Gabriel García Márquez. Nuevas lecturas. Juan Moreno Blanco
exactos. (García Márquez, 1985, p. 8)
El elemento agua se ha registrado en diversos relatos fundacionales, forma parte de las mitologías cosmogónicas. También está asociado a la figura femenina. En esta primera crónica, se tiene la conjunción de una suerte de diosa creadora y un mundo acuoso. La Sierpe ya existía, pero su constitución en «país de leyenda» obliga a ser una ciénaga y a tener límites imprecisos. Esta cosmogonía permite sostener que la leyenda «se traga» tanto al personaje central como a su universo.
La leyenda, cuenta la crónica, además va a infestar de «realismo mágico» al arrocero que intentó alcanzar el tesoro de La Marquesita. Su viaje es un desplazamiento a la leyenda misma. En el centro de la ciénaga, la creencia popular afirma, se encuentran enterrados los grandes tesoros de La Marquesita. «Allí hay un totumo con calabazos de oro al que se le tiene amarrada una canoa, y a esta la custodian culebras gigantes y caimanes blancos» (p. 8). Él va a ser testigo y testimonio de que sin lograr tocar el centro de la ciénaga-universo-leyenda, y con esa imposibilidad se le mantiene en el plano del deseo, fue suficiente con acercarse para que su pie sufriera una hinchazón monstruosa (García Márquez, 1985, p. 8).
Su monstruosidad no es signo de caída como lo es la cola de cerdo en Cien años de soledad. Otra caída se registra en la serie: al hombre que trató de robarse la dote de Jesusito se le hincharon las manos. Eso sí, la deformidad es un estigma que documenta la facticidad de la fantasía. Entonces, la hinchazón es el efecto, en el plano de la realidad, del atrevimiento, y el calificativo monstruoso es su medida.
El hombre del pie hinchado luciría con satisfacción su monstruosidad por «ser el único hombre de La Sierpe que se ha atrevido a pisarle los terrenos a la leyenda» (García Márquez, 1985, p. 9). La deformación es la marca de su heroísmo. Son los riesgos que se corren en las expediciones a mundos perdidos o arcaicos, como el paraíso. Ese árbol de totumos de oro parece una alusión al árbol bíblico. La secularización recreada en la crónica no resalta la prohibición, opera con vigor la comprobación de que la leyenda es cierta. La deformación no es castigo por la transgresión, es una prueba de que lo fantástico tiene concreción en el plano de la realidad. Esto que le ocurrió al ambicioso arrocero no lo cuenta la leyenda, no forma parte de esa fijación narrativa. El lector sabe del suceso y travesía del hombre del pie hinchado por la crónica, y el cronista se informa por el mismo aventurero: «La descripción que hace el hombre de su aventura» (p. 8). En consecuencia, la leyenda «se traga» al hombre por su pie y también por su relato. La descripción de la travesía hecha por el arrocero –reporta la crónica– «es tan fantástica como la leyenda de La Marquesita» (p. 8). Finalmente, la crónica no es una memoria de hechos objetivos. No tiene una pretensión de verdad científica. La crónica es un registro subjetivo, mediado por la tradición oral. Con la serie de La Sierpe, el lector está ante una crónica del deslizamiento: de lo fabuloso a lo real; pero una realidad excepcional, solo posible en un país de leyenda. Esto es justamente lo contrario al movimiento que advertía Vargas Llosa de tomar el mundo real objetivo y trasladarlo a lo mítico-legendario.
La Sierpe es un universo erráticamente cerrado
La Sierpe es un «país de leyenda» (García Márquez, 1985, p. 5), pero posee un estatuto de realidad ontológico: se le ubica en el mapa político territorial de Colombia. Para la década de los cincuenta, el departamento de Bolívar comprendía los actuales departamentos de Córdoba, Sucre y Bolívar. La crónica sitúa la ciénaga serpeña al sureste de aquel Bolívar, entre los ríos San Jorge y Cauca, y «más allá» de puntos de referencia como La Mojana y La Guaripa. Actualmente La Sierpe se encuentra al sur de Sucre. Hoy es posible hacer el recorrido en auto desde Magangué (Bolívar) hasta La Sierpe, por la vía a Corozal, en busca de mejor pavimento. Son aproximadamente 260 kilómetros, para recorrerlos en unas cinco horas15. Hace casi setenta años, al joven cronista le tomó tres días hacer la misma travesía. A tal peregrinación le adjudico la misma importancia que tuvo el éxodo de los Buendía que los conduciría, en últimas, a la fundación de Macondo. Ahora bien, en el caso de la crónica su relevancia es mayor porque se trata de un viaje que conduce de la realidad al mito. Una incursión por el territorio que parece ser un viaje por el tiempo, al pasado, a la atemporalidad de la leyenda.
Dada la importancia referida, es oportuno ofrecerle al lector de hoy una reconstrucción de aquella peregrinación emprendida por García Márquez a los 25 años, de la que dejó registro en su crónica (cfr. García Márquez, 1985, p. 5). La crónica no registra la partida desde una ciudad cercana de referencia como Santa Marta o Mompox. Menciona un lugar más liminal como Magangué. Este punto de partida no es urbano (civilizado) ni propiamente la selva o la pampa (salvaje). Es asimilable al lugar que ocupan los llanos, en La vorágine, un interregno entre Bogotá y el Amazonas. En Magangué se toma una lancha para el puerto de Sucre, lo que demora unas «pocas horas» (mapa 1).
Mapa 1
Fuente: Instituto Geográfico Agustín Codazzi de Colombia: Carta General del departamento de Bolívar, año 1961, escala 1:100.000. Mapas aerofotogramétrico con base en fotografías de diciembre de 1953 a febrero de 1955. Fragmento de la plancha 53.
Como puede verse en el mapa 1, el primer trecho del recorrido se hace por el brazo La Loba; es bastante navegable, mientras que en el trecho por el río San Jorge el camino se angosta. El último trecho, ya por el brazo de La Mojana, es un caño considerablemente más angosto y de navegación más lenta. De puerto Sucre a La Guaripa se tarda «medio día» y ahora el viaje se hace en bestia (mapa 2). El recorrido se emprende por la sabana entre diversas ciénagas, intercalándose senderos y caminos de herradura y carreteables. Es notorio que la ruta no se puede realizar de manera más recta, y debe ir muy al occidente hasta Concepción, La Estrella y, por fin, La Guaripa.
Mapa 2
Fuente: Instituto Geográfico Agustín Codazzi de Colombia: Carta General del departamento de Bolívar, año 1961, escala 1:100.000. Mapas aerofotogramétrico con base en fotografías de diciembre de 1953 a febrero de 1955. Fragmento de la plancha 63.
El último tramo (mapa 3), de La Guaripa a La Sierpe, toma «dos días de viaje con el agua y el cieno a la cintura» (García Márquez, 1985, p. 5). En este punto parece que la topografía sinuosa y demandante se sincroniza con un mundo de fantasía al que está por arribarse. Es una suerte de locus terribilis, de alta demanda física y mental, acorde con un pasaje no tanto de iniciación sino de cruzamiento a una nueva forma de la realidad. Finalmente, las convenciones cartográficas representan La Sierpe como un gran pantano, produciendo una bella textura que destaca sobre el espacio en blanco que prevalece en el mapa 3. La dimensión de La Sierpe supera en mucho a la ciénaga colindante con Majagual, y esto es una medida del universo narrativo donde nos va a instalar la crónica y una medida del universo hiperbólico de La Marquesita.
Mapa 3
Fuente: Instituto Geográfico Agustín Codazzi de Colombia: Carta General del departamento de Bolívar, año 1961, escala 1:100.000. Mapas aerofotogramétrico con base en fotografías de diciembre de 1953 a febrero de 1955. Fragmento de la plancha 73.
Los mapas ayudan a los lectores de hoy a hacerse una idea más ajustada del aislamiento de ciénaga de La Sierpe. Aunque la crónica consigna que no está totalmente incomunicada: los comerciantes de arroz realizaban la travesía en busca del buen y nada costoso grano de arroz cultivado en los tremedales serpeños. Si la ida a La Sierpe parece difícil, el regreso es casi imposible. La crónica pareciera advertir que es un viaje en una sola dirección y que no exagera con su subtítulo «Viaje sin regreso» (García Márquez, 1985, p. 5). El mundo narrativo de La Sierpe «se traga» a quienes incursionan en él. El país de leyenda se cierra tras el ingreso de los visitantes. El excursionista que se prepara para el regreso puede ser dado de muerte bien sea por un acto de violencia («a machetazos») o de