Cómo aprender a aprender. Eric Barone

Cómo aprender a aprender - Eric Barone


Скачать книгу
que ha sido consciente como lo ha sido también la carta al marciano.

      El cerebro tiene, pues, una extraña propiedad: aprender conscientemente alguna información y después dejarla caer en una memoria tan profunda, que es automática. Y este conocimiento, este acto, no va a necesitar más que la conciencia intervenga para poder reproducirlo. ¡Qué alegría! ¡Mi cerebro casi explotó de placer! Acababa de descubrir una clave esencial para mi propio aprendizaje: la noción de automatismo. La inquietud del científico me turbó al instante. ¿Cómo vas a develar si este conocimiento es automático o no? Estaba tan preocupado por el problema que, sin darme cuenta, continuaba revolviendo el café con la lapicera... Estaba inventando conscientemente la carta al marciano, pero, como la conciencia es indivisible, dejé de hacerla cuando miré mi taza de café. En ese instante, transferí mi conciencia al acto que estaba realizando. En consecuencia, compruebo la existencia del automatismo cada vez que cambio el nivel de mi conciencia atendiendo a algo difícil, como hablar, mientras lo automatizado se hace solo.

      Como siempre me he creído un científico, quise verificar esto. Tomé mi máquina de escribir y empecé a copiar un texto en alemán, lengua que todavía no he aprendido a leer. Escribí sin comprender. Decidí sacar mi conciencia de ese acto para transferirla a un cálculo complicado: Cien menos cuatro más tres igual noventa y nueve, menos cuatro más tres, y así seguí. Yo contaba correctamente, pero, cada vez que me encontraba con el signo “igual”, necesitaba parar de contar para pensar en la tecla que debía apretar. Llegué a la conclusión de que todo el teclado de mi máquina de escribir menos este signo estaba automatizado. Escribí sobre una hoja de papel: Aprender es Automatizar.

      Y la orientación de mi búsqueda fue: cómo hacer para automatizar lo que quiero aprender. Es un problema tan amplio que te lo he escrito en otro capítulo. ¿Sabes que cuando un conocimiento no está automatizado, tiene trece inconvenientes que van apareciendo y, en el caso contrario, conlleva trece ventajas?

      Me transformé en un cazador de automatismos.

      ¿Cuándo aparece este extraño animal? Una noche estuve repitiendo la lista de proposiciones de Euclides de memoria para verificar el automatismo, mientras que, con mi mano izquierda, dibujaba en el espacio un cubo de tres dimensiones para bloquear mi conciencia. Euclides hubiera estado satisfecho con su alumno, pero mi último profesor de geometría no. En efecto, a menos que estuviera buscando la cuadratura del círculo, era asombrosa la cantidad de curvas que tenían los ángulos rectos y cada error se correspondía, evidentemente, con los mismos pasajes de Euclides en cada repetición. Ciertamente, la prueba de recordar y recitar me indicaba que yo sabía. Un profesor tradicional hubiera quedado conforme, pero un profesor de automatismos nunca. Este último me hubiese demostrado que, cuando recito una proposición de Euclides, no automatizada, no puedo conseguir liberar completamente mi conciencia de mis acciones musculares. ¿Cuál es entonces la consecuencia? Verás mis ángulos metamorfosearse en graciosas líneas curvas. Me hubiese sido útil tener claro, además, que “Automatizar es aprender más allá de aprender. El saber superficial se puede percibir, pero el automatismo invisible debe descubrirse”.

      Disgustado por la poca colaboración de mi memoria, que poco reconocía los esfuerzos que yo hacía para satisfacerla, decidí dormir. Después de pasar una noche-conciencia, me desperté tranquilo e irónico respecto de mi memoria y decidí probar una vez más a Euclides (perdón: a mi memoria de Euclides).

      Si un lector con problemas cardíacos hubiese oído mi grito en esos momentos ¡yo habría tenido la responsabilidad de una muerte intelectual más en mi conciencia! Has adivinado: el cubo era perfecto y Euclides, satisfecho. En una noche de sueño yo lo había automatizado completamente sin volver a trabajarlo. Deduje que no es la cantidad de trabajo la que provoca la memoria, sino solamente la organización del trabajo en relación con el sueño, y que algo en éste transformaba lo no automatizado en una grabación definitiva e indeleble en las hojas de la memoria.

      El investigador más torpe, lanzado sobre esa pista, hubiera dado sólo el paso siguiente: ¿Cuáles son las condiciones para obligar al sueño a trabajar más eficazmente y reducir el tiempo de memorización? Hubiese descubierto -lo mismo que yo gracias a los ensayos que hice- que cuanto más concentrada está la conciencia en el momento del estudio, tanto más disminuye el ciclo diario de trabajo alternado con sueño. Por eso, la lista de palabras extranjeras que tanto trabajo me había costado memorizar en diez días, se automatizaba ahora en tres, sólo porque aumentaba intensamente mi concentración en el momento de estudiarla.

      Tenía a la vez una gran velocidad de memorización más una gran virtud: sabía distinguir una palabra en la memoria superficial, destinada a evaporarse en poco tiempo, de una palabra en los cimientos, definitivamente automatizada (definitiva por estar automatizada).

      Seguí buscando, por si había algún otro secreto por descubrir antes de intentar leer verdaderamente toda esa biblioteca de eternidad. Como me aburría, cosa tan rara... decidí jugar. (Seguramente debía estar enfermo, porque jugar y aburrirme era, para mí, un caso grave, como un sacrilegio intelectual en el que corría el riesgo de frustrarme por navegar superficialmente sobre algunas valiosas páginas de lectura). Seguramente ustedes han de haber hecho alguna vez lo que hice yo: armar una pirámide de naipes, unidos de a dos por la parte superior, y separadas por la inferior y una tercera carta horizontal formando la base para el piso superior. Pero yo lo hice con libros. Opuestos abajo, unidos arriba... Así construí una pirámide de casi diez libros de altura. Quise sacar un libro del medio y, ya te imaginarás, se cayó todo. Evidentemente no lloré, sólo reflexioné...

      Así como cada libro tenía su lugar en esta pirámide, cada conocimiento tiene su lugar preciso en una pirámide de datos que aprendemos.

      Un dato complejo debe venir después de otros más simples que lo construyen, y cada dato simple es una síntesis de otros aún más simples. Por ejemplo, cuando una mano toca el piano (que es un acto muy complejo), el oído, la visión, el movimiento, la memoria, el espacio, el tiempo, se sintetizan para producir un sonido que entra, a su vez, en un compuesto más complejo, una obra musical, una partitura. El movimiento de la mano se compone del movimiento de la mano en sí misma, el puño, el antebrazo, el brazo, la espalda. Cada uno se realiza gracias a los músculos. Cada grupo de músculos está ligado al cerebro por los nervios sensitivos y motores, y cada fibra muscular tiene su correspondencia en el cerebro. Cada acción muscular, tiene su fuente eléctrica en un pequeño grupo de neuronas que están conectadas entre sí cuando están especializadas y buscan su alimento en una transformación química de la materia que las rodea.

      ¿Qué músico está consciente de todo lo que pasa al tocar una sola tecla del piano?

      Si falta uno solo de estos elementos, la pirámide se cae.

      Descubrí que era necesario ordenar los conocimientos según leyes precisas, en la forma de una pirámide en la que se va de los elementos más simples a los más complejos de la memoria. Se puede hacer aparecer la relación de prioridad (qué es necesario aprender primero) y la relación de filiación (qué reflejo está en relación con otros de los cuales procede)... ya que una mala memorización se transmitirá a todos los elementos de una misma filiación.

      De todo esto se pueden hacer aparecer las leyes de las formas que hay que respetar para expresar lo que se debe aprender.

      Cuando la forma del conocimiento se corresponde con la forma de asimilación de mi cerebro, es aceptado por éste en forma de ósmosis, como una forma cúbica que entra en un orificio cúbico de la misma dimensión. En caso contrario, es como intentar que entre un cuadrado en un círculo más pequeño.

      En cuanto a la filiación, si los conocimientos que quiero aprender están bien ordenados, respetando la pirámide lógica de su organización, debo progresar muy rápido, sin retroceder y sin sentir la impresión de un esfuerzo imposible. ¿Sabes cuál fue mi conclusión en ese momento?: que si sé cómo debe funcionar mi cerebro para aprender de 10 a 40 veces más rápido, ¿qué razones pueden obligarme a continuar aprendiendo lentamente?

      Me acordé de mis padres, de mis profesores, todos ellos convencidos de que el cerebro es lento para aprender y que comprende con dificultad. ¿No serían ellos quienes, involuntariamente,


Скачать книгу