Una universidad humanista. Milton Molano Camargo
de estas vías, ni las tres conjugadas, expresan plenamente la concepción lasallista de la Universidad, porque todas se dirigen a los individuos y a sus relaciones funcionales, que pueden seguir siendo “anónimas” y colectivas. Por eso es necesario una cuarta vía, que sobredimensione las anteriores, especialmente la (b) y la (c), en virtud de la cual cada miembro de la comunidad universitaria se relacione con los otros en cuanto personas; es decir, una modalidad en la que los integrantes de la comunidad universitaria se comuniquen, interactúen y se organicen en virtud del reconocimiento y del respeto a la dignidad personal de cada quien, cualquiera que sea la función o el nivel que tenga. Desde este punto de vista, el centro del quehacer educativo universitario es la persona humana.
Además, se trata del respeto a una dignidad personal que emana del hecho de ser hijos de Dios e imágenes suyas (este es un segundo sentido —más profundo— de pertenencia a la Universidad). Pero todos sabemos que estas ideas pueden quedarse en el nivel de las “buenas intenciones” o de un discurso que aspira solamente a “socializar” a un grupo, es decir, a uniformizar su comportamiento exterior. Para que sean una realidad, se necesitan a la vez decisiones fundamentales y decisiones elementales. De la interpretación que un individuo o un grupo tiene de sí mismo depende, efectivamente, lo que es y hace,{13} pero no basta con desearle, hay que quererlo y procurarlo. Se requiere propiciar una autoevaluación honesta para determinar cuál es la vía que “de hecho” está propiciando la Universidad en sus relaciones interindividuales. Se requiere, tal vez (según esa autoevaluación, a la luz del ideal de la fraternidad), hacer cambios en la organización y en el enfoque de la administración (por ejemplo, en la comunicación, en el control y en la evaluación) pero, ante todo, cambios en las actitudes, en los usos y en las costumbres, empezando por los más elementales de la persona, como son los que se relacionan con las buenas maneras y la urbanidad. Máxime, cuando la Universidad es el ámbito de la cultura.
No se trata, ciertamente, de reducir abusivamente la cultura —entendida en sentido filosófico— a las buenas maneras y a la cortesía, pero estas dos últimas son una manifestación tangible de una cultura superior, como debe ser la que corresponde a la Universidad. La ausencia de estas manifestaciones revela, bien falta de cultura, o inautenticidad en esta. Y en esto no cabe excusarse con pretextos de exigencia y de rigor académico y administrativo, o de “modos de ser”. ¿Acaso ha perdido vigencia el principio de que lo cortés no quita lo valiente? Ciertamente hay “situaciones de situaciones”, pero no se puede considerar la excepción como norma. Aún más, las buenas maneras y la urbanidad son igualmente la manifestación tangible más elemental de la caridad. “La caridad es longánima, es benigna; no es envidiosa, no es jactanciosa, no se hincha, no es descortés, no busca lo suyo, no se irrita, no piensa mal; no se alegra de la injusticia, se complace en la verdad; todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera”.{14} El propio señor de La Salle lo enseña en estos términos:
[...] como no hay acción en vosotros que no deba ser santa, según dice el mismo Apóstol (Fil. 4,8), no puede haber acto alguno que no esté inspirado por motivos puramente cristianos; y así, todas nuestras acciones externas, las únicas que puede regular la cortesía, deben siempre tener y llevar consigo, cierto carácter de virtud.
[...] Y al vivir así como cristianos auténticos, con modales exteriores conformes a los de Jesucristo y a los que exige su profesión, se les distinguirá de los infieles y de los cristianos de nombre, como cuenta Tertuliano que se reconocía y diferenciaba a los cristianos de esa época por su exterior y su modestia.{15}
Se puede argumentar que los tiempos han cambiado, pero también habían cambiado desde Tertuliano hasta el siglo XVII, y —lo que es más serio— las razones cristianas del argumento del señor De la Salle siguen teniendo validez. El Espíritu es una realidad encarnada, se manifiesta, aun cuando las formas y expresiones exteriores cambien de época a época y de lugar a lugar.
Es claro, de todas maneras, que la cultura —en todas sus manifestaciones, elementales o complejas— es una obligación del lasallista en la Universidad, por razón, bien de la naturaleza de esta institución, bien de su concepción cristiana o de su especificidad lasallista.
Pero volvamos a la fraternidad. La experiencia de la “versión hacia los otros como personas” es la base adecuada para una vivencia genuina de fraternidad y, tanto aquella versión como esta vivencia exigen, como queda dicho —más que una organización—, un “ambiente”.
Un ambiente es —en una de sus acepciones más elementales y de uso popular— “un compendio de valores naturales, sociales y culturales existentes en un lugar y un momento determinados, que influye en la vida material y psicológica del hombre”,{16} este compendio se expresa en gestos, signos, usos y costumbres, por consiguiente —con el respaldo de condiciones estructurales y administrativas adecuadas—, en la Universidad se necesita un ambiente personalizado y de fraternidad.
Un ambiente se puede cambiar y se puede crear, para ello es necesario producir un clima adecuado. Y un clima es un estado emocional, compartido por un grupo, que surge como resultado de una o de varias expectativas planteadas y que el grupo espera ver satisfechas (o que ha visto frustradas). Se requiere un clima propicio para poder tener un ambiente personalizado que ofrezca actitudes, organización, programas, procesos y hechos efectivos; a la vez, un ambiente efectivo produce un clima determinado, que puede ser de frustración, de inconformidad y hasta de violencia, o de satisfacción. Por eso, crear un clima propicio al ambiente personalizado y a la fraternidad, y satisfacerlo con un ambiente efectivo, es contribuir a una educación para la paz.
El espíritu de fe es el núcleo de donde emanan los valores lasallistas y su razón de ser. El propio san Juan Bautista De La Salle lo definió como “un espíritu que se regula y se conduce en todo por máximas y sentimientos de fe tomados particularmente de la Sagrada Escritura”,{17} es decir, una vida y un conjunto de actitudes y comportamientos orientados por el Evangelio.
Aún más, el señor de La Salle enseña que el espíritu de fe es dejar obrar en nosotros el Espíritu Santo,18 lo cual adquiere especial significado en este momento cuando Juan Pablo II vuelve a llamar la atención sobre el Espíritu Santo{19} quien, según el papa, es vida, es “verdad” y “piedad”, en medio de este mundo en el que dominan las fuerzas de la muerte y del materialismo, del engaño, de la mentira, y las fuerzas de la impiedad.
De La Salle todavía precisa más el concepto de espíritu de fe, en el conocido texto de las Reglas en el que afirma que consiste en “no mirar nada sino con los ojos de la fe, no hacer nada sino con la mira puesta en Dios y atribuirle todo a Dios”.{20}
Este texto, muy dentro del estilo de la espiritualidad del siglo XVII, ha sido traducido a la mentalidad de nuestra época por el propio Capítulo General (Declaración sobre el Hermano en el Mundo Actual) y por conocidos estudiosos del lasallismo, como los hermanos Michel Sauvage y Miguel Campos.21 Veamos su sentido en la Universidad:{22}
No mirar nada sino con los ojos de la fe, es decir,
“mirarlo todo con la óptica de la fe”
Para el señor de La Salle esto significaba, por una parte, la exclusión de otras ópticas, a saber: mirar con los ojos de la carne, con los de la naturaleza y con los de la razón. En nuestros días y en nuestra Universidad, este criterio corresponde a una perspectiva axiológica en la cual lo principal no puede ser la comodidad o el hedonismo, la preocupación por el tener, el afán de poder o la funcionalidad y la eficiencia administrativa, ni siquiera el “saber por el saber”.
¿Qué es lo primero, lo fundamental para la perspectiva axiológica lasallista? La óptica de la fe. Pero surge, entonces, una inquietud muy común en varios ambientes. ¿No se opone esta primada de la fe a la naturaleza misma de la Universidad, que se ocupa de la cultura, de la ciencia y de la tecnología? ¿No riñe esa óptica con la libertad inherente a la propia Universidad y a la investigación?
La respuesta a estos interrogantes conlleva inevitablemente la necesidad de responder otros, como por ejemplo: ¿cuál es el sentido de la ciencia, de la tecnología y de la cultura, y cuál el significado de la libertad y de la investigación? (los cuales no caen bajo el propósito