Libertad de expresión: un ideal en disputa. Owen Fiss

Libertad de expresión: un ideal en disputa - Owen  Fiss


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sostiene que los ciudadanos formamos nuestras preferencias políticas con base en las opciones que conocemos. Si conocemos menos opciones, formaremos nuestras preferencias a partir de un conjunto limitado de posibilidades. La tradicional prohibición de la censura se justifica en la necesidad de que ninguna opción de idea, información o argumento nos sea vedada, pues eso nos impediría formar nuestras propias ideas en libertad. Si bien los autores de la corriente progresista o liberal ofrecen este argumento en relación con la formación de las preferencias políticas, este también es aplicable a la formación de todo tipo de preferencias, incluso aquellas que se vinculan con el diseño e implementación del plan de vida individual de la persona. La visión de Balkin sobre el desarrollo de la cultura democrática y su relación con la libertad de expresión en un sentido amplio refleja este punto33. Nuestro rechazo a los gobiernos autocráticos o autoritarios que censuran perspectivas es justamente un rechazo no solo a la imposición de límites a la libertad de los que se expresan, sino también a la imposición implícita de un límite a la libertad de aquellos que necesitamos conocer ese punto de vista para formar nuestra preferencia política.

      En los últimos años, salvo algunas contadas excepciones, las democracias liberales, y en particular las de América Latina, no han recurrido abiertamente a la censura de ideas, información, perspectivas o argumentos, sino que han echado mano a mecanismos encubiertos de silenciamiento, activados tanto por el gobierno como por particulares. Desde el lado del gobierno, por ejemplo, un caso que se repite en la región y en algunos países de Europa del Este, es el recurso a la distribución de la publicidad oficial —la compra de espacios para publicidad por parte del propio estado— como mecanismo silenciador de expresiones críticas del propio gobierno. Este problema se agudiza y es particularmente grave desde el punto de vista del autogobierno en aquellos contextos en los que hay poca o nula actividad económica en una determinada jurisdicción, un municipio, provincia o estado subnacional —como sucede en Argentina o México, donde la publicidad oficial es la forma predominante que utiliza la mayoría de los medios de comunicación, sobre todo los medianos o pequeños, para financiarse—. La casi completa discrecionalidad del gobierno para cerrar contratos de publicidad con periodistas o medios de comunicación, encubierta bajo la forma de una decisión basada en una supuesta eficiencia comunicacional al establecer dónde es mejor comprar espacios publicitarios y por cuánto dinero, conduce a que este poder de asignación de recursos públicos se vuelva un eficaz mecanismo de silenciamiento. Se compra publicidad en los medios amigos y se retira o no se compra en los medios críticos. Cuando los medios no pueden recurrir a fondos privados de empresas que compren publicidad, quizá por baja o inexistente actividad económica, el poder de manipulación del Estado sobre la prensa es total. Los medios críticos deben dejar de serlo o cesar su actividad. Así lo entendieron las cortes supremas de Argentina34 y México35 y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos36. La censura no solo puede operar de forma directa —por medio de prohibiciones—, sino que puede ser indirecta, por medio de mecanismos, en este caso económicos, que fuercen la autocensura o el silenciamiento de medios críticos que prefieren callar antes de ver cerrar sus oficinas. Esas voces silenciadas por la acción estatal limitan las opciones que los ciudadanos tienen para formar en libertad sus preferencias y así lograr el autogobierno.

      Una dinámica similar se puede dar con acciones de particulares. Si los anunciantes son pocos, entonces sus aportes se tornan imprescindibles para solventar los costos de un medio de comunicación y adquieren un enorme poder para silenciar o manipular la expresión que llega al debate público. La discusión sobre la capacidad de las redes sociales y el poder de plataformas como Facebook o Google para silenciar voces37 y la posible atribución estatal para poner límites a sus decisiones respecto del contenido que circula por ellas atañen precisamente a este crucial problema y al futuro de la democracia, sobre todo en su variante deliberativa38. Empresas petroleras que no desean que se debatan cuestiones relacionadas con el medio ambiente o anunciantes que comulgan con una religión y no compran espacios de publicidad en medios que permitan la expresión de una agenda que contradice sus creencias son otros ejemplos recurrentes en el mismo sentido. Una vez más, estos actores pueden limitar la exteriorización de opciones de ideas, información, argumentos y perspectivas que podrían ayudar a los ciudadanos a ser más libres al momento de formar sus preferencias. El caso de los anunciantes privados, sin embargo, es más complejo que el del Estado cuando ejerce su facultad de comprar espacios publicitarios. No es posible obligar a los particulares, individuos o instituciones, a comprar publicidad o a continuar haciéndolo, pero la ausencia de anunciantes en medios que desean poner en conocimiento del público ideas diferentes a las que estos últimos apoyarían podría justificar algún tipo de política pública que haga posible esas expresiones —medios estatales de comunicación, subsidios a productoras, entre otros— sobre la base de una necesaria relación robusta entre democracia y libertad de expresión.

      En suma, el proceso de formación de preferencias supone la autonomía de las personas, pero podría haber razones paternalistas para evitar las distorsiones de esos procesos que afectan esa autonomía haciendo que los individuos tomen decisiones contra su propio plan de vida por falta de información o por contar con información falsa. Una vez más, parece haber algunos puntos de contacto entre la teoría democrática de la libertad de expresión y la populista, sobre todo en lo que respecta a la necesidad de intervención estatal para lograr que las personas formen sus preferencias libremente ejerciendo su autonomía. En este sentido, Balkin afirma que “los argumentos progresistas/republicanos habituales a favor de la regulación de emisoras, cable y satélite pueden y deben ser reformulados en términos de la perspectiva más populista de promover la cultura democrática”39. Nótese que el autor se refiere a la necesidad de reformulación y no de abandono de la regulación, pues el ejercicio de la libertad digital que promueve esa tesis es instrumentalizado en pos del desarrollo de la cultura democrática en un sentido similar a como la tesis progresista/liberal instrumentaliza la autonomía en pos del buen desarrollo de la deliberación democrática y el autogobierno ciudadano.

      Además de las amenazas originadas en la inundación de información falsa, el proceso de formación de preferencias políticas se encuentra hoy severamente afectado también por la radicalización de la polarización política. Este no es un fenómeno nuevo, pero el grado de virulencia que está alcanzando en varias de las democracias liberales del planeta empieza a generar una preocupación sin precedentes a la vez que se ve acompañada de una marcada impotencia para revertirla. Los efectos nocivos que esta extrema polarización tiene sobre la deliberación pública representan un severo riesgo a la supervivencia del ideal de autogobierno, pues impactan sobre el proceso de formación de preferencias con las características propias que este requiere para poder contribuir a la autodeterminación colectiva. Esta espiral hacia una mayor polarización política podría estar relacionada con el modo en que ejercemos la libertad de expresión o en que nos expresamos en el debate público, sobre todo a partir del surgimiento de la internet como plataforma alternativa a los grandes medios de comunicación de masas del siglo pasado.

      Estos medios del siglo XX desempeñaban un papel crucial para el ejercicio de la libertad política, ejercicio que tenía dos características centrales. En primer lugar, estos medios operaban como un espacio de intercambio y convivencia en un arco más o menos amplio de diversidad. Un mismo canal de televisión exhibía diferentes programas —noticieros, películas, documentales, entre otros— incluso con diferentes enfoques y perspectivas entre sí. Un mismo programa, un noticiero, por ejemplo, podía ofrecer una más o menos amplia gama de visiones, información y opiniones. Es cierto que los canales de televisión o los periódicos tienen una línea editorial que de algún modo ilumina ciertos contenidos y desplaza o excluye otros, pero dentro de lo que esa línea editorial marca, existe casi siempre cierta diversidad de opiniones y de información. Cuando el sesgo y la exclusión resultan muy radicales, los estados han intentado o intentan mecanismos que fuercen un cierto grado de diversidad, como sucedió con la denominada “doctrina de la equidad” (fairness doctrine) aplicada por la Comisión Federal de Comunicaciones en los Estados Unidos en la década


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