Rosas estadista. José Massoni
transformadoras, tan conocidas que no cabe aquí enumerarlas. Sí nos interesa el aspecto menos tratado de su ideario, el de sus concepciones económicas. La fuente principal para darles luz es su Representación de los hacendados, escrito en el que actuó como abogado de ellos y de los labradores, ante el virrey Cisneros. En síntesis, su pensamiento económico se encuentra dentro de la doctrina fisiocrática el estímulo a la agricultura como medio de desarrollo, en cambio de una economía muy dependiente de los negocios de importación y exportación y su desvío, el contrabando. Le dice al virrey que «no puede ser verdadera ventaja de la tierra la que no recaiga inmediatamente en sus propietarios y cultivadores» y, más adelante, «el viajero a quien se instruyese que la verdadera riqueza de esta Provincia consiste en los frutos que produce se asombraría cuando, buscando al labrador por su opulencia, no encontrase sino hombres condenados a morir en la miseria». En un marco de asfixiante monopolio colonial hispano explotador, ataca con fuerza a quienes se oponen a la única salida coyuntural de esa trampa, que eran las reglas liberadoras y democráticas del libre comercio, «afectando interesar en su causa la santidad de la religión y pureza de nuestras costumbres». Insiste en que «El que sepa discernir los verdaderos principios que influyen en la prosperidad respectiva de cada provincia, no podrá desconocer que la riqueza de la nuestra depende principalmente de los frutos de sus fértiles campos…» y fundamenta la necesidad de abrir el libre comercio con la nación inglesa como remedio para las penurias económicas de la colonia. Destaca que si concediéramos que abrir el comercio es un mal, es necesario e imposible de evitar debiendo procurarse sacar provecho de él haciéndolo servir a la seguridad del estado. Puntualiza una realidad a la que aludimos antes: desde la primera invasión inglesa «el Río de la Plata no se ha perdido de vista en las especulaciones de los comerciantes de aquella nación; una continuada serie de expediciones se han sucedido; ellas han provisto casi enteramente el consumo del país; y su ingente importación, practicada contra las leyes y reiteradas prohibiciones, no ha tenido otras trabas que las precisas para privar al erario del ingreso de sus respectivos derechos, y al país del fomento que habría recibido con las exportaciones de un libre retorno». En otras palabras señala que en realidad el libre comercio con los ingleses se ha convertido en un hecho que, a falta de legalidad, se realiza por medio de un contrabando que califica de impune y escandaloso. Plantea «en la economía política la gran máxima es que un país productivo no será rico mientras no se fomente por todos los caminos posibles la extracción de sus producciones y que esta riqueza nunca será sólida mientras no se forme de los sobrantes que resulten por la baratura nacida de la abundante importación de las mercaderías que no tiene y le son necesarias». Añade: «La plata no es riqueza, pues es compatible con los males y apuros de una extremada miseria; ella no es más que un signo de convención con que se representan todas las especies comerciables: sujeta a todas las vicisitudes del giro, sube o baja de precio en el mercado según su escasez o abundancia, siempre que por otra parte no crezcan o disminuyan las demás especies, que son representadas por ella, pero los caminos de nuestra felicidad están cifrados por la misma naturaleza». Por si cupiera duda sobre la inscripción del pensamiento económico de Moreno, vale de modo incontestable lo que sigue: «ésta (la naturaleza) nos ha destinado al cultivo de sus fértiles campañas, y nos ha negado toda riqueza que no se adquiera por este preciso canal. Si V. E. desea obrar nuestro bien es muy sencilla la ruta que conduce a él; la razón y el célebre Adam Smith… que es sin disputa el apóstol de la economía política, hacen ver que los gobiernos en las providencias dirigidas al bien general, deben limitarse a remover los obstáculos» [los del monopolio y su burocracia]. Finalmente, disipa temores sobre un dominio inglés sustituto del de España, opinando que «los ingleses mirarán siempre con respeto a los vencedores del cinco de julio y los españoles no se olvidarán que nuestros hospitales militares no quedaron cubiertos de mercaderes, sino de hombres del país que defendieron la tierra en que habían nacido, derramando su sangre por una dominación que aman y veneran(9)».
La adscripción de Moreno a los fundamentos de la democracia republicana liberal y a las leyes del capitalismo naciente como política para nuestras tierras es de claridad diáfana y, más aún, es explícita su opinión de que sus frutos deben aprovechar a quienes las trabajan. Su idea de la obtención de los frutos de las tierras presuponía su propiedad en dimensiones cuando más medianas, pues era incompatible con grandes latifundios que impondrían una explotación extensiva, imposible sin un régimen de esclavitud como el del sur de Estados Unidos. Su visión del propietario de la tierra era la de quienes fueron los farmers en el país del norte.
Juan José Castelli era primo de Manuel Belgrano. Estudió lógica dos años en el Real Colegio de San Carlos y luego cinco para el sacerdocio en Córdoba. Cambió de rumbo en 1786 e ingresó en la exigente Real Academia Carolina de Practicantes Juristas de Charcas, en cuyo ambiente estudiantil entró en contacto con los iluministas españoles y Montesquieu. Vuelto a Buenos Aires, su bufete le permitió comprar el único bien que tuvo su patrimonio, su domicilio en una chacra del actual barrio de Núñez.
Sus ideas políticas comenzaron a tomar más precisiones desde 1796 trabajando como secretario suplente de Belgrano en el Consulado de Comercio de Buenos Aires, y con él compartió nítida oposición al monopolio comercial español y a la carencia de derechos para los criollos de Buenos Aires. Otro campo para su desarrollo partidista fueron sus notas en el periódico creado por el Consulado en 1801, El Telégrafo Mercantil y luego en el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio que apareció en 1802 y expuso concepciones económicas fisiocráticas, sosteniendo que «Todo depende y resulta del cultivo de las tierras; sin él, no hay materias primas para las artes. Por consiguiente, la industria no tiene cómo ejercitarse, no puede proporcionar materias para que el comercio se ejecute». Desde esa base se ocupaba de la libertad de comercio; la rotación de los cultivos y abonos; del establecimiento de escuelas rurales; de la forestación y la cría de ganado; y, detalle esencial, del reparto equitativo de tierras y —también él, como Moreno y Belgrano— de su propiedad para quienes las trabajaban. En circunstancias de la primera invasión inglesa ya se aprecia en los hechos la audacia de Castelli en su militancia libertaria. Como integrante del grupo de patriotas criollos que entendían la liberación de España junto con cambios económicos y sociales revolucionarios, no dudó vincularse con James Florence Burke, presunto representante de Gran Bretaña, cuyo apoyo podría ser útil dentro del plan del patriota venezolano Francisco de Miranda para la emancipación de la corona española de todo el continente. En esa misma línea, preso el jefe William Beresford luego de su derrota en la primera invasión inglesa, cuando se aproximaba la segunda invasión fue ayudado a fugarse por el grupo que integraba, con la misión de que en Montevideo reclutara al jefe de las fuerzas inglesas para que se aplicara el proyecto del venezolano, dado que Miranda y Home Popham se habían reunido para tratar acerca de liberar a América del Sur con ayuda británica. Cuando Popham inicia la segunda invasión, sin previo acuerdo, fue evidente que los ingleses sólo planeaban cambiar una metrópoli por otra y Castelli, Belgrano, Martín Rodríguez, Domingo French, Antonio Beruti y otros abandonaron por completo aquella posible alianza y combatieron duramente contra quienes habían intentado coligarse y fueron protagonistas, también ellos, de la segunda victoria sobre el imperio británico.
Castelli actuó con creatividad y tenacidad por una liberación de España con contenido revolucionario. Con José Bonaparte en el trono de España, la hermana de Fernando VII, Carlota Joaquina, reclamaba la regencia de las colonias. Castelli, con acuerdo de Belgrano y otros criollos, redactó una propuesta a Carlota de asunción una corona nominal en una monarquía constitucional, pero la infanta rechazó el convite porque su aspiración era un régimen absolutista tradicional.
A comienzos de 1809 Castelli da nueva prueba de su plasticidad ante las coyunturas para mantenerse con firme coherencia en una política revolucionaria patriótica y popular. Apoya al virrey Liniers contra la revuelta encabezada por Martín de Álzaga —de relevante actuación en la segunda invasión inglesa y acaudalado comerciante de armas y esclavos— porque el objetivo del sedicioso, más que desplazar al sospechado por su origen francés, como se invocaba, era mantener la supremacía de los españoles sobre los criollos. La victoria de Liniers redundó en un aumento notorio del poder de los nativos patriotas y sus cuerpos armados.
Cuando en julio de 1809 llegó el nuevo virrey, Baltasar Hidalgo de Cisneros, la propuesta de Castelli fue la más radicalmente