Cómo aprender a aprender. Eric Barone
lo más sencillo:
Leamos, experimentemos lo que enseña... luego juzguemos.
INTRODUCCIÓN
No me pregunten mi edad. Ya no la sé. Aquí, en mi isla, el tiempo no transcurre más, o, por lo menos, pasa sin detenerse. Tenga yo 13 o 33 años, no tiene importancia. Lo que cuenta es mi casa. Parece pequeña vista desde fuera, pero el interior es mucho más grande que el exterior. Sé que esto también parece imposible. Pero debes conocer mi historia para saber cómo llegué a este lugar.
Yo vivía en Arizona, con mi familia, en el año 1963. Mi padre tenía un gran defecto y una gran virtud. Su defecto era creer que sólo cuando su hijo egresara de la universidad, estaría en condiciones de conversar con él. Nunca pensó mi padre que yo empezaría a leer a los tres años y medio, y que a los seis o siete, estudiaría medicina en sus viejos y polvorientos libros. Su gran virtud era saber todo sobre todos los mecanismos internacionales de nuestra sociedad. Cuando se oía hablar de alguna asociación de asistencia al Tercer Mundo, decía: “Ah, sí, aquella encargada de probar los productos químicos de tal empresa entre los indígenas”. Palabras que producían la indignación de mi madre.
Ella también tenía una gran virtud y un gran defecto. Su defecto era obligarnos a comer una horrible tarta de manzanas que, ella creía, era nuestro plato favorito. Pero, ¿cómo desengañarla? Era tan buena... Su gran virtud era creer que el cerebro de sus hijos era ilimitado, como el de todo ser humano. Según ella, su deber era atiborrarnos de conocimientos, tanto como de tarta de manzanas. Acepto que algunos conocimientos eran aún más amargos que la tarta de manzanas, pero aún así, los prefería. Mi madre era una especie de genio que sabía perfectamente cómo cocinar un saber y hacérselo tragar alegremente a sus hijos.
Le debo este libro, y ustedes comprenderán por qué, cuando les explique qué hago en esta casa (y lo que hace esta casa en mí).
Yo tenía, o tengo, un hermano. (Hablo en pasado porque no sé verdaderamente en qué tiempo estoy, perdido entre dos segundos o en otra dimensión del presente eterno... -¿quién sabe?- por culpa de ese libro que abrí accidentalmente).
Mi hermano es una bendición para las personas deprimidas. Sus pensamientos son música, gozo, felicidad. A su alrededor hay un aura de alegría, aún en las peores situaciones. Felizmente, los fabricantes de medicamentos antidepresivos ignoran su existencia: tratarían de reducirlo a comprimidos, tanta es su eficacia. Tiene una cualidad particular: con él la vida no tiene ningún lado malo y aún el peor de los incidentes tiene un secreto positivo que siempre llega a descubrir.
Aunque cuando se trata de arreglar el molinillo de café, que él acaba de romper, es a mí a quien llaman. Mi madre sabe bien que voy a tratar, una vez más, de comprender el Universo a través de un motor eléctrico y que después de haber transformado su molinillo en cápsula espacial para cochinillos de la India de origen marciano, voy a deducir una nueva teoría sobre “Cómo la energía transforma la apariencia de la materia gracias al poder de la inteligencia humana, y cómo es necesaria la cafeína después de una ingesta abusiva de tarta de manzana”.
Yo lo sé. Estás impaciente por saber por qué estoy perdido en esta isla desierta, en una casa-biblioteca más grande por dentro que por fuera. Ya habrás comprendido cuál era el defecto de mi hermano... estaba excepcionalmente dotado para romper todo aparato difícil de arreglar. Era también el terror de toda pared en la que quisiera clavar un clavo. Elegía justo el lugar por el que pasaba invisible el único caño de agua, para poner el clavo con no menos de doscientos golpes de martillo. Yo tenía, después, el gran trabajo de cerrar la herida abierta que mojaba el tabaco para pipa de papá.
Mi defecto esencial era querer comprender. Pero no comprender un poco. No. Comprender todo. Comprender por qué recibimos la luz de una estrella aunque ésta no exista más; por qué el código genético puede ser afectado por las radiaciones; por qué se dice que el hombre es un cosmos reducido y, que comprender al hombre permite comprender el Universo. En esa época yo leía, devoraba, soñaba, dormía con los libros. Me desesperaba que los libros se humedecieran bajo la ducha, único lugar donde no podía leer. ¡Cuántas veces me fui a la escuela sin calzado, porque el libro en el que estaba sumergido era demasiado apasionante! Me hubiera gustado ser un libro para leerme a mí mismo...
Cuando se trataba de hacerme un regalo, mis padres se sentían a la vez aliviados y torturados... El regalo debía ser un libro, pero ¿cuál? Mis padres sabían que yo vivía a través de ellos (¿habrán pensado alguna vez que los libros vivían a través de mí?). Y, por eso, la mínima decepción intelectual respecto del contenido de la obra se reflejaba en mi rostro como un reproche silencioso.
Una noche, cuando algo en mi conciencia dormía, vi o soñé un libro de cristal. Cada página contenía caracteres que parecían vivientes, que vibraban casi al ritmo de mi corazón. A medida que leía y me apasionaba, el libro se hacía cada vez más transparente. Era como si cada lectura le diera vida a una palabra y que ésta volara, libre, de la prisión del libro.
En cierta página del libro leí: “Atención, tú me lees y me das vida; contengo una frase que domina el tiempo y el espacio. Si una vez más das vuelta la página para violar los secretos que aprisiono, tu espacio y tu tiempo cambiarán. Cambiarás de mundo. Serás el único ser humano viviente en un planeta desierto. Tendrás una biblioteca que contendrá todos los libros escritos desde todos los tiempos.
Si le das vida a esta palabra, estarás condenado a leer todo, a comprender todo. Vivirás la eternidad suficiente para hacer este trabajo. Serás condenado al silencio, no podrás comunicarte con ningún ser, viviente o no. No habrá botella que puedas lanzar al mar, ya que ese planeta es un gigantesco océano y serás la única isla del planeta. Y yo soy esa isla desierta. Cuando hayas terminado tu trabajo la palabra morirá e irá sola a encerrarse en este libro, a disposición de todo ser humano que quiera leerla y darle vida. Piensa bien. ¿Quieres leer la palabra del tiempo, del espacio y de la inteligencia? Cuando hayas terminado tu trabajo, te reintegraré a tu mundo, a la misma hora del mismo día del mismo año. Habrás vivido la eternidad de la inteligencia en un segundo. Serás un extranjero en tu propia familia, en tu pueblo, en tu época, pero tú SERÁS. ¿Quieres leerme un poco más? Te doy un secreto suplementario, una clave para salir de esta espera...: “Soy una isla en un planeta todo océano”. Ésta es la clave. Ignórala y no terminará jamás el trabajo de comprender.
No sabría decir cuántos micro segundos tardé en leer “la palabra del tiempo”. Pero nunca en mi vida volví a dar vuelta una página tan velozmente. Y ahora ya comprendo dónde estoy.
Mi lugar de trabajo es una gran biblioteca, como una de esas bibliotecas antiguas. Debo subir una pequeña escalera caracol de madera tallada para llegar al balcón que rodea la habitación. Desde el suelo hasta el cielorraso, extendiéndose hacia lo alto, hay estantes y estantes de libros, y cada uno contiene una vida pronta a nacer. Sólo es necesario que se investigue a conciencia para darle vida.
Me siento en un cómodo sillón. Sus brazos y su respaldo de terciopelo rojo me permiten leer confortablemente. Mi escritorio es fantástico. Es de madera tallada, con miles de personajes. Cada vez que duermo un poco, me parece ver que los personajes han cambiado de lugar. Es un escritorio casi maravilloso, porque cada vez que abro un cajón, a la izquierda, encuentro la bebida que quiero cómo y cuándo la quiero y un cajón a la derecha me da las comidas, cómo y cuándo las quiero, excepto la tarta de manzanas.
Un gran fuego en una gran chimenea me permite pensar y quemar toda inquietud. No hay teléfono, televisión, radio, faro.
Ninguna ruta llega hasta esta extraña casa. Está separada del mar por un espeso bosque, por grutas, en los que nunca encontré ningún insecto, ni un animal. Esta casa parece haber sido puesta directamente sobre esta isla.
No se oye aquí ruido alguno, salvo el viento, a veces. Hasta la luna y el sol son extraños. Es cierto que son del mismo color que en el planeta del que vengo, pero aquí la luna aparece cuando tengo sueño y el sol sale cuando me despierto. He perdido la noción del tiempo porque no hay aquí ninguna clase de relojes. En un día que creemos de veinticuatro horas, tengo la impresión