Rosas estadista. José Massoni
sólo habían detenido a los sediciosos, enviándolos hacia Buenos Aires. Castelli con una pequeña escolta dirigida por French encontró a las fuerzas que traían a los apresados a la altura de la Cabeza de Tigre, en las cercanías de Cruz Alta, en el límite de Buenos Aires con Santa Fe y el 26 de agosto los diez prisioneros fueron fusilados y enterrados en una zanja junto a la iglesia. De regreso en Buenos Aires la Junta lo nombró su representante con plenos poderes para dirigir las operaciones del ejército, con instrucciones tales como las de poner todas las administraciones de los pueblos en manos patriotas, ganar el favor de los indios, arcabucear» (fusilar) a Vicente Nieto, gobernador de Chuquisaca, al gobernador de Potosí Francisco de Paula Sanz, al general José Manuel de Goyeneche y al obispo de La Paz Remigio La Santa y Ortega por las atrocidades cometidas cuando derrotaron el primer levantamiento libertario americano, ocurrido en Chuquisaca en mayo de 1809. Castelli tomó el mando político, puso a su frente al coronel González Balcarce y el 7 de noviembre los realistas fueron derrotados en Suipacha, cerca de Tupiza (en la actual Bolivia) por las tropas de Buenos Aires fortalecida por salteños, jujeños, oranenses, tarijeños e indios chichas. Dos hechos importantes se habían producido poco antes: el 14 de septiembre, con el marco de sublevaciones indígenas anticoloniales, el coronel Francisco del Rivero depuso al gobernador de Chuquisaca y se adhirió a la junta de Buenos Aires. Un mes después, en septiembre, el capellán José Andrés de Salvatierra había tomado Santa Cruz de la Sierra, donde un cabildo abierto formó una «junta provisoria», liderada por Antonio Vicente Seoane, a quien Rivero, desde Chuquisaca, designó delegado para esa ciudad. Una semana antes de la batalla de Suipacha, el 6 de octubre, se levantó Oruro, que diez días después se unió a las anteriores para cerrar por el norte a las fuerzas realistas. Pasada apenas una semana de la liberación de Suipacha, el 14 de noviembre, el ejército de independentistas derrotó a los realistas en la planicie de Aroma y provocó el pronunciamiento de la ciudad de La Paz en favor de la Junta de Buenos Aires. Al mismo tiempo, en la poderosa Potosí un cabildo abierto obligó a retirarse de su territorio al general realista Goyeneche. Castelli le exigió a la Junta juramento de obediencia y la entrega de Francisco de Paula Sanz y del general José de Córdoba, quienes fueron fusilados. El dominio del virrey Abascal sobre el Alto Perú quedó destruido y éste, que había sido anexado por el virreinato del Perú, quedó recuperado para las Provincias Unidas del Río de la Plata. Es necesario valorar este escenario en conjunto para apreciar que las ideas libertarias de Mayo —en una zona sin la autonomía asentada en la autosuficiencia que tuviera Paraguay— despertaron aceptación masiva entre los criollos e indios altoperuanos y que Castelli lejos se hallaba de ser un desatinado que abordaba objetivos imposibles con su accionar revolucionario.
Castelli instaló su gobierno en Chuquisaca y desde allí inició tan posibles como profundos cambios en el régimen colonial. Ordenó la reorganización de la Casa de Moneda de Potosí, la reforma de la Universidad de Charcas y proclamó el fin de la servidumbre indígena en el Alto Perú, anulando el tutelaje y otorgándoles calidad de vecinos y derechos políticos iguales a los de los criollos. También prohibió que se establecieran nuevos conventos o parroquias, para evitar que, bajo la excusa de evangelizarlos, los indios fueran sometidos a servidumbre por las órdenes religiosas. Más hondamente, en lo económico estructural autorizó el libre comercio, expropió tierras y las repartió entre los antiguos trabajadores obrajeros, publicando el decreto en español, guaraní, quechua y aimara; también abrió varias escuelas bilingües. El 25 de mayo de 1811, primer aniversario de la Revolución, lo festejó en el templo de Kalasasaya en Tiahuanaco —al extremo oeste de la actual Bolivia, límite con Perú— con los indios y caciques, como símbolo de homenaje a los antiguos incas. Allí los arengó a rebelarse contra las autoridades virreinales y defender su condición de hombres libres e iguales a todos los habitantes de América, luchando contra los españoles y realistas, que incluían criollos. Castelli sabía bien de la grieta producida entre el mensaje que traía desde Buenos Aires y la mayor parte de la aristocracia nativa, que lo apoyaba sólo por el temor que les provocaban las masas populares y su ejército. Lejos estaban esos sectores criollos pudientes de apoyar la causa de Mayo, a pesar haberse cumplido cabalmente con las órdenes de la Junta —destinadas a romper la alianza entre las elites criolla y española— con la designación exclusiva de nativos americanos en todos los cargos de importancia. Había una fisura notoria y Castelli se hallaba con nitidez en uno de sus lados, como lo estaban del otro los terratenientes y grandes comerciantes (unidos, obviamente, los criollos a los españoles).
Castelli, dado el panorama revolucionario favorable que los pueblos criollos e indios, más la expedición militar, habían extendido por todo el Alto Perú, plasmó un plan ofensivo que en noviembre envió a la Junta. Cruzaría la frontera con el Virreinato del Perú atravesando el río Desaguadero, tomando el control de Puno, Cuzco y Arequipa, porque consideraba que era urgente sublevarlas contra la capital Lima, dado que ésta dependía de ellas económicamente y quedaría así dañado el principal centro realista del continente. El plan fue rechazado —ya por la Junta Grande— por estimarlo temerario y se le requirió a Castelli atenerse a las órdenes originales (en Buenos Aires Moreno ya había sido derrotado dentro del gobierno, Belgrano —como vimos— estaba en campaña hacia el Paraguay). Castelli debió obedecer, pero la Junta Grande volvió a expresar su tendencia cuando perdonó a cincuenta y tres españoles que Castelli había desterrado a Salta, argumentando que había actuado basado en calumnias infundadas. Resultado: los disculpados, apenas cinco meses después, protagonizaron un alzamiento armado contra las fuerzas patriotas.
La detención en el avance hacia el norte provocó un armisticio de hecho, que Castelli procuró convertir en acuerdo formal, que cuando menos implicaría el reconocimiento de la Junta como un interlocutor legítimo del virreinato del Perú. En esa situación de quietud militar, los miembros pudientes de la población realista y criolla altoperuana, pivoteando en las actitudes anticlericales de Castelli —en especial de su secretario Bernardo de Monteagudo— motivadas por el apoyo de la Iglesia a los realistas, sumadas al rechazo que le causaba a los vecinos acaudalados el buen trato a los indios y sobremanera el reparto de tierras, dieron base para erosionar el liderazgo de Castelli. No estaban solos, pues tuvieron el obvio apoyo de Lima, pero también el de los saavedristas de Buenos Aires, que lo comparaban con Robespierre. La principal figura de la Junta Grande, el Deán Funes, llamaba a Castelli y Monteagudo «esbirros del sistema robesperriano de la Revolución francesa», cavando una profunda hendidura con el sector revolucionario de Mayo. Era el ahondamiento de la grieta dentro de los americanos de las Provincias Unidas del Río de la Plata, mientras la Junta Grande desarrollaba una política de espera y cautela ante los sucesos de la contrarrevolución y de España. No sólo estaban ausentes de Buenos Aires Moreno, Castelli y Belgrano, tampoco se hallaban las ideas esenciales del 25 de Mayo. Con ese escenario político en Buenos Aires y la inacción militar ofensiva en el frente norte, tras un incidente en la zona fronteriza el 6 de junio de 1811, el 17 Castelli recibió la negativa del Cabildo de Lima a un arreglo pacífico. El armisticio estaba roto. Los mejores ejércitos realistas marcharon desde Lima hacia el límite marcado por el río Desaguadero. El día anterior a la batalla de Huaqui las fuerzas del Ejército Auxiliar del Alto Perú se aprestaron en un amplio abanico y el 29 de junio el ejército realista cruzó el río, iniciando la batalla. Su desarrollo duró muchas horas y fue enredado, con fuertes encuentros parciales de resultado incierto, habiendo incidido desacuerdos y desencuentros durante su curso entre jefes patriotas como Viamonte, Díaz Vélez y Rivero, que sumados a azares propios de la confusa situación y las eficaces decisiones de los generales realistas Goyeneche y Tristán culminaron en lo que pasó a conocerse como «el desastre de Huaqui». Que no resultó aciago para las provincias del Río de la Plata porque los realistas fueron detenidos por la heroica resistencia guerrillera de criollos e indios, durante años, que contó con innumerables héroes, como la mítica Juana Azurduy.
En agosto Castelli recibió de la Junta Grande la orden de bajar a Buenos Aires para ser enjuiciado pero luego, instalado el Primer Triunvirato, primero decidió que quedara confinado en Catamarca, pero después lo requirió nuevamente para ser juzgado.
Como el juicio tardaba en iniciarse, en enero de 1812 Castelli reclamó su realización. Es probable que impulsara su apuro el comienzo de su sufrimiento por un cáncer de lengua, que le entorpecía el habla progresivamente. El trámite no dejaba en claro si era un juicio por su accionar militar o consistía en una mera valoración