Escuelas que emocionan. Jose´ Ramiro Viso
las universidades y nuestro discurrir por la vida no garantiza su aprendizaje. La vida cotidiana tampoco nos enseña a leer, o escribir, o hacer el logaritmo neperiano de Pi. Tu hijo no sale a la calle un día a comprar algo de comida y cuando vuelve te dice “Mira, mamá, hoy he aprendido qué es el logaritmo neperiano de Pi en el supermercado”. Pues lo mismo ocurre con las emociones, o se hace una educación explícita de ellas o dejamos su aprendizaje al azar de la vida y a nuestras circunstancias personales, que no siempre son las más adecuadas.
Necesitamos una educación emocional que nos ayude a conocer nuestras emociones, a aceptar y conocer cómo nos sentimos y no negarlo, no ocultarlo, no disimularlo. Somos especialistas en ocultar y disimular nuestras emociones, pero para cambiar las emociones lo primero es saber qué emociones tengo y el autoengaño no nos facilita este difícil proceso.
Saberlo es muy relevante porque no da igual en qué estado emocional nos encontremos. No obstante, algunas personas, desde la ingenuidad o desde la ignorancia, cuando escuchan esto afirman de forma casi airada “Disculpe, yo soy un profesional y a mí no me afectan las emociones en mi trabajo”. Un grave error, como las neurociencias han demostrado. Cuando las personas sentimos emociones positivas somos más creativos y productivos, lo cual, por ejemplo, en una situación de crisis como la actual es muy relevante porque no se puede convertir la crisis en una oportunidad, si no logramos ser más creativos e innovadores. La creatividad no es solo el arte con mayúsculas, que también, la creatividad es la generación de ideas originales y novedosas que son útiles o nos ayudan a solucionar un problema. La creatividad es un tipo de inteligencia y la creatividad es lo que nos lleva a la innovación, esto es, a la implementación real y a la ejecución de ideas creativas. Muchos tenemos ideas creativas, pero la mayoría de esas ideas nunca llegarán a ejecutarse, no se implementarán, por lo que no se convertirán en innovación. Todos somos muy creativos, pero muy pocos lograrán innovar.
¿Qué ocurre, en cambio, cuando las emociones son desagradables, cuando tenemos mucha presión, estrés, ansiedad, ira o miedo? Nuestra productividad disminuye entre un 30-40%, lo cual es muchísimo, es como hacer una versión light de ti, lo que tiene un gran coste tanto personal como colectivo para una organización o un país. Esto es muy importante en las circunstancias actuales, con miles de profesionales que están bajo mucha presión y estrés, con la repercusión que tiene y tendrá tanto en su salud física y psicológica como en su eficacia y rendimiento.
En definitiva, nuestra sociedad desconoce toda la evidencia científica acumulada durante los últimos 30 años sobre la relevancia de las emociones en nuestra vida personal y profesional. En concreto, cómo la IE se relaciona de forma positiva y constructiva con aspectos tan significativos para la vida de las personas como la salud, la felicidad, la convivencia escolar o el rendimiento académico1. Un ejemplo de estos beneficios en el ámbito académico son los resultados de un metaanálisis2 muy reciente que nos indica que los chicos y chicas con más IE tienen más éxito académico, y esto ocurre desde Primaria a Secundaria e, incluso, en la Universidad y los estudios de postgrado, es decir, a lo largo de toda la vida académica. ¿Por qué influyen las emociones en lo académico? Porque estudiar es una tarea muy exigente y que requiere de mucha constancia, no es una carrera de sprint, es más bien una maratón intelectual y en esa maratón se suceden continuamente muchas emociones negativas como enfado, desánimo, tristeza, aburrimiento. Tener la capacidad para comprender y gestionar esas emociones influye en mi rendimiento intelectual. Es un tema muy interesante que debiéramos tener en cuenta en el sistema educativo, sobre todo ahora, por ejemplo, con el problema que tienen los chicos y chicas con la educación on-line y su pérdida de motivación. Si ya es muy difícil motivarlos en las clases presenciales, motivar a través de una pantalla a un niño/a de 6, 8, o 10 años es muy complicado, conseguirlo implicaría reinventar el sistema educativo tal como lo conocemos.
En resumen, la IE es un fenómeno mundial y no solo una moda pasajera. Además, la evidencia científica nos ha mostrado que es posible educar las emociones en el alumnado y que sus múltiples beneficios son estables en el tiempo3. Pero ¿cómo podemos llevarlo a cabo dentro de nuestro sistema educativo actual tan centrado en lo intelectual y lo cognitivo?
En este libro, el autor, José Ramiro Viso Alonso, nos muestra desde dentro, desde la vida diaria en la escuela que sí es posible construir escuelas que emocionan, que no se trata de un sueño o de algo que solo ocurre en otros países admirados, que una escuela con docentes y alumnado con inteligencia emocional puede ser una realidad en nuestro país.
Como el autor resalta en las primeras páginas para no asustar al lector, “Escuelas que emocionan” no es un manual de inteligencia emocional, ni tampoco una tesis doctoral ni un trabajo académico. Prueba de ello es que está escrito de forma clara y sencilla para que pueda ser comprendido por cualquier lector interesado en cómo educar las emociones sin necesidad de ser un especialista en el tema. Pero no se lleve a engaño el lector, tras esta aparente simplicidad hay un trabajo riguroso y fundamentado en la evidencia científica sobre la inteligencia emocional en el ámbito educativo que el autor analizó con detalle en su tesis doctoral en 20164.
Por otra parte, este libro se ha escrito desde dentro de la escuela y no desde una torre de marfil, el autor no es un teórico de las emociones de espaldas al mundo. El autor lleva más de 25 años como profesor en diferentes ámbitos (Bachillerato, Educación Secundaria, Formación Continua del profesorado y Universidad) y, además, en este momento desarrolla su trabajo como profesor de Pedagogía Terapéutica e Inclusiva y Orientador de Educación Secundaria, lo que le ha permitido ir probando sistemáticamente cada una de las propuestas que se formulan en el libro.
En concreto, el autor propone y describe un modelo de educación emocional que denomina el Modelo de Competencias Emocionantes. Este modelo está organizado sobre seis capacidades: centrarse, regularse, activarse, abrirse, respetar y resolver. Estas seis capacidades se vinculan con dos tipos de perfiles socioemocionales: perfil personal y perfil social. El perfil personal estaría más vinculado con las capacidades de centrarse, regularse y activarse, mientras que el perfil social estaría más relacionado con las competencias de abrirse, respetar y resolver. Sobre esta estructura conceptual, el autor nos presenta un conjunto de actividades e intervenciones prácticas con el propósito ambicioso de revolucionar la escuela, incluso físicamente, modificando su arquitectura, sus espacios y sus usos construyendo entornos seguros y acogedores que generen emociones positivas. Del mismo modo, esta revolución pasa por educar las competencias emocionales de los protagonistas de la educación: los docentes y el alumnado. Con el objetivo final de lograr que los docentes sean líderes emocionales, que sean modelos de una gestión inteligente de las emociones, y el alumnado, personas emocionalmente saludables, personas que puedan “aprender a ser felices, puedan aprender siendo felices y puedan ser felices aprendiendo”. ¿Se puede pedir más?
Por todo ello, en el nuevo curso escolar la educación de las emociones tiene que ser una asignatura indispensable. No podemos posponer por más tiempo la implementación de la inteligencia emocional en el sistema educativo. ¿Qué tiene que ocurrir en este país o en el mundo para que nos demos cuenta? Cuántas personas tienen que morir o desarrollar problemas psicológicos graves para que asumamos que tanto en el sistema sanitario en atención primaria como en los centros educativos tiene que haber psicólogos, y que en las escuelas la educación emocional debe ser tan primordial como el aprendizaje de la lengua o las matemáticas. La inteligencia emocional no es un lujo, es una necesidad, sobre todo en tiempos de crisis.
Para finalizar, me gustaría hacerle una pregunta al lector: ¿qué has aprendido emocionalmente de tus hijos durante este confinamiento? ¿Qué te han aportado? Normalmente, nos preguntamos lo contrario: ¿qué aportamos a nuestros hijos? ¿qué les enseñamos? Pero no podemos olvidar que las relaciones entre los niños y las niñas con los adultos, como el resto de las interacciones humanas, son de doble dirección. Es un ejercicio emocional que os recomiendo, porque es muy gratificante y te puede dar una nueva perspectiva de la situación. Comienzo respondiendo yo. Voy a contaros lo que me han aportado emocionalmente mis hijos durante el confinamiento.
Como señalábamos al principio de estas páginas, las personas no somos honestas y sinceras, no queremos expresar las emociones negativas que estamos sintiendo porque creemos que implican debilidad. En muchos