Cura de espantos. Ramón López Reina

Cura de espantos - Ramón López Reina


Скачать книгу
tratándose sin duda del arroyón cercano al callejón de Urbina, donde los niños se asomaban con cierto miedo para ver las aguas sucias correr.

      No en vano, ya en las crónicas de Washington Irving se describía este arroyón como un foco de infección de enfermedades, como el temido cólera o la mismísima peste. Un arroyón que bajaba desde la calle Nueva y desembocaba en la misma calle Fresca en su madrevieja a medio embovedar. Corrían por él todo tipo de inmundicias, incluyendo animales muertos como carneros, cabras y burros, que causaban grandes y pestilentes atascos, que no favorecían la salud pública para nada.

      También hemos de señalar el hecho de que en dicha calle el conde de Urbina sufrió un «destierro» dentro de su palacete, con miras a tan solo un arroyón pestilente e insalubre.

       Se dice que la zona del arroyón nunca tuvo muchos vecinos, porque daba a las partes traseras de distintos conventos. Algunos autores defienden que su nombre le viene dado por la existencia de cierto burdel cercano a la calle Belén, convirtiéndose así en «la calle de la Fresca». No terminaré este artículo sin apreciar que en mis tiempos de colegial La Moraleda solía ser un lugar para peleas entre niños, de ahí el clásico de «a las 5 en La Moraleda», que muchos recordarán, así que en alguna medida podríamos atisbar como quizás esta calle pudiera atraer la violencia y ser considerada un punto «caliente» dentro del terreno mistérico.

      Cuatro monjas y un demonio

      Ganas tenia de abordar este tema tan terriblemente atrayente que compete a monjas o religiosos, supuestos encuentros o posesiones demoniacas en los conventos y, sobre todo, sexo y pasiones desatadas que están presentes como hilo conductor de tales historias. Cuando algunos lean esto, se llevarán las manos a la cabeza y casi que me tildarán de hereje para mandarme al destierro. No sé por qué no incluí algún artículo de tal índole en mi anterior libro. Quizá sea ahora cuando mi énfasis es más notorio, porque en otra ciudad están haciendo conocer estos hechos no con mucho rigor documental o monumental, cayendo cuanto menos en un desconocimiento del patrimonio arquitectónico eclesial en Antequera.

      Tendremos en cuenta que del siglo XV al XVII, la sociedad era brutalmente azotada por el hambre, las guerras, la miseria y las epidemias, por lo que una buena opción para remediar tales males en las familias era recluir a las jóvenes y niñas en conventos donde por lo menos tendrían cama y algo de sustento. Bajo ningún reparo eran ingresadas en la congregación en contra de su voluntad. El día a día de la vida monacal era durísimo para estas jóvenes. En ellos era habitual la abstinencia, el rezo continuo, el aislamiento, las autotorturas, la separación de sus familiares, etc., así que no es extraño pensar que tales monjas no buscaran por medios mágicos una fuga a tal estado de sin vivir en reclusión. Por ello, cuatro monjas del convento de Santa Eufemia (doña Ana de Ávila, doña Catalina de Godoy, doña Rufina y doña Margarita de Jaramillo) planearon buscar alguna fórmula secreta o invocación sobrenatural para poder verse con sus amantes sin que estos fueran advertidos y poder adentrarlos en sus celdas para mantener relaciones sexuales con ellos.

      Encerradas en su convento en la más estricta clausura, decidieron pedir ayuda a la lavandera para que les consiguiera alguna hechicera capaz de tales trabajos; de esta forma, la lavandera buscó a una gitana, cuyo nombre era María de Quiñones, apodada la Marquesa, quien no dudó ni un momento en estafar a las lujuriosas monjas con un ardid de supuesto pacto diabólico.

      María de Quiñones se reunió con las monjas y les dispuso que, bajo unos contratos que tenían que firmar para el demonio y una importante cantidad de dinero, verían su fantasía hecha realidad. Las monjas aceptaron con su rúbrica aquellos documentos previo preparo de la astuta María para dar al traste con la estafa. Aquella misma noche la gitana bajo unos aspavientos, improperios y alguna que otra dramatización consiguió convencerlas. Sin tener la más mínima intención de invocar al demonio, cautivó toda la voluntad de las monjas incautas. Tanto fue así que una de ellas, Ana de Ávila (no sé si por el efecto de la sugestión o por el ardor de ver cumplido su instinto más básico) soñó que había fornicado con un hombre alto y esbelto, hecho reforzado al despertarse, donde la monja no supo discernir entre sueño y realidad, y creyó encarecidamente que había mantenido una relación con el mismísimo diablo.

      Pronto todo el convento se hizo conocedor de tal lujuriosa acción y entre los muros del mismo no se hablaba de otra cosa que no fuera que doña Ana de Ávila había sido violada por un demonio. Los hechos fueron advertidos por el tribunal del santo oficio que mando investigar los hechos en la más oculta discreción, para que no fuera mal mayor. Se sabe que el caso, aunque parezca bizarro, no tuvo mayor importancia para los inquisidores que desestimaron el caso de las cuatro monjas, que serían castigadas con azotes dentro del convento ante poder notarial, mientras que a la hechicera María de Quiñones se le impuso la pena del destierro por cuatro años.

      Más información:

       MARTÍN SOTO, R.: Magia e Inquisición en el antiguo Reino de Granada. Málaga. Editorial Arguval, 2000.

       Monjas endemoniadas. Revista Año Cero.

      * Según el historiador Antonio Parejo Barranco, en Historia de Antequera.

      Días por vivir

      Se le saltaban las lágrimas, emocionado, a aquel testigo del misterio, un niño pastor al que en las horas oscuras se le apareció aquella presencia que le guio en las tinieblas, todo por leer su especial caso en mi anterior libro, La noche de los asombros: un hombre de edad avanzada que, al leer este capítulo, volvió a recordar su experiencia como si el tiempo apenas hubiese transcurrido, así que me instó a conocer otra historia que también le aconteció y que, teniendo o no relación con aquel extraño hecho anterior, no dejaba de inquietarle.

      Todo transcurrió en plena época de la posguerra, tiempos muy duros llenos de incertidumbre, pobreza y necesidad. En aquella humilde casa de campo de las cercanías de Antequera nació un niño prematuro muy débil. Casi todos los allegados temían que la vieja Parca pudiera arrebatárselo con la guadaña a la madre de su regazo, vida y madre a la cual el pequeño luchaba por asirse a pesar de todo; de esta forma, aguardaba arropadito en una vieja mantita lo que el destino aciago le pudiera otorgar.

      Muchas vecinas acudían a verlo casi a diario para comprobar cómo se encontraba por su delicado estado, intentando prestar ayuda en la medida de lo posible. Fue en una ocasión de estas donde algunas mujeres al acariciarle los mofletes notaban como el bebé no respiraba y estaba frío como el hielo. Muchas de ellas decían que no tenía vida y sin fe alguna se quedaron para velarlo. Los hombres dispusieron para ordenar el enterramiento del niño a la mañana siguiente. Fue al amanecer cuando una de las mujeres entró a la habitación del niño para darle su última despedida con un beso y, al inclinarse para ello, exclamó de forma alterada, con un grito esperanzador: «¡Está vivo! ¡Está vivo, por el amor de Dios!»

      Efectivamente. Aquel niño se aferraba al último halito de vida y seguía respirando, aunque muy débilmente. No puedo decir cuánto tiempo estuvo exactamente en ECM (experiencia cercana a la muerte) aquel retoño, pero por una aproximación diría que unas ocho o nueve horas, así que lo arroparon bien y se dispusieron a intentar bautizarlo rápidamente por el temor que existía a que muriera sin que fuera cristiano. Por esto, la anciana que dio su voz de alarma exclamó: «¡Rápido, el Señor no quiere llevárselo siendo “moro”! ¡Este niño tiene que bautizarse!»

      Así pues, los días siguientes prepararon dos bestias con los atalajes para ir a Antequera en pos de darle el santo sacramento al pequeño renacido. La madrina del niño


Скачать книгу