la mañana. Yo estaba en la cocina comiendo un sándwich que me preparé, cuando escuché los gritos de Madre. Entró corriendo hacia mí, traía una toalla alrededor del cuerpo, me agarró de los brazos: ¡¿Dónde está?! ¡Te encargué que lo cuidaras!

      Fuimos a la sala. La puerta principal se encontraba abierta. Madre dijo muchas groserías. Dimos un recorrido por las habitaciones. Pensé que Padre podría estar escondiéndose. Para tenerlo claro, hice una lista de lugares que podría utilizar de refugio: debajo de la cama, encerrado en el armario, en el refrigerador, en la maleta de Madre.

      Mientras ella terminaba de vestirse, hice mi propia búsqueda. No lo encontré.

      Madre salió de casa, fue hacia un lado de la calle preguntando a los vecinos; yo iba detrás de ella diciendo: ¿Han visto a Padre?, ¿han visto a Padre?, ¿han visto a Padre? Pero nadie sabía dónde estaba. Hablamos a la policía, dijeron que debían pasar setenta y dos horas. Entonces Madre fue en el coche a buscarlo. Sin perder tiempo, prendí la computadora.

      El señor Maussan y yo revisamos los videos sobre abducciones. En ninguno mencionaban algo de las personas que desaparecen dos veces. Me puse triste. Recordé que en una página mostraban un dibujo de la cara de un ladrón. Le pregunté al señor Maussan si creía que era una buena idea. Dijo que sí. Agarré mi lápiz y mi cuaderno. Dibujé otra vez a padre. Le puse ojos, boca, nariz. Escribí su nombre, el teléfono de Madre, y debajo: Se busca. Fui a la papelería de la esquina, le dije a la señora que quería veinte copias.

      ¿Dónde está tu mamá?

      Salió a buscar a Padre.

      Me dio las copias con la condición de que regresara a casa y me quedara sentado esperándola. Pero fui a pegar las hojas en las entradas de los vecinos. Después volví a casa y me encerré en el baño a esperar.

      Perdí la cuenta de los minutos que estuve junto a la taza. Al salir ya era de noche, y hacía frío. Madre estaba sentada en la cama de Padre. Cuando me acerqué, preguntó si él había dicho algo antes de irse. No pude recordarlo.

      Está bien, dijo, no te preocupes.

      ¿Dónde está?

      No sé.

      Más tarde fuimos a un programa de noticias. Madre salió en la pantalla; yo me emocioné. Un señor de corbata


Скачать книгу