Aventuras y desventuras de un viejo soldado. Juan Saavedra Rojas

Aventuras y desventuras de un viejo soldado - Juan Saavedra Rojas


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en la región norte del país.

      Mis padres habían realizado un cansador viaje desde la capital, para visitarme y conocer mi estado general, tanto de salud, como el tratamiento entregado por el personal de instructores de la unidad, mediante la «Instrucción básica de combate» para los tiempos de paz, procurando la profesionalización con un mejor entrenamiento.

      En los respectivos dormitorios o cuadras, se vivían momentos de expectación, cada uno a su modo trataba de estar lo más apacible, pero los nervios los traicionaban. El empuje juvenil e inquietud se notaban desde muy lejos a medida que transcurrían las horas.

      Las voces de mando retumbaban en el recinto: «Deben dejar en orden el interior del casillero», «Las camas bien estiradas», «Las botas deben estar bien lustradas», «Que la hebilla del cinturón debía estar brillante y relucir», «El peinado, la colocación del Quepis (gorro) sobre la cabeza, debía ser perfecto», etc.

      Todos nuestros instructores preocupados, para que nuestros respetados padres y seres queridos, que nos habían ido a visitar, se llevaran la mejor impresión ante su hijo soldado. Que el largo viaje y espera, tuviera la recompensa de ver a su vástago, luciendo el uniforme del Ejército de Chile.

      Y marchamos desde nuestras unidades de combate con paso gallardo, entonando a viva voz, desde lo más profundo de nuestra alma, el himno del Ejército:

      Ceso… el tronar de cañones

       las trincheras están silentes

       y por los caminos del norte

       vuelven los batallones,

       vuelven los escuadrones,

       ¡A Chile! Y a sus viejos amores.

      Nuestras familias, ubicadas a las orillas del patio principal del regimiento en gran cantidad, irrumpieron inesperadamente en aplausos y exclamaciones de alegría. Nos detuvimos frente al escenario principal, para el correspondiente acto militar y nuestro comandante, procedió a entregar la bienvenida a nuestro grupo familiar. Terminada la ceremonia y conforme a la autorización correspondiente se abalanzaron hacia nosotros, confundidos y emocionados, tratando de ubicarnos, que debido a la similitud de nuestros uniformes nos asemejábamos demasiado.

      Algunos padres conmocionados y con llanto en los ojos, abrazaban a sus hijos soldados, hablándoles y preguntándoles de su experiencia en su nueva vida militar, tan alejados de sus hogares. Y, por supuesto, entregándoles gran cantidad de alimentos y enseres para su estadía en tan alejado y remoto lugar.

       El escorial de instrucción

      Es un sector muy especial y específico dentro de la unidad militar, lleno de desechos de escoria mineral, de un color negro intenso y de irregular volumen. Probablemente, esparcido como relleno del área.

      Los rayos de una asoleada mañana de estío irritante y asfixiante, los acompañaba, cuando fueron trasladados al temible lugar, al trote y entonando un himno militar. Siempre les había llamado la atención el sector, ya que solo caminar sobre el irregular enclave, se hacía bastante difícil.

      Los instructores trotaban alrededor de la columna, avivando con sus voces aceradas y tajantes a los que se iban quedando rezagados por el cansancio, de lo que había sido una extensa mañana de ejercicios de escuela: series de giros, posiciones firmes y desplazamientos en el patio principal del destacamento.

      Una vez en «El escorial», el comandante de la sección, procedió, mediante su voz de mando, a realizar los mismos ejercicios de escuela, pero ahora sobre el accidentado e imperfecto terreno.

      Pensar o suponer que los movimientos corporales de cada uno de los instruidos, iban a ser un desastre, estaba muy lejos de lo que se les aproximaba. Cuando la orden de mando retumbó como un estallido en sus cabezas: «Cuerpo a tierra», literalmente, cuerpo sobre «El escorial».

      La situación se fue colocando cada vez más desagradable, cuando la fastidiosa voz del superior ordenó: «Punta y codo», lamentos y quejidos se escucharon de algunos reclutas, al deslizarse sobre los pedruscos de la desigual y anormal superficie.

      La desagradable experiencia del «Escorial» les enseñó y señaló, que las situaciones y circunstancias pueden cambiar de un momento a otro, como en este caso, que desde el patio principal, plano y homogéneo, pasaron abruptamente a otro áspero y tormentoso.

      Actualmente, en el punto exacto, se construyeron nuevas dependencias militares dentro del recinto. Sin embargo, con seguridad los soldados de antaño, aquellos que sufrieron y soportaron la rigurosa y estricta instrucción castrense, nunca se olvidarán del temible «Escorial».

       Por debajo del trípode

      Era la hora de la instrucción. Nos dirigimos al «Almacén de material de guerra de la compañía de fusileros» con el objeto de retirar el equipo y armamento necesario para el conocimiento y adiestramiento como «Sirvientes de pieza de ametralladoras».

      Generalmente, este tipo de armamento es pesado y voluminoso, montados incluso sobre un afuste o trípode, de una solidez considerable que es el soporte donde va instalada la ametralladora, cuando es usada como armamento pesado.

      Se percibía un hermoso día, ni muy frío ni muy caluroso, con un sol resplandeciente, justamente para un buen día de instrucción. Nos encaminamos, con mis camaradas, hacia la cancha de fútbol de la escuela, Alma Mater de la institución. En aquellos tiempos, su piso y suelo eran, simplemente, de tierra, con sus respectivos arcos y rodeada por una pista atlética de arcilla debidamente compactada.

      La cuarta sección estaba compuesta por los soldados más pequeños (bajos de estatura) de la unidad, los reclutas más altos integraban las secciones de fusileros. Diez hombres a cargo del comandante de escuadra, de la sección de apoyo de la compañía. Nos ubicamos a un costado del campo deportivo, un poco más alejados de otros grupos que también se encontraban realizando ejercicios de adiestramiento.

      Nuestro comandante de escuadra, un sargento especialista, (paracaidista) de primera línea, con años de experiencia, de estatura sobresaliente y un físico notable, nos distribuyó y designó uno a uno los puestos y misiones, dentro de la primera pieza de ametralladora.

      Sirvientes del uno al tres: el sirviente uno, encargado de transportar y disparar la ametralladora; el sirviente dos, del transporte del afuste o trípode e instalación de este; y, el sirviente tres, municionero.

      Todo iba bien hasta el momento, atentos a las disposiciones y normas, en el uso de la ametralladora, con una rapidez y ligereza inusitada para el cometido y tarea asignada a cada uno. Pero en nuestra inocencia como soldados novatos, no contábamos con la agudeza de nuestro instructor, hasta el momento en que nos ordenó cambiar nuestros puestos y misiones.

      Si no había sido fácil el aprender cada una de nuestras labores y posiciones, volver a desempeñar en forma alternativa cada uno de los puestos como sirvientes, nos parecieron las instrucciones, como un relajo que podríamos aprovechar.

      Así que, de mala forma y con un procedimiento un poco flojo y perezoso de nuestra parte, empezamos nuevamente a retomar los nuevos puestos y aprender las nuevas misiones para cumplir con las órdenes de nuestro superior.

      Eso sí, que nuestra actitud cambió muy rápidamente cuando «Mi sargento», sacó su cinturón y a correazo limpio y con el cuerpo en tierra y a punta y codo, tuvimos que pasar por debajo del trípode, no solamente una vez, sino varias veces… Nuestra fisonomía corporal nos favoreció por la delgadez y menudo de nuestro cuerpo de muchacho adolescente, pertenecientes a la sección de apoyo del destacamento.

      Quedamos claritos y con una preparación catedrática exacta, de la instrucción y misión de cada puesto en forma alternativa, como sirvientes de ametralladora… ¡Y lo más importante, con una plusmarca!

       El circo de campaña

      Quedaban solamente algunos días para el término de la campaña en el interior de la provincia, todas las materias


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