Del abismo a la luz. Miguel Ángel Nuñez
valor. Si al menos muriese, todo este dolor intenso que siento se iría. La gente que me ve solo observa a una ramera, sin detenerse a pensar quién soy en realidad. Vida fácil; qué sencillo decirlo, y qué sinsentido. Nadie sabe cuán difícil es esto y cuán complicado es salir una vez que se ha entrado; es una forma de suicidio lento, tortuoso, fatalmente certero que nos va minando por dentro, que nos va quitando las ganas de vivir, de luchar y de enfrentar la vida. Si al menos tuviese el valor iría hasta la parte más alta del muro y desde allí me tiraría; pero nunca he podido dar un paso en esa dirección. Es como si algo me detuviese y fuera más fuerte que yo.
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Uno debería nacer con un mapa y una serie exacta de instrucciones... solo así podría tener esperanza de llegar a buen puerto. Pero, ¿qué puerto? Sin tan solo tuviese la oportunidad de nacer de nuevo, si tan solo tuviese otra oportunidad.
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Hay algunos hipócritas que se comportan como si lo supiesen todo y ellos fueran tan santos que nada se les escapa. ¿Qué dirían si supieran quién soy?
A veces siento que tengo cien años. Me miro en el espejo, y aunque mis carnes son duras, firmes y lozanas, las veo arrugadas, sueltas y pálidas; siento que en mí habitan dos personas.
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No todos los clientes que vienen quieren tener relaciones sexuales. Algunos solo vienen por un poco de cariño, y pagan para que alguien los escuche. ¡Qué terrible! Sería preferible estar muerto. ¡Pagar para ser oído! Me dan lástima; cuando se van, me quedo deprimida, porque en el fondo yo también quisiera pagar para que me oyesen, pero ¿quién va a oír a una prostituta? La gente pasa por la calle, y nos ve sin vernos. Para la mayoría de las personas no existimos.
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La maldita noche se aproxima. Hay en ella un dejo de crueldad. La oscuridad esconde las más terribles pasiones. El desenfreno se viste de negro. En el día, muchas veces me siento libre, pero cuando se aproxima la noche se qué es lo que va a pasar. Seré esclava de otros. Alguien poseerá mi cuerpo, y seré una carcajada en la boca del averno, y la tierra reirá de mi desgracia, y el sexo tomará posesión de mí y mi cuerpo se mecerá al ritmo de la locura.
¡Maldita noche! ¡Maldita, maldita! Debería ser siempre de día.
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Hay hombres que vienen y actúan pensando como si el sexo así nos gustase. Nunca he sabido qué es sentirse amada. Nunca he conocido un abrazo amante de alguien que me quiera realmente. He aprendido mil y una formas de dar placer, pero el amor debe ser algo más, sino ¿por qué razón nunca he tenido paz?
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¿Podrá perdonarme Dios? Tal vez los pecados de una ramera no sean nunca perdonados.
¿Quién sabe? Tal vez Dios nos usa como ejemplos para que otros vean hasta dónde se puede llegar cuando se deja la senda correcta.
¿Podré perdonarme algún día? Siento que llevo sobre mis espaldas una gran piedra atada que no me abandona. Si tan solo pudiese olvidar, eso al menos constituiría un descanso, al menos podría dormir en paz sin esas terribles pesadillas que me asaltan y devoran.
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A menudo observo a una mujer que vive junto con sus hijos y su esposo frente a mi casa. Cuando me mira, ciertamente hay desprecio en su rostro. Nunca hemos hablado, mantenemos distancia, su voz no me toca, sus ojos solo me desdeñan.
Para algunos, la vida es simple. Lo bueno está en nosotros y lo malo en el vecino. Mientras no crucemos la calle, aparentemente todo está bien. Siendo buenos, nada debemos temer. Pero es tan sutil la distancia que nos separa a esa mujer y a mí... bastan solo un par de pasos.
¡Cuánto daría por estar en su lugar! Correr tras los hijos. Reír de su risa. Acariciar su pelo. Buscar su voz en la multitud. Saber que alguien en un lugar me espera. ¡Qué sensación más agradable! ¡Qué alivio! Sería hermoso. Pero es otro más de mis sueños ilusorios.
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Hoy, en la plaza, vi a un anciano maestro que estaba enseñando a un grupo de niños. Las criaturas escuchaban con atención esas historias. Quise ponerme a los pies de aquel viejo sabio para saber qué enseñaba, pero supongo que las madres de algunos pequeños se escandalizarían.
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Cuando uno tiene todo, no sabe lo que no tiene. Hay algunos que viven como si todo lo que tuviesen fuese definitivo. No saben lo frágil que puede ser la existencia humana, cuán rápidamente se puede perder todo e irse por la borda sin que nos demos cuenta o no tengamos tiempo de reaccionar.
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Cuando era niña, mi madre me contaba historias. Ella decía que un hombre venerable vivió por estas tierras hace muchos años, y que lo guiaba un Dios diferente, alguien que no necesitaba sacrificios humanos ni nada de eso. Se conformaba con algún cordero ofrecido en algún altar de piedras, y era suficiente. Ella me decía que alguna vez estas tierras serían conquistadas por la gente de ese anciano que hablaba en nombre del Dios del cielo y de la tierra. Quisiera haber oído más de esas historias...
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El anciano de la plaza parece cansado. Cuando en las mañanas la ciudad aparece llena de borrachos y hombres y mujeres semi desnudos, se le nota en el rostro el asco que siente por todo eso. Me pregunto: “¿Por qué estará por aquí?”
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Ser feliz parece ser el precio de la vida plena; sin embargo, a mí me hace falta algo más concreto. La seguridad de que mañana tendré algo para comer no me satisface. Sé muy bien cómo obtener dinero para comida. Algunas personas creen que satisfacer el hambre es lo más importante, pero ¿qué hay del amor, de la ternura, de la seguridad, de sentirse aceptada y valorada? ¿Hay algo más importante que eso? Si alguien me dice que algo importa más simplemente lo creo mentiroso, no tiene idea, no sabe lo que es llorar en silencio mientras otra persona saca placer de tu cuerpo, no tiene idea de que el mendrugo que te llevas a la boca tiene un sabor tan amargo. Vivir no es sobrevivir; es algo más profundo, algo que tiene un significado distinto. ¿Qué será? Quisiera con todas mis fuerzas encontrar la clave para vivir, no solo sobrevivir.
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Hoy he escuchado del anciano que hace mucho tiempo vivió por estas tierras un hombre llamado Abraham, quien era hijo de Dios, del Creador, y que alguna vez toda esta tierra volverá a ser de su descendencia. Son las mismas historias de mi madre. Habla con mucha convicción, como si temiese que algo fuera a pasar. Qué extraña es la vida cuando uno sabe algo que los demás ignoran. Pareciera que adquirimos un poder que nos pone por sobre los demás. Tal vez este hombre no sea más que un charlatán. ¿Quién podría contra Jericó y todas las ciudades de Canaán?
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Tengo ganas de vivir. Siento que me estoy muriendo lentamente. La vida así no tiene ningún gusto para mí. Hoy he visto un ave que se ha posado en mi ventana; era una avecilla migratoria. Tuve deseos de hacerme pequeña y subirme sobre sus alas y volar, volar muy lejos, salir de esta prisión y poder gozar de una libertad que nunca he tenido.
¿Por qué habré nacido mujer? Si al menos hubiese tenido la oportunidad de escoger. La vida no es justa: los hombres gozan de privilegios que nunca una mujer podrá tener. Me cuesta creer lo que dice el anciano: un Dios creador, justo, bueno, que nos ama. ¿Y por qué hizo la vida tan injusta? Mujeres, esclavos y siervos, ¿quién entiende este orden? Solo el que manda es libre, los demás son simplemente lacayos de sus deseos. Tengo rabia contenida; sería capaz de gritar y de hacer daño a alguien si pudiera.
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La mujer es la gran chiva expiatoria