Aventuras y desventuras de un viejo soldado. Juan Saavedra Rojas

Aventuras y desventuras de un viejo soldado - Juan Saavedra Rojas


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crónica que sufre. Preocupada su señora esposa y familiares deciden trasladarlo al hospital, donde le comunican que debido a su enfermedad y lo grave de la herida, tendrán que amputar la pierna izquierda.

      Su primera reacción es culpar al mundo, al extremo de querer quitarse la vida; se cierra en sí mismo buscando una explicación ante tanta desgracia y desdicha al ver que sus sueños incansables de superación y crecimiento se ven truncados, incluso el de llevar a su compañera de vida, a un viaje a la Isla de Pascua. Este regalo que lo tenía planificado económicamente, dinero que, a pesar de todos sus infortunios, había juntado peso a peso para dar un agasajo a su mujer y compañera por tanta demostración de sacrificio, abnegación y cariño, pero tendrá, irremediablemente, que emplearlo en medicamentos y tratamientos hospitalarios.

      No obstante todo lo anterior, en la tierra los ángeles existen y están ataviados de enfermeras, una de ellas que lo atendía y curaba de sus heridas, también empieza a curar sus aflicciones del alma, platicando, dialogando y, así, poco a poco va logrando sacarlo de sus atribuladas penas y amarguras, hasta ser dado de alta definitivamente y derivado a su hogar.

      Un día cualquiera, diviso a mi viejo soldado conscripto Gómez, sentado en el suelo, bastón ortopédico a su lado, frente a su domicilio construyendo unas cerchas con perfiles de Metalcom (el sistema constructivo metalcom está compuesto por perfiles galvanizados para distintas aplicaciones estructurales, de tabiques divisorios y construcción de cielos) para llevarlas a un pueblo al interior de la provincia.

      Iniciamos una larga y extensa conversación, que se explayó ante la seguridad que da la confianza de una verdadera y perdurable amistad, cordialidad adquirida en nuestros años de juventud en la unidad militar, él como un excelente soldado conscripto y el suscrito, como un orgulloso instructor.

      Expresó, que a pesar de tantas cosas extrañas y singulares en su vida, es un ejemplo para los vecinos de su alrededor que lo ven cada día trabajando, incluso para demostrarles a algunos de ellos que se encontraban angustiados ante las drogas y el alcohol, que, con mucho esfuerzo, se puede salir adelante.

      Se refirió también, que siempre existen individuos ruines, que quieren aprovecharse principalmente de sus incapacidades físicas, contratándolo para realizar trabajos de construcción por menos dinero, no valorando sus conocimientos, habilidades y eficiencia en su ocupación. Explicándoles que se demorará un par de días más en lograr su empeño, pero que tendrán la seguridad que el trabajo será bien ejecutado.

      Esta ejemplar persona que tengo la satisfacción de llamar amigo, me confidenció, que si alguna vez, por las desgracias que le ha tocado vivir debido a la diabetes, le amputaran la pierna derecha, está preparado sicológicamente, incluso pidiendo que se la amputen al mismo nivel de la otra para seguir laborando y trabajando en bien de su amada familia.

      Sin duda, todo un ejemplo de vida el de Osvaldo Ernesto, a quien respetuosamente le brindo este sentido diálogo del cantautor y poeta, Señor Facundo Cabral, que ya nos dejó:

       Diálogo con Dios

      «Dios tomó forma de mendigo y bajó al pueblo, buscó la casa del zapatero y le dijo: Hermano, soy muy pobre, no tengo ni una sola moneda en la bolsa, estas son mis únicas sandalias y están rotas… Si tú me hicieras el favor…

      El zapatero le dijo: Estoy cansado de que todos vengan a pedir y nadie a dar.

      El Señor le dijo: Yo puedo darte lo que tú necesitas.

      El zapatero desconfiado viendo a un mendigo, le preguntó: ¿Tú podrías darme el millón de dólares que necesito para ser feliz?

      El Señor le dijo: Yo puedo darte diez veces más que eso, pero a cambio de algo.

      El zapatero preguntó: ¿A cambio de qué?

      El Señor le dijo: A cambio… a cambio de tus piernas.

      El zapatero respondió: Para qué quiero yo diez millones de dólares si no voy a poder caminar.

      Entonces el Señor le dijo: Puedo darte cien millones de dólares a cambio de tus brazos.

      El zapatero respondió: Para qué quiero yo cien millones de dólares si no voy a poder comer solo.

      Entonces el Señor le dijo: Bueno… puedo darte mil millones de dólares a cambio de tus ojos.

      El zapatero pensó un poco y respondió: Para qué quiero yo mil millones de dólares si no voy a poder ver a mi mujer, a mis hijos, a mis amigos.

      Entonces el Señor le dijo: Ahh! Hermano, hermano… que fortuna tienes y no te das cuenta…»

       El Tacla

      El Tacla era un soldado conscripto, delgado y de estatura media, buen deportista, ya que en su ciudad natal, Tocopilla, existía una cantidad considerable de clubes amateur. Había cumplido los dieciocho años y fue alistado para realizar su Servicio Militar Obligatorio, en la ciudad de Calama.

      La instrucción básica y el entrenamiento físico en la unidad militar, es bastante rígida y dura, especialmente los primeros meses, esto para preparar al contingente técnica y psicológicamente. Cometido realizado por personal profesional y capacitado en las distintas áreas, conforme a las normas y directrices emanadas de las diferentes academias y altas direcciones operacionales del Ejército.

      Sin embargo, intentar incorporar a un individuo que viene de la sociedad civil es muy difícil, la transición para algunos se hace realmente complicada y fatigosa, cumplir normas, reglas y órdenes de sus instructores y superiores jerárquicos, para determinadas personas es estresante y angustioso.

      Tal vez, es lo que sufrió el recluta Tacla, cuando optó por abandonar y huir saltando el muro que rodeaba la unidad, exponiéndose, incluso, a ser atacado por un guardia de servicio de algún puesto de observación o garita.

      Pero tenía planificada su huida, vistiéndose con los calzoncillos largos blancos, camiseta blanca y zapatillas del mismo color, de su cargo personal, emprendió una corrida como si estuviera en práctica de atletismo.

      En la cuenta diaria del servicio de la mañana, se percataron de la ausencia del soldado. De inmediato, se inició una búsqueda por todo el recinto para tratar de ubicarlo, sin una respuesta positiva. Su comandante de escuadra, sumamente preocupado ante la situación, pidió autorización para salir fuera del destacamento y, en su auto particular, tratar de encontrarlo por las inmediaciones de la ciudad.

      Al revisar sus pertenencias y cargo, apreciaron que faltaban los elementos de ejercicio y entrenamiento, por lo tanto no debía estar tan alejado aún de la unidad, sin dinero y sin ropa adecuada para un viaje. Le comunicaron al comandante de escuadra que considerara fiscalizar el trayecto hacia la ciudad de Tocopilla.

      Acierto y precisión, el soldado conscripto Tacla, justamente iba muy campante, trotando por la orilla de la carretera como un notable atleta, incluso haciendo señas a los conductores que le tocaban la bocina para alentarlo en su footing mañanero.

      De regreso a la Unidad, se le preguntó cuál había sido el motivo de su escape, respondiendo que deseaba ver a sus familiares a los cuales no había visto desde el momento de su acuartelamiento.

      Cuento final, el Tacla, vestido de blanco, con casi la misma indumentaria de su escapatoria, estuvo formando a la cola de la unidad aproximadamente por un mes y con un compañero custodio que lo vigilaba constantemente.

      Reintegrándose totalmente a las actividades normales, después del periodo de castigo, logró ser un excelente soldado conscripto. Su etapa de escapista quedó solo en una anécdota más en su vida y transcurso por el regimiento, que seguramente contará a sus nietos pasado el tiempo y los años.

       Mi primera visita

      Tranquilo, calmado y nervioso, era la cantinela que resonaba repetidamente dentro de mi cerebro, debido, por supuesto, ante la proximidad de volver a ver a mis familiares.


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