Cura de espantos. Ramón López Reina

Cura de espantos - Ramón López Reina


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Las Tablas bajo petición de su padre, ocasionalmente impedido, para el sustento de su familia.

      Según las crónicas publicadas en periódicos de la época, como El País o El Heraldo de Madrid, el niño fue acompañado por el Manquillo buen tramo del camino «asido a la cola de la mula» hasta que tuvieron oportunidad de descabalgar al zagal con una chaqueta sobre su cabeza y, posteriormente, ahorcarlo con una cuerda para que no gritase, dejando el cadáver con la soga al cuello y las muñecas ensangrentadas por su acción defensiva ante la agresión. Se cuenta que los asesinos vendieron la harina robada al muchacho en Mollina e, incluso, compraron para saciar su hambre algunos céntimos de queso.

      Ante la falta de Antonio percatada por su familia al no regresar a casa, se inició una búsqueda que acabó en un clamor popular al encontrar el cadáver y saber de la muerte del chico. Se produjo una gran indignación multitudinaria tanto en Archidona como Antequera, así que se procedió a una investigación rigurosa por parte del coronel Arranz de la Guardia Civil que incluso hizo difundir una recompensa de 1000 pesetas a quien diera pista para encontrar al vil asesino.

      Según las crónicas de periódicos como La Época, El Correo o El País, los sospechosos fueron aprendidos el 9 de junio y confesaron tan cruel delito. Al Manquillo lo atraparon en el interior de un confesionario de una iglesia de Archidona. De supuesto carácter más débil, no pudo resistir la presión del interrogatorio y delató al Tuerto, otorgándole a este toda la pretensión, maquinación y alevosía en el plan de, en principio, robar y después asesinar al crío.

      Aquí es donde la pista se pierde y no se sabe de la condena que impusieron a estos dos indeseables. Podemos establecer una hipótesis al saber de tal índice de indignación y malestar popular que produjo el caso, dejando abierta la posibilidad de que fueran condenados a garrote vil, ya que en España se mantuvo la pena de muerte hasta 1932. También era posible la condena a cadena perpetua, que solo se utilizaba de manera excepcional en la antigüedad hasta el siglo XIX, dando alternativa a la pena de muerte. En cualquier caso, se buscaría un castigo ejemplar.

      Hay quien asegura que todavía el recuerdo de tal personaje está impregnado en la memoria colectiva de la gente, y aún hoy, a pesar de que haya trascurrido tanto tiempo, algunas personas sienten miedo al recorrer los campos encallados de trigo, las arboledas y las bifurcaciones de los caminos para no tropezar con la sombra oscura del Tuerto de la Olivara.

      El viejo cortijo de la Malena

      Al igual que existen grandes y viejas mansiones o castillos, donde se presume que se producían toda clase de manifestaciones fantasmagóricas, espectros o fenómenos sobrenaturales, también hemos de, por lo menos, hacer cierto inciso en los cortijos encantados, de los que tanto se ha escrito o comentado. Seguro que a ti y a un servidor, querido lector, ahora en este mismo instante nos viene a la memoria uno de los casos más mediáticos en Andalucía como el del Cortijo Jurado, del que no hablaré mucho aquí, porque casi que nos ocuparía un libro. Pero también podríamos recordar otros muchos como el del Cortijo de los Asombros, en las Sileras; el de La Lastra o La Carrasca, en la localidad de Almensilla, o el aterrador caso del Cortijo de los Catorce y el Cortijo de los Ahorcados, infinidad de casuística en aquellas casas de campo antiguas, casi derruidas, que nos sorprenden con sus relatos llenos de aterradoras historias, todas bajo un denominador común: las muertes trágicas que albergaban en su crónica, asesinatos, suicidios en masa y toda clase de suertes siniestras.

      Aprovecharé, si me lo permiten, para hacer un breve inciso en una figura popular y terrorífica o, cuanto menos, misteriosa, que solía albergarse en los cortijos, provocando inquietud entre la humilde gente. Se le conoce con muchos nombres según la tradición de la zona donde se presenten. Nos puede recordar al viejo trasgo de Asturias, al duende de toda la vida de nuestro folclore y, por último, tanto en la mitología castellana como andaluza al conocido con el sobrenombre de Martinico, un ser espectral ataviado con habito franciscano y que solía perturbar la mente de los humanos, haciendo que los enseres cambiasen de lugar o se movieran solos. Encendía y apagaba candiles, tiraba cosas al suelo o era capaz de herir a los más pequeños arrojándoles piedras. Quizá, la particularidad que más pueda inquietar es que estos martinicos diabólicos tenían la mala virtud de anunciar falsas desgracias con sus voces en sueños o en la más oscura calma, haciendo desesperar hasta la muerte a quienes las oyeran.

      Sin más preámbulo, me gustaría hacer referencia al caso de un cortijo encantado muy cerca de nosotros, quizás el más popular en Antequera. Seguro que en alguna ocasión habéis escuchado alguna historia relacionada con él. Ya hablé en mi primer libro, La noche de los asombros, de cuáles podrían ser sus inicios: antiquísimo refugio de un eremita y antiguo convento de los carmelitas descalzos en el siglo XVII.

      Siempre escucharemos rumores de supuestas apariciones de huesos de niños enterrados en este marco tan especial y que, desde luego, no se hallaron. A mi humilde parecer, pruebas a tal efecto o documentación que corroborarán tal afirmación. Yo me remontaré a su época como cortijo privado, conocido como el Cortijo de la Malena (de La Magdalena), donde ni tan siquiera los pastores de la zona eran capaces de refugiar su ganado en el interior de las ruinas de este en una tormenta, porque oscuras sombras acechaban en su interior y se aparecían como relampagueos fulminantes que asustaban a los animales y hacían temer por su integridad al supersticioso pastor. No en vano, ya en su día, según las crónicas de la época y siendo ermita, fue atacada por el mismísimo Satanás para profanar toda la santidad que tuviera este lugar.

      Yo citare aquí el testimonio de uno de los hombres que trabajó en el cortijo y, a su vez, el testimonio de su hijo, que también vivió ciertos momentos de desasosiego en las inmediaciones de aquel lugar embrujado.

      Fue una tarde que casi empezaba ya a decaer en la noche, cuando el testigo decía oír aullidos dentro de la estancias sin que nada pudiera producirlos, puesto que no había lobos ni nada que se le pareciese. Ruidos, muchos ruidos raros de arañar en las puertas y escarbar en la tierra que no podían provenir de ningún animal de por allí. De repente, y sin esperarlo, la figura de un enorme perro negro, como una sombra oscura y tenebrosa, hizo acto de presencia en el crepúsculo y se desvaneció como si de la nada hubiera surgido.

      En otra ocasión, el hijo de este testigo, que siempre recordará como su padre le contaba aquella historia del perro fantasma, me contó que estando en el cortijo escuchó la voz de una mujer en un grito desgarrador que no supo nunca de donde venía. Él me comentó que solamente estaban él y sus niños, que quedaron petrificados. Una exclamación de dolor terrible, como si a alguna mujer la estuvieran sacrificando, pero sin duda lo más aterrador era no saber de dónde había salido aquella figura espectral canina y de dónde procedía aquel grito de amargo dolor.

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