El latido que nos hizo eternos. Mita Marco
te digo, obrerucho barriobajero? ¡Que te puedes pudrir! —Lo señaló con el dedo índice, con actitud altiva—. Lo último que quiero es mezclarme con gentuza como tú.
—¿No me digas? ¿Qué haces ahí, entonces?
—¡Quería ser amable con la servidumbre! —soltó de forma peyorativa—. Aunque, está visto que no tenéis la suficiente clase como para continuar con una conversación decente.
—¿Y por qué no te largas ya?
—¡Tú no eres nadie para decirme lo que tengo que hacer! —exclamó fuera de sus casillas—. ¡Limítate a trabajar, que para eso se te paga!
—Eso estaba haciendo hasta que llegaste a dar el coñazo —bufó cansado de aquella estúpida situación y de la insoportable hermana de Robles.
Amanda abrió los ojos por lo que acababa de decir aquel desgraciado. Apretó los labios y lo miró en silencio, como si quisiese deshacerlo. Dio media vuelta y caminó hacia el pinar. Por nada del mundo iba a quedarse con ese imbécil. Prefería encerrarse en la casita del árbol y pasar el día alejada de gente tan impresentable como él. ¡Y eso es lo que haría! Se sentaría en la mecedora, cogería el diario y olvidaría que alguna vez se cruzó con ese jornalero.
25 de octubre de 1903
Querido diario:
La pasada noche conocí a mi futuro esposo. Tal y como prometió madre, Pedro Rivera es un hombre apuesto y de buena familia. Apenas crucé un par de palabras con él, sin embargo, fueron suficientes como para darme cuenta de que ese caballero no es el que hubiese elegido para compartir mi vida. Si bien es cierto que tiene porte de galán y muy buena apostura, su comportamiento déspota con los sirvientes y su abultado ego no me permitirá verlo como alguien a quien pudiese amar.
No obstante, padre está encantado por la unión. Dice que pronto se celebrarán las nupcias y que mi soltería terminará. Deberé ejercer como dueña y señora de su casa y ocuparme de todas esas cosas para las que nos instruyen a las mujeres.
Rosa y madre están felices. Piensan que es el hombre ideal, que cualquier mujer desearía estar en mi lugar, pero yo no lo creo. Cuando eso ocurra, mi vida será vacía, encerrada en aquella otra plantación donde no conozco a nadie. Me sentiré sola y mi familia no estará para animarme. Sé que es mi deber hacerlo, y también que ninguna buena señorita osaría a oponerse a semejante unión, así que, continuaré guardando silencio y reservando todo mi amor para el momento en que Dios me bendiga con un hijo.
Desde que llegué a La Gomera, he estado afligida y melancólica. Si bien es verdad que es una bella plantación, la soledad de la que está rodeada me hace desear regresar a mi preciada Ciudad Real.
Padre, que es una persona de lo más perspicaz, se ha percatado de mi estado de ánimo e intenta que me mantenga ocupada. Es un hombre bondadoso y, aunque jamás podré perdonarle del todo nuestro cambio de vida, sé que ama a su familia y haría lo que fuese por ella. Tanto es así, que mandó construir una pequeña casa en uno de los pinos de la propiedad, para Rosa y para mí. Sin embargo, a mi pequeña hermana apenas le interesa, así que la he convertido en mi refugio. En el lugar al que acudo cuando la tristeza me golpea y recuerdo mi maravilloso pasado. Quizás, jamás consiga volver a sonreír como lo hacía antes, pero, allí, en aquella casa en las alturas, fantaseo con un mundo mejor, con una existencia plena en la que nadie, excepto yo misma, decide lo que tengo que hacer con mi vida.
Oliver estuvo gran parte del día pensando en el encontronazo con la hermana de Robles. Si bien era verdad que esa mujer lo sacaba de sus casillas, y lo hacía desear partirle el cuello… por otro lado, notaba cómo su sangre hervía cada vez que discutían, y eso lo hacía sentirse un poco más vivo. Era tan extraño notar que el embotamiento de su cabeza desaparecía cuando ella estaba presente… Ese reto constante, esas ganas de intentar ser más inteligente que ella y fundir sus comentarios mordaces a base de ingenio.
Llevaba más de dos años viviendo en una burbuja, en su mundo interior. Cometió un error imperdonable en el pasado y no se merecía ser feliz. No obstante, esa mujer conseguía que todo su cuerpo le prestase atención.
Era una niña mimada. La persona más pomposa y repelente del mundo, que trataba a los trabajadores como a inferiores. Pero, aun así, no podía evitar que la sonrisa curvase sus labios al recordar sus pullas. Amanda Robles no era una mujer bonita, al menos no era la belleza clásica que las modas ponían de modelo. Era llamativa. Sí, esa era la palabra. Su cabello castaño, sus ojos grandes, rasgados y marrones, sus labios demasiado finos, su piel nívea y su cuerpo delgado y sin demasiadas curvas. No había en ella nada que llamase la atención, ni que fuese demasiado atrayente, sin embargo, esa lengua viperina y su forma de actuar, era para él como un trozo de hierro imantado. Le gustaban las personas difíciles, pues él mismo se consideraba una. Eran todo un misterio y, por eso mismo, siempre intentaba no acercarse demasiado a ellas.
Con Amanda, aquello no iba a ser un problema, pues después de su última pelea no iba a querer estar a menos de cien metros de él.
El capataz fue hasta su lado cuando la noche estaba a punto de caer. Había sido un día largo y duro, y su cuerpo necesitaba un descanso.
El viejo Antonio le puso una de sus manos callosas en el hombro, y le sonrió.
—Buen trabajo, chico, hoy te has ganado el sueldo. Se nota que quieres aprender y que te esfuerzas por hacer las cosas bien —lo felicitó—. Si sigues así, pronto te explicaré todo lo relacionado con el cultivo de la planta.
Oliver alzó una ceja y se limpió el sudor de la frente.
—¿Tanto misterio hay en la siembra de los plátanos? Plantas el bulbo y lo dejas crecer, ¿no?
Antonio rio.
—Es mucho más complicado que eso. Hay que asegurar que el drenaje de la tierra sea el óptimo, eliminar la vegetación periódicamente, conseguir un buen apuntalamiento para contrarrestar el peso de la planta, cubrir los plátanos con bolsas para proteger de las plagas, y todo lo relacionado con el desmane, el abono y la fumigación.
—¿Todo eso para conseguir unos putos plátanos?
—Sí, además, tendrás que aprender a reconocer las diferentes especies que cultivamos.
—¿Aquí cultiváis más de una?
—En El árbol se cultivan dos variedades: la Gran Enana y la Brier.
—¿Tenéis muchos compradores? —preguntó interesándose por los negocios de Alberto Robles.
—Tenemos los suficientes como para poder salir adelante.
—O sea, que el negocio no va tan bien como parece —comentó como si nada, pero pensando en la otra fuente de ingresos de su patrón. Estaba claro. Robles utilizaba la venta de plátanos como tapadera.
—El plátano nunca ha sido un negocio demasiado lucrativo. Hemos tenido buenos años, pero por lo general, si no hay pérdidas, podemos estar satisfechos.
Cuando Antonio se despidió de él hasta el día siguiente, Oliver se enclaustró en su habitación. Comió algo que se preparó en la cocina comunitaria, habló con sus superiores sobre el nulo avance de la investigación.
Estuvo pensando en lo que hacer para lograr acercarse al narco. Era prácticamente imposible cruzarse con él, apenas pasaba tiempo en la plantación, y cuando lo hacía siempre iba acompañado por Antonio u otro hombre al que no conocía de nada, y al que debía investigar también, pues, podía ser que la clave estuviese ahí.
No había forma de enterarse de asuntos jugosos, porque los trabajadores nunca hablaban directamente con el patrón. Cualquier duda que pudiesen tener se la comentaban a Antonio y el viejo se la trasmitía al magnate.
¿Qué podía hacer para lograr avanzar? ¿Qué se le estaba escapando? El otro agente infiltrado estaba en su misma situación. Hablaba poco con Mauro para no levantar sospechas, sin embargo, se lo confesó una noche cuando coincidieron en la cocina de la casa de empleados. Robles