Aventuras y desventuras de un viejo soldado. Juan Saavedra Rojas

Aventuras y desventuras de un viejo soldado - Juan Saavedra Rojas


Скачать книгу
durante los días de instrucción, capacitación y enseñanza, bajo las órdenes y experiencia de los instructores, amparados en normas, manuales y preceptos reglamentarios, se veían reflejados y consolidados en cada uno de los reclutas instruidos.

      Tan ardua y dura etapa estaba finalizando, como todo ciclo concluido, llegaba el momento de la tranquilidad y sosiego. Había llegado el instante de relajo y distensión.

      Se le realizó una limpieza minuciosa al armamento, se dispuso un aseo cuidadoso a los sectores de instrucción, campamento (Vivac) en general y se ordenó todo lo respectivo para el regreso a la unidad de combate. Comenzando así, la preparación para el «Gran circo de campaña», donde participaría la mayoría de los soldados que tuvieran un talento oculto que mostrar, exhibir u ofrecer a sus compañeros para una larga noche de algarabía, junto a una fogata esplendorosa.

      Todo lo anterior, solamente con recursos de la zona táctica. Todo servía: piedras, cartones, ramas, árboles, tierra, arcilla o cualquier otro artefacto para disfrazarse y representar al personaje o celebridad que se iba a personificar.

      Al atardecer, se formó toda la unidad alrededor de una gran pira de leña y arbustos secos recolectados durante el día, los superiores jerárquicos recibieron cuenta del personal y se procedieron a presentar, en forma ordenada y por turno, los números artísticos, dirigidos por un instructor.

      Se presentaron en escena diferentes actos y figuras: cantantes, payasos, malabaristas, contorsionistas, humoristas e imitadores de superiores y subordinados, que arrancaron risas, carcajadas, provocando el jolgorio y alegría de todos los presentes:

      —Señor, no cabo en la trinchera —dice un soldado a su cabo.

      —No se dice cabo, se dice quepo, soldado.

      —Sí, mi quepo.

      —¡Soldado ice la bandera! —indica un capitán.

      —¡Lo felicito mi capitán, le quedó muy bonita! —responde el soldado.

      —A ver soldado, ¿qué pasaría si no tuviera orejas? —pregunta un oficial durante la instrucción.

      —No podría ver, mi teniente.

      — He dicho orejas. ¿Qué pasaría si no las tuviera?

      —No podría ver, mi teniente —repite.

      —¿Y por qué no podría ver?

      —¡Porque se me caería el casco, mi teniente!

      Entre chistes y bromas, ocurrencias e ingeniosos chascarros, se fue oscureciendo, apagando la fogata, hasta un poco antes del toque de retreta. Como todo lo bueno y divertido se termina, así también se terminó el «Período básico de instrucción militar», su recordado e inolvidable «Circo de campaña» por allá muy lejos, cerca de las altas montañas, dejando un recuerdo maravilloso y magnífico en mi joven corazón de soldado recluta del Ejército de Chile.

       El soldado de piedra

      El día en el regimiento iba avanzando lentamente, el personal de guardia, en sus respectivos puestos, todas las actividades se realizaban con la exactitud y rigurosidad conforme a la disciplina castrense.

      Así se fue terminando la jornada diaria, hasta que el corneta de guardia, tocó retirada y el personal se retiró a sus domicilios, quedando, en la unidad, la dotación de guardia y los que cubrían los diferentes servicios en las unidades de combate, a cargo del contingente.

      En la hora de la retreta, las unidades se prepararon para dar cuenta del personal o de alguna novedad que se hubiese producido durante el día, al oficial de ronda. Una vez realizada dicha fiscalización, el oficial ordenó una competencia de «Ejercicios de escuela» para observar el entrenamiento de la tropa.

      Satisfecho y complacido ante la demostración de instrucción y coordinación de las maniobras, ordenó que los destacamentos a cargo de los clases de servicio, se dirigieran a los dormitorios al son de cantos e himnos militares.

      La oscuridad ocupó el patio principal de la unidad. Era una noche fría, de esas que calan los huesos como cuchillo hiriente que se introduce por cada plegadura de la indumentaria.

      Se distribuyeron una a una las parejas de centinelas por los distintos puestos de vigilancia dentro del recinto. Así fue pasando la fría noche bajo un manto de negrura y nebulosidad, el personal en sus puestos y los de relevo descansando y cobijados en la guardia hasta que les tocara su turno.

      El suboficial de guardia tomó su manta para capear la persistente frialdad del anochecer, con la finalidad de realizar una más de las rondas por cada uno de los puestos de la instalación militar.

      Se fue acercando en silencio, con el máximo sigilo a uno de los puestos de vigilancia, imaginando sorprender a los centinelas dormitando ante las largas horas de custodia. De pronto, observó a lo lejos una silueta o figura humana encorvada, como oculta en la oscuridad. Se acercó muy lentamente y en silencio, pensando que uno de los centinelas había bajado de la garita de vigilancia, apremiado por las necesidades humanas y orgánicas del cuerpo a un lugar no indicado para ello.

      El suboficial preparó el mejor de los chutes de futbolista, una patada en el trasero del centinela para hacerlo abandonar tan incómoda acción y que retomara su lugar en la garita.

      Se escuchó un solo grito de dolor y congoja. El suboficial de guardia le había propinado una feroz patada en el trasero de «El soldado de piedra», que, en posición de radioescucha del arma de telecomunicaciones, habían obsequiado los artesanos, escultores en piedra de la zona, con motivo de su aniversario.

      Uno de los soldados, acompañó al suboficial de guardia a la enfermería de la unidad donde se le diagnosticó fractura de los dedos de la extremidad derecha. Se dice que el suboficial sufrió dicha lesión en una caída, al realizar las rondas por las inmediaciones del recinto militar.

      Pero, curiosamente, «El soldado de piedra» desapareció de un día para otro del lugar, no se sabe si para evitar otro desaguisado o, simplemente, por orden de los superiores de la unidad.

       Cachamal, paga doble

      La instrucción de la mañana llegaba a su fin, había sido una larga y extenuante jornada de ejercicios a cargo de los comandantes de escuadra. El personal de instructores solteros se retiró a sus respectivas dependencias dentro del recinto militar y los casados, hacia sus domicilios.

      Por su parte, la compañía de fusileros, al trote y entonando cantos militares, a las cuadras (habitaciones) para retirar, desde sus casilleros, los utensilios de rancho y dirigirse a los comedores del regimiento.

      Terminada esa actividad, se fueron juntando poco a poco en las cercanías, donde se encontraba la compañía, con el fin de iniciar el «servicio de la tarde» y leer la «orden del día», en la cual se designaban cada una de las actividades para el día siguiente.

      Las vetustas dependencias de «La compañía de fusileros» se encontraban en un sector, rodeada de añosos pimientos, árbol nativo y originario del Norte del país, de unos 12 a 15 metros de altura, de ancha y desorganizada copa, ramaje con aspecto llorón, tronco grueso, corteza rugosa y que expele un olor aromático muy fuerte; florece durante los meses de abril a julio y sus frutos son de un color rojo, acercándose a granate. Vive alrededor de 100 años.

      La estructura de la unidad de combate, físicamente en su frente, la componía una larga y angosta galería con pequeñas ventanillas de vidrio con marcos de madera que la separaba del patio exterior.

      Una pequeña escalerilla de cemento indicaba el acceso hacia el interior de las dependencias, que en su extensión, continuaba hacia un pequeño muro o tabique, donde el personal se sentaba a descansar esperando las actividades correspondientes.

      Fueron tomando asiento a medida que iban llegando al sector, unos adelante y otros más atrás. De pronto, uno de ellos tomó una pequeña piedrecilla y se la lanzó al de adelante sin que este se diera cuenta, lo que causó la algarabía general.


Скачать книгу